Molly Ivins
El propósito de esta cruzada periodística a la antigüita para detener la guerra no es hacer ver a George W. Bush como el presidente más bruto de todos los tiempos. Hay quienes han hecho mayores tonterías. ¿En qué estaban pensando cuando planearon el fiasco de Bahía de Cochinos? ¿Qué tan absurda fue la guerra del canal de Suez? ¿Y la monumental estupidez que fue la guerra de Vietnam? Aun así, el desafío ante esta malhadada aventura es que sencillamente ya no podemos dejar que continúe.
No se trata de si vamos a perder o estamos perdiendo. Ya perdimos. El general John P. Abizaid, quien hasta hace poco era el comandante en jefe en Medio Oriente, insiste en que la respuesta a nuestros problemas no es militar. "Hay que internacionalizar el problema. Hay que atacarlo con diplomacia, con geoestrategia", dijo.
Su evaluación fue apoyada por el general George W. Casey júnior, el más alto comandante estadunidense en Irak, y por el estado mayor conjunto, los cuales sólo recomendaron el envío de tropas si se tiene una definición clara de los objetivos.
El llamado de Bush a una oleada o "intensificación" también va en contra del Grupo de Estudio sobre Irak. Se dice que la Casa Blanca ha planeado hacer todo, menos lo que ese grupo sugirió luego de varios meses de investigaciones y propuestas basadas en implicaciones estratégicas mucho más amplias.
Casi el único político aparte de Bush que llama a una intensificación es el senador John McCain. En un artículo reciente, escribió: "La presencia de fuerzas adicionales de la coalición permitiría al gobierno iraquí hacer lo que hoy no puede lograr por sí mismo: imponer su dominio en el país... Al aumentar las tropas y llevar seguridad a Bagdad y otras zonas, daremos a los iraquíes la mejor oportunidad de salir con bien". Con el debido respeto al senador por Arizona, hace mucho tiempo que ese barco zarpó.
Una oleada no es aceptable para el pueblo de este país: hemos votado abrumadoramente contra la guerra en encuestas (80 por ciento del público está contra la intensificación, y un sondeo reciente del Military Times muestra que sólo 38 por ciento de los militares en activo desean el envío de más tropas) y en las urnas. Sabemos que está mal. El pueblo entiende, tiene el derecho de tomar esta decisión y el deber de garantizar que esa decisión se obedezca.
El Congreso debe actuar a favor del pueblo para resolver este fiasco. La propuesta de Ted Kennedy de controlar el dinero y aumentar la supervisión es un buen primer paso. Y si los republicanos quieren continuar respaldando los absurdos "planes" del gobierno de ir contra la voluntad del pueblo, se les debe echar cuanto antes posible a la calle, para que se reúnan con sus colegas que ya se fueron.
Cualquiera que desee hablar con conocimiento de causa de nuestra desventura en Irak debe leer el libro de Rajiv Chandrasekaran Imperial Life in the Emerald City: Inside Iraq's Green Zone. Es como una novela de horror. Al final uno agacha la cabeza y gime: ¿cómo pudimos dejar que pasara esto? ¿Cómo pudimos ser tan tontos? Como dice la reseña del Washington Post, el libro "documenta metódicamente la pasmosa ineptitud que dominó los intentos estadunidenses de influir en la retorcida política iraquí, reconstruir la red eléctrica, privatizar la economía, administrar la industria petrolera, contratar personal experto o conferir un remedo de normalidad a la vida de los iraquíes".
Nosotros gobernamos este país. Nosotros decidimos. Y cada día que pasa, cada uno de nosotros necesita dar un paso al frente y hacer algo por detener esta guerra. Hacer un escándalo. Pensar en algo para que lo ridículo se vea ridículo. Hacer saber a nuestros soldados que estamos con ellos y queremos sacarlos de allá. Tomar las calles para protestar contra la oleada de Bush. Si podemos, vayamos a la marcha por la paz que se realizará en Washington el 27 de enero. Necesitamos gente en las calles, golpeando cacerolas al grito de "¡Alto a la guerra ya!"
© 2007 Creators Syndicate Inc.
Traducción: Jorge Anaya
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