Orlando Delgado Selley
Desde finales de 2006 sabíamos que este año no iba a ser fácil. Todos los pronósticos indicaban que la economía estadunidense disminuiría su ritmo de crecimiento en una tercera parte, lo que impactaría a México. En su previsión original el gobierno mexicano señaló que de un crecimiento del PIB de 4.8 en 2006, pasaríamos a 3.6 en 2007. Luego de cuatro meses esto ha quedado superado: la expectativa actual es lograr un crecimiento de entre 3 y 3.2, con la idea de que conforme avance el año el logro de esa meta pudiera complicarse. En los primeros tres meses se han reducido los ingresos por venta de crudo en cerca de 20 por ciento, dejando de recibirse mil 754 millones de dólares que, para finales de año, pudieran llegar a 8 mil millones.
Por su parte, los ingresos por remesas, aunque siguen creciendo, su aumento es cada vez menor. En el primer trimestre las remesas recibidas fueron por 5 mil 360 millones de dólares, un crecimiento anual de apenas 3.4 por ciento, que al compararse con el incremento de hace un año de 23.1 resulta contrastante. Además, según diversas estimaciones, las dificultades en el mercado inmobiliario estadunidense, que están en la base de su desaceleración, causarán un serio problema a los migrantes mexicanos que crecientemente se contrataban como albañiles. De modo que las remesas pudieran ya no sólo crecer cada vez menos, sino incluso empezar a descender.
Los ingresos petroleros adicionales a los presupuestados y las remesas significaron en 2006 un estímulo equivalente a 4.7 por ciento del PIB. Este año ese estímulo parece destinado a desaparecer, lo que impactará la actividad económica en general, golpeará significativamente a las finanzas públicas y, lo que es más fuerte aún, agudizará las condiciones de pobreza de muchas familias mexicanas. A esto hay que agregar que el Banco de México decidió endurecer la política monetaria "para contener un repunte inflacionario".
Ese repunte, según muchos analistas incluyendo al secretario de Hacienda, ex funcionario del propio Banco Central, no existe. La inflación en la primera quincena de abril incluso fue negativa, al tiempo que se ratificó el acuerdo para mantener estable el precio de la tortilla, lo que evitará una escalada de precios. El Banco de México prefirió aumentar 0.25 por ciento la tasa de fondeo, lo que inmediatamente se transmitió al costo de los créditos, encareciendo los pasivos vigentes, particularmente los de las tarjetas de crédito, y a las tasas para los nuevos créditos automotrices, inmobiliarios, etc.
Con esta decisión se afecta a las finanzas públicas ya que se encarece el costo de la deuda pública que es esencialmente interna. En el foxismo se intensificó el pago de la deuda pública externa aprovechando los excedentes de divisas, pero no redujo el saldo total de la deuda pública, ya que se sustituyó por deuda interna. Ello ocurrió para impedir que esa reducción de deuda pública significase una demanda adicional que, según la ortodoxia vigente, hubiera generado presiones inflacionarias.
Así que a las complicaciones externas sobre las que podemos hacer poco para resolverlas, tenemos que agregar las derivadas de decisiones internas que hubieran podido modificarse y que nos costarán. Los gobiernos izquierdistas latinoamericanos también han prepagado deuda pública externa, básicamente la que tenían con el FMI y con el Banco Mundial, pero no actuaron como Fox. Redujeron sus pasivos y disminuyeron el pago de intereses, destinando ese gasto a inversión. Aprovecharon una coyuntura favorable para mejorar la situación financiera de esos gobiernos y estimular la actividad económica y el empleo.
El gobierno mexicano, en cambio, dejo prácticamente igual el saldo de la deuda pública, pero encareció el costo ya que las tasas internas son mayores que las internacionales. Este año en el que están aumentando las tasas de interés el impacto en el gasto público será evidentemente mayor. Esto es lo que se reconoce en las nuevas previsiones que reducen la expectativa de crecimiento. Sin embargo, como en los tiempos del priísmo populista, el señor Calderón quiere convencernos que, pese a la desaceleración de la economía de Estados Unidos, saldremos adelante.
Eso es simple y llanamente demagogia populista. Con esa demagogia nos van a intentar convencer que México unido sabrá vencer gallardamente los obstáculos. Lo cierto es que esa demagogia no sirve para nada. En todo caso documentará la conversión a los modos priístas de los gobernantes panistas.
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