Carlos Fernández-Vega
Sólo 16 de cada 100 mexicanos conseguirán un lugar en la economía formal
Notorio deterioro de la calidad del empleo
Tras las buenas nuevas que Hacienda y el Banco de México divulgaron sobre el menor crecimiento de la por sí enclenque economía nacional en 2007, un funcionario brincó a la palestra y tomó el micrófono para calmar las aguas y asegurar que no pasa nada, que todos tranquilos, porque a pesar de todo "habrá un crecimiento significativo en el número de empleos al cierre del año".
Sería un verdadero milagro que se cumpliera la predicción del vidente Miguel Messmacher, titular de la Unidad de Planeación Económica de la Hacienda Pública, la cual, de entrada, desmiente lo dicho por su jefe Agustín Carstens, quien apenas el pasado martes estimó en poco más de 600 mil, en el mejor de los casos, el número de empleos que se generarían a lo largo del año en el sector formal de la economía o, lo que es lo mismo, la mitad de la demanda real. Pero no sólo habría mayor empleo, sino que se "recuperaría" el crecimiento económico a partir del próximo julio, aunque ello, finalmente, no cambie el pronóstico de "crecer" 3.3 por ciento en 2007.
Lo cierto es que iguales profecías se han desmoronado a lo largo de los años. De hecho, en lo que algunos ilusos consideran "los mejores resultados" del gobierno anterior, la generación de empleos fue verdaderamente raquítica. En 2004, cuando Fox cantaba victoria porque "ya estamos cerca de 7 por ciento de crecimiento anual", el PIB registró un alza de 4.2 por ciento, y tal "fortaleza" se tradujo en 260 mil puestos de trabajo (casi 62 mil plazas por punto porcentual) en la economía formal, es decir, el 22 por ciento de la demanda real.
En 2006, cuando la economía creció 4.8 por ciento (el garbanzo de a libra del foxismo), el sector formal generó 895 mil empleos (186 mil por punto porcentual), y aún así no se atendió la demanda real. Si en 2007 se mantiene esa tendencia, con 3.3 por ciento, en el mejor de los casos, de incremento en el PIB, se generarán poco más de 600 mil plazas, cifra en línea con las estimaciones de Agustín Carstens y muy lejanas del optimismo del titular de la Unidad de Planeación Económica de la Hacienda Pública.
La propia Secretaría de Hacienda ha comentado lo "bien que va" la generación de empleo" en el país, y presume que en el primer trimestre del presente año "se crearon un total de 256 mil 277 empleos, de los cuales una tercera parte fueron permanentes y el resto eventuales". Qué bueno, pero olvidó mencionar que en diciembre de 2006 (primer mes de la "continuidad") se cancelaron poco más de 152 mil, sin considerar los 16 mil menos registrados en la primera quincena de abril, de tal suerte que la alegría no es tan grande.
De cualquier forma nadie puede presumir "buenos resultados" en crecimiento económico (2.4 por ciento promedio anual, si se cumple el pronóstico para 2007) en lo que va del siglo XXI, ni mucho menos en materia de empleo (un millón 400 mil empleos formales, la mayoría eventuales, en los últimos siete años, contra una demanda real, en igual lapso, no menor a 8.4 millones).
Comentamos en este espacio que el problema se agudiza cuando se observa que hasta 2000, alrededor de 35 de cada cien mexicanos en edad y condición para laborar logró ocuparse en la economía formal, mientras siete años después, en el mejor de los casos, sólo 16 lograrán la proeza, siempre según las cifras oficiales.
El Banco Interamericano de Desarrollo (Creando buenos empleos: políticas públicas y mercado de trabajo) ha hecho un recorrido por la problemática laboral, y para el caso mexicano señala que es notorio el deterioro de la calidad de los empleos, la muy lenta evolución de la productividad, el incremento de la precariedad laboral, y la reducción en el acceso de la población a las protecciones de la seguridad social.
Durante la segunda mitad de los años 90, la apertura comercial y la estabilización macroeconómica incidieron fuertemente en el funcionamiento del mercado de trabajo. La primera afectó al empleo agrícola y manufacturero, lo que se reflejó en una significativa reducción de plazas laborales en esos sectores. La segunda, con la disminución inflacionaria, redujo la flexibilidad del salario real y la creación de empleo.
La desaceleración del crecimiento económico agrava el panorama y se traduce en una continua y progresiva destrucción de empleos formales urbanos, y corroe las bases del empleo formal en el país. El síntoma más visible de ese deterioro ha sido el aumento en el número de puestos asalariados precarios en la informalidad, caracterizados por deficientes condiciones de trabajo y falta de acceso a insumos complementarios y, por ende, muy baja productividad. Un problema asociado a esto es una reducción importante en la fracción de la población con acceso a seguro médico y pensiones de la seguridad social.
Un factor que ha afectado decisivamente el funcionamiento del mercado de trabajo en el país, subraya el BID, es la desaceleración del crecimiento en las últimas dos décadas. México pasó de tasas anuales cercanas a 9 por ciento en los 60 y 70, a tasas de 1.2 y 3.53 por ciento, respectivamente, en los 80 y 90, cayendo nuevamente a 2.3 por ciento en el periodo 2001-2006, de tal suerte que sin una recuperación del crecimiento es poco lo que puede hacerse para mejorar la calidad del empleo.
Entonces, hay que ser optimistas y echarle ganas, pero no se manden.
Las rebanadas del pastel
Cierto es que las marchas y manifestaciones son un dolor de cabeza para la urbe, pero también un derecho constitucional. El problema es que, como siempre, querían que los golpes a los derechos de los trabajadores les salieran gratis, que todas las modificaciones no causaran reacción alguna, que los afectados sonrieran, y que, con el cuchillo clavado en la espalda, simple y sencillamente dijeran: "gracias, señor presidente".
Hemos avanzado, ahora protestan y luego se van a sus casas y como el pelele no va pues ni los ve ni los oye, lo bueno es que se desahogaron, lo malo que que cada vez van a tener más hambre.
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