Gustavo Esteva
Era el tercer día de guelaguetza. Era una auténtica fiesta popular que celebraba el encuentro de los pueblos. La gente se había puesto de nuevo sus vestidos y los paseaba orgullosamente por las calles. Disfrutaban los fuegos artificiales, las danzas, los paseos. Disfrutaban, sobre todo, el encuentro autónomo de los indóciles, de los insumisos, de los que siguen afirmando su dignidad.
Fue quizás insensato dirigirse al Fortín. No bastaba designar las comisiones que negociarían el acceso pacífico y pregonar la intención: es imposible controlar a los provocadores infiltrados y la rabia de los agraviados de siempre. Pero el contexto lo explica. Llegó tanta gente que era imposible para la mayoría entrar a la Plaza de la Danza, que se había elegido como escenario alternativo para evitar confrontaciones. Y la fuerza de un lunes de cerro era también incontenible.
-Aquí está mi ombligo enterrado -grita la anciana a los policías, cuando la capta la cámara de uno de los videos de maldeojo-. Este es mi cerro. Yo no vengo aquí a golpear y maltratar a nadie.
Convertir en "instalación estratégica" unas hileras de bancas de cemento construidas para los turistas revela bien lo que está pasando. Las rodearon de miles de efectivos del ejército y de policía federal, estatal y municipal. Era preciso protegerlas del pueblo que se ha reunido ahí por cientos de años. El pánico y el desprecio montan esta guerra contra el pueblo, en la cual adquiere importancia estratégica todo espacio popular, particularmente cuando tiene fuerte carga simbólica y expresa autonomía.
Gandhi había sufrido un atentado. Su hijo le pregunta lo que debe hacer si alguien lo ataca de nuevo. ¿Deberá predicar no violencia y dejar que lo asesinen ante sus ojos? Gandhi sonríe. Sería criminal predicar no violencia a un ratón que está a punto de ser devorado por un gato. La no violencia es para los fuertes. Los débiles no tienen más remedio que la resistencia pasiva o la violencia. No deben ser cobardes: la cobardía es el peor de los vicios. Si ha de predicarse no violencia a los hindúes es porque son los fuertes. No hay razón para que 300 millones de ellos le tengan miedo a 150 mil ingleses. Porque son los fuertes, deben recurrir a la no violencia.
Hay razones morales para recurrir a la no violencia. Las hay también pragmáticas: basta examinar, en perspectiva histórica, el resultado de la violencia y reconocer que el repertorio de acciones no violentas es tan amplio como la imaginación. Hacerlo es particularmente importante cuando se aferran a los poderes constituidos personajes que esconden su cinismo, debilidad e incompetencia tras el uso de fuerzas que no pueden controlar. Su empleo arbitrario del monopolio de la violencia que define al Estado-nación certifica su falta de integridad moral.
¿Cómo reaccionar, en tales circunstancias, ante quienes empiezan a recurrir a la violencia? En India grupos maoístas y de otras corrientes han estado empleando una violencia tan viciosa como la del Estado. Cuando Arundati Roy se resistió a condenarlos le preguntaron por qué. Tras declarar que ella nunca recurriría a la violencia contestó, entre otras cosas, lo siguiente:
"Por décadas, los movimientos no violentos han estado tocando a la puerta de todas las instituciones democráticas de este país y han sido desdeñadas y humilladas... La gente se ve obligada a repensar su estrategia... Debemos preguntarnos si la desobediencia civil masiva es posible en un Estado-nación democrático. ¿No habremos llegado al punto en que las huelgas de hambre se encuentran ya umbilicalmente vinculadas a la política de las celebridades? ¿Alguien se va a fijar si la gente de un barrio pobre o una comunidad rural se declara en huelga de hambre? ... Estamos ahora en tiempos y lugares diferentes. Enfrentamos un adversario diferente, más complejo..."
"Hubo una época en que los movimientos de masas acudían a las cortes para exigir justicia. Pero las cortes han emitido una serie de sentencias tan injustas, tan insultantes para los pobres en el lenguaje que utilizan, que uno pierde la respiración... Los jueces, junto con la prensa corporativa, son ahora instrumentos del proyecto neoliberal."
"En un clima como éste, cuando la gente se siente agotada por estos procesos democráticos interminables, sólo para que al final se le humille, ¿qué se supone que debe hacer? Desde luego, no se trata de que las opciones sean binarias: violencia o no violencia... Pero cuando la gente decide recurrir a la violencia porque todas las demás opciones han terminado en la desesperación, ¿debemos condenarlos?..."
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