Hace un rato dijimos que nos convocan dos temas: el de América Latina y el de las miradas.
Pues bien, con todo ese proceso de imposición de la Historia de Arriba, la que nos asigna el papel de redimidos, se nos ha convertido en extraña y extranjera una tierra que es también la nuestra, la latinoamericana. Sobre ella no tenemos datos de primera mano, propios. Es decir que nos asomamos al resto del mundo a través de la mirada de otros. Vemos lo que esas miradas nos permiten ver.
¿Y a través de qué o de quién nos asomamos a esa América Latina que nos es ajena? No preocupar, para eso están los corresponsales, los enviados especiales, los comentaristas, los analistas, los locutores, los jefes de redacción, los periódicos, las revistas, los programas de radio y de televisión, el National Geographic.
Y en todos estos casos nos encontramos con miradas suplantadoras. Si vemos a la Ciudad de México, veremos a un Marcelo Ebrard tan dinámico y emprendedor que parece anuncio de desodorante, pero no veremos a las familias que en Tepito, Iztapalapa, Santa María La Ribera, y el objetivo en turno en la neoconquista del DF, se han quedado sin hogar ni fuente de empleo por las “expropiaciones”; si volteamos a Venezuela, no veremos a un pueblo organizándose y construyéndose una Nación soberana e independiente, sino las supuestas arbitrariedades de la supuesta tiranía de Hugo Chávez; si miramos a Brasil, no distinguiremos las luchas agrarias del MST, sino a un bonachón, afable y carismático Luis Ignacio Da Silva, (más conocido como “Lula” por sus cuates del Fondo Monetario Internacional); si nos asomamos a Bolivia notaremos la afición futbolera de Evo Morales, y no el movimiento indígena y campesino que estremeció y estremece al continente; si vemos a Chile, distinguiremos el buen o mal gusto en el vestir de la Bachelet, y no la discriminación en contra de los indígenas Mapuches; si vemos a Cuba, conoceremos cómo van las apuestas sobre la vida o muerte de Fidel Castro, y no el heroísmo y generosidad de un pueblo entero; y si vemos a México, bueno, ahí no veremos a Felipe Calderón y sus neofilias asiáticas… porque lo tapan los uniformes de los militares.
Y así podríamos recorrer la geografía entera de Latinoamérica y preguntarnos, sobre todo, qué no vemos a través de la mirada usurera de los grandes medios de comunicación.
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Traigo la voz de las y los zapatistas del EZLN. De un puñado de hombres y mujeres, indígenas en su gran mayoría, que vivimos y luchamos en el último rincón de este país, en las montañas del sureste mexicano. Nosotros nos dedicamos a subvertir el orden establecido, escandalizar a las buenas conciencias, y a poner le mundo de cabeza. De nosotras, de nosotros, los más pequeños, reciban nuestro saludo.
Es lugar común, entre analistas de distinto tipo y género, el usar la expresión de que “por mirar el árbol, se pierde de vista el bosque”. O viceversa. Frente a eso, queda la opción de mirar a ambos… o mirar otra cosa.
Aunque en lo que se refiere a la tierra, o al territorio en su sentido más amplio, como ha sido explicado en forma clara y contundente por el Congreso Nacional Indígena, parece cada vez más difícil encontrar algún árbol, y de bosques pues ni hablar. Y no sólo, también en el campo mexicano es ya raro encontrar campesinos ejidatarios o comuneros, por no hablar de tierras ejidales y comunales.
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