Víctor Flores Olea
6 de julio de 2007
Por fortuna, la nación mexicana es más compleja de lo que desearían algunos clericales, que aún sueñan con el proyecto inquisitorial del siglo XVI. Ya se ha hablado de El Yunque y su influencia en el desdichado sexenio que terminó, pero también de su peso en el actual gobierno, pese a superficiales desavenencias de Felipe Calderón con Manuel Espino, alfil en jefe de la fascista organización.
Las “afinidades electivas” asoman a la superficie: en días pasados visitó otra vez México José María Aznar, ese “delincuente electoral” por su ilegal intervención en las elecciones pasadas en que se expresó a favor de Felipe Calderón. Es decir, la ultraderecha en México no sólo se alimenta de los acólitos locales, sino que recibe apoyo de los franquistas y fascistas de la península ibérica, ultramontanos que se proponen no sólo detener la historia, sino echar atrás sus manecillas.
Aznar vino a México y se entrevistó con Vicente Fox, en su rancho de Guanajuato, reunión a la que también asistió Manuel Espino, jefe reciente de la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA); lo recibió además Felipe Calderón y, no faltaba más, la dirección en pleno del PAN.
Pero la visita fue sobre todo promocional de un pasquín elaborado por una Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES), que preside el mismo Aznar y que aspira a convertirse en foco publicitario (y político) de las ideas más retrógradas que sea posible imaginar, siendo desde luego incondicional subordinado de Estados Unidos, como ya lo demostró el español cuando en las Azores se exhibió como figurín al lado de Bush y Blair para dar la señal de arranque a la invasión a Irak. El pasquín de la FAES había sido presentado por Aznar hace un par de meses en Filadelfia, ante la ultraconservadora Fundación Heritage (uno de los “tanques de reflexión” más derechistas en EU).
El proyecto de la extrema derecha confesional no es hoy local y cerrado, sino que aspira a extenderse. Y, por supuesto, con los aires neocoloniales del “Caballerito de Hierro” (como alguien muy prominente le dijo a Aznar), su primer objetivo parece ser América Latina, eso sí, no sólo en nombre de los “valores espirituales” que dice postular, sino reforzando la penetración y dominio estadounidense. Todo ello, apenas maquillado con la palabrería habitual: los “valores occidentales” y su “democracia avanzada”, los “derechos fundamentales de la persona” y las “sociedades abiertas”, etcétera.
En su discurso titulado “América Latina: una agenda de libertad” (que resume un escrito de 100 páginas de la FAES para “influir” en las personas que toman decisiones de México a Brasil), el ex presidente del gobierno español identificó a los que considera “enemigos de Occidente”: movimientos indígenas, terroristas y altermundistas.
Más concretamente, Aznar postuló tres objetivos esenciales:
1) exigir a los latinoamericanos que se sometan a Washington;
2) atacar al gobierno de Hugo Chávez y, menos directamente, a la Cuba de Castro;
3) afirmar su desprecio hacia los pueblos indios y sus luchas (el ataque es claro a los gobiernos de Bolivia y Ecuador, en sus actuales políticas renovadoras). Los indios, según el neocolonialista ridículo y peligroso, son prescindibles porque no se apoyan en los valores occidentales que considera intocables.
Algunas perlas del discurso de Aznar: “América Latina ha quedado al margen de la familia de naciones occidentales... Pero es una anomalía que puede y debe superarse”.
“Ante América Latina se abren dos caminos... Un camino aleja de las sociedades abiertas, libres y prósperas. Tenemos suficiente experiencia histórica para saber cómo acaba esa ruta. Quienes hoy proponen seguir esta vía se nutren de ideas caducas: populismo revolucionario, neoestatismo, indigenismo racista y militarismo nacionalista”.
Y continúa: “El indigenismo radical empieza a ser para América Latina lo que el nacionalismo es a Europa. El indigenismo racista siembra la división social y agudiza problemas existentes. En Estados… frágiles, dificulta y daña la integración nacional de los ciudadanos. Con su afán por fomentar la segregación entre grupos destruye el concepto de la igualdad del individuo ante la ley. Donde hay ciudadanos iguales en dignidad y derechos, la retórica indigenista del caudillo pretende crear grupos con diferentes estatutos”.
Y todavía: “El futuro de América Latina pertenece a los latinoamericanos. Pero también es importante que sus principales socios y aliados trabajen con ella para que la región se incorpore de forma plena al grupo de democracias avanzadas”.
“Por eso somos partidarios de que América Latina estreche aún más sus lazos con Estados Unidos. Hay un rancio antiamericanismo, de larga tradición, que culpa de todos los males de la región a la democracia estadounidense. No hay que negar que en el pasado se cometieran errores. Pero hoy Estados Unidos debe ser un socio fundamental para garantizar el progreso de la región, su anclaje en el mundo democrático, y puede actuar como un garante activo de la libertad y los derechos fundamentales”.
No es difícil descubrir la cepa de tantos dislates. Pero sí es importante saber que enemigo principal del laicismo en México es la reacción que tiene un ojo puesto en el pasado remoto y otro en los negocios que realiza con el imperio.
Escritor y analista político
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