Las deudas que tiene el clero con la sociedad mexicana son muchas y muy variadas. Mencionaremos ahora solo dos de ellas: por una parte, los nunca revertidos juicios de excomunión contra los héroes de la independencia Don Miguel Hidalgo y Don José María Morelos; y por otra parte el ominoso silencio que ha guardado ante los aberrantes casos de abuso sexual infantil a cargo de miembros del clero, algunos por cierto muy prominentes.
Seguramente Dios no toma muy en serio los oficios emitidos por su burocracia terrenal. Por eso podemos pensar que los padres de la independencia nacional descansan en paz y disfrutan del maná celestial, y no arden en la llama eterna, como los sentenció la Santa Inquisición (por cierto, antes de ser fusilados, las manos de Hidalgo y Morelos fueron quemadas con ácido, por instrucción del tribunal eclesiástico que los condenó).
Han pasado siglos y no ha habido en el clero mexicano la voluntad para enmendar el crimen que cometieron con nuestros máximos héroes nacionales. Mientras los mexicanos les gritamos ¡viva!, cada 15 de septiembre, la santa madre iglesia los tiene condenados a muerte eterna. ¿Cuándo llegará el tiempo en el que la Iglesia pida perdón a los mexicanos por este pecado terrible, monseñor Rivera?
En cuanto a los muchos casos de pederastia en los que han participado, como victimarios, dignatarios de la Iglesia Católica. La jerarquía católica ha guardado un silencio cómplice, y más aun, el propio cardenal Rivera está acusado de proteger a uno de los curas sátiros más temibles. En lugar de lavar sus culpas ante la sociedad, permitiendo un amplio esclarecimiento de todos los casos de abuso sexual infantil, en los que han participado sacerdotes y jerarcas católicos, el alto clero ha optado por el silencio y el ocultamiento.
Lejos mostrar arrepentimiento, la burocracia de la Iglesia ahora pide modificar la Constitución para tener acceso a las escuelas públicas. No consideremos siquiera la pertinencia de esta propuesta, desde el punto de vista de la libertad de culto y la necesaria laicidad de la educación. Pensemos en la situación de grave peligro en la que se pondrían millones de niños. Digámoslo cruda y llanamente: para un cura sátiro un salón de clase lleno de niños es un apetitoso buffet. Y si ese cura cuenta con la protección de la jerarquía católica y de la derecha mocha que ahora usurpa el poder federal, tiene desde hoy certificado de impunidad, cuando mucho lo cambiarán de escuela, o lo mandarán a Los Ángeles, como al cura Aguilar ¿verdad, monseñor Rivera?
Martín Vélez
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