Carlos Fernández-Vega
¿De a cómo las concertacesiones?
Decía un viejo banquero que el negocio de la banca era de largo plazo, de larga maduración, y quien no lo asumiera así tendría que dedicarse a otra cosa. Con el tiempo, el que se tuvo que dedicar a otra cosa fue el propio personaje, porque en sus últimos tiempos la tecnocracia y la pandilla neoliberal habían tomado el poder y privilegiado a los especuladores bursátiles que, por decreto, se convirtieron en neobanqueros.
Pudo atestiguar cómo estos especuladores reventaron los bancos que el salinato les cedió, y cómo el erario asumió el costo del festín, pero ya no cómo el gobierno entregó el sistema nacional de pagos a las trasnacionales financieras y cómo éstas recuperaron sus inversiones en el muy corto plazo, convirtiendo a sus sucursales en México en verdaderas minas de oro (en las que cobran tasas de interés y comisiones impensables en sus naciones de origen), a grado tal que a estas alturas les representan más de una tercera parte de sus utilidades netas globales.
Pues bien, si este viejo banquero renaciera, ni un minuto tardaría en volver a morir tras dar una ojeada a los balances financieros de las instituciones extranjerizadas, sus márgenes de utilidad, la impunidad con la que operan y la complacencia gubernamental.
Casi medio siglo le llevó a ese viejo banquero construir una muy redituable institución financiera, sin que ello lo convierta en santo, pero a las trasnacionales financieras que operan en México les llevó poco más de 10 por ciento de ese tiempo en recuperar la inversión original, mientras la mexicanaza no deja de pagar los platos rotos por el “rescate” y “salvamento” de las instituciones bancarias.
Lo anterior viene a colación porque ayer se divulgaron los resultados financieros 2007 de la banca privada que opera en el país, 90 por ciento de ella extranjera, un indiscutible privilegio que sólo un puñado de países en el mundo (de tercermundistas para abajo) comparten con México.
Así, casi 70 mil millones de pesos en utilidades netas obtuvieron en 2007 los bancos que operan en el país, y de ese monto 53 por ciento terminó en las arcas de Bancomer y Banamex, propiedad de las trasnacionales BBVA (19 mil 600 millones) y Citigroup (casi 19 mil millones).
Cuando el gobierno salinista reprivatizó Banamex, en agosto de 1991, el grupo de “inversionistas” encabezado por Roberto Hernández y Alfredo Harp Helú (los visibles) pagó (se supone) alrededor de 2 mil 300 millones de dólares. Una década después, en mayo de 2001, ese mismo grupo de “inversionistas” lo vendió a Citigroup en 12 mil 500 millones de dólares (mitad en efectivo, mitad en acciones de la trasnacional estadunidense, y ambas libres de impuestos), de tal suerte que los especuladores bursátiles que devinieron banqueros por obra y gracia de Salinas reportaron una tasa de ganancia de 445 por ciento, sin considerar los “apoyos” del Fobaproa y las utilidades obtenidas en esos diez años.
A mediados de 2001, Citigroup concretó la compra de Banamex, y seis años después ha recuperado íntegramente el precio que pagó en efectivo por quedarse con el otrora banco mexicano. En esos seis años, Citigroup acumuló alrededor de 76 mil millones de pesos, equivalentes a cerca de 7 mil millones de dólares.
El caso del Banco Bilbao Vizcaya Argentaria, el BBVA, y Bancomer es todavía más espectacular. En 2004 concretó la adquisición total de la institución construida por Manuel Espinosa Yglesias, misma que reprivatizó el gobierno salinista en octubre de 1991. Entre los nuevos aparecieron Eugenio Garza Lagüera, Ricardo Guajardo Touché, Mario Laborín (director de Nafinsa con Fox, y con Calderón de esa misma institución más el Bancomext) y José Rodolfo González Guzmán. Pagaron, se supone, alrededor de 2 mil 100 millones de dólares.
Una década después, en igualdad de circunstancias con Banamex (apoyos del Fobaproa, etcétera, etcétera), el BBVA concreta la total adquisición de Bancomer, mediante el pago de 4 mil 300 millones de dólares, una tasa de ganancia para Lagüera y compañía de 105 por ciento.
Tres años después de esa operación de compra-venta, el BBVA acumula cerca de 52 mil millones de pesos en utilidades netas, monto equivalente a 4 mil 750 millones de dólares, o lo que es lo mismo lo pagado por Bancomer más 450 millones. Si se considera desde que el banco español metió la mano en Bancomer, las ganancias netas se aproximan a 70 mil millones de pesos. Nada mal para un negocio que se supone de largo plazo, de larga maduración.
En resumidas cuentas, en los últimos siete años la banca que opera en el país acumula cerca de 277 mil millones de pesos en utilidades netas, algo así como 25 mil millones de dólares, mientras los mexicanos, quieran o no, siguen pagando el saldo del “rescate” bancario.
Las rebanadas del pastel
Muchas son las etiquetas que el inquilino de Los Pinos se adhiere para justificar su estancia en la ex Hacienda de La Hormiga. En la más utilizada se alcanza a leer “presidente… del empleo”, pero el término también lo utiliza con otros añadidos: “…del crecimiento económico”, “…de la seguridad”, “…de la vivienda”, “…del bienestar” y “…de los goles”, como ejemplos. Lamentablemente, sólo eso son, pegotes, porque en los hechos ni empleo, ni goles, ni nada. Pero a raíz del Mouriñogate queda claro que la única etiqueta que verdaderamente va acorde con su estilo y actuar es la de “presidente de la impunidad”. ¿Sería tan gentil de informar a la nación cuánto le ha costado al país –porque es el que paga– la impunidad del cachorro Juan Camilo Mouriño? ¿De a cómo las concertacesiones a los prianistas para amarrarla?
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