Carlos Fernández-Vega
Cuando se habla de exportaciones latinoamericanas de inmediato se piensa en materias primas (petróleo, por ejemplo), pero la aberrante realidad socioeconómica regional ha incorporado un “producto” que de forma creciente se coloca en los países altamente desarrollados: mano de obra calificada.
Cierto es que muchas naciones subdesarrolladas no han trascendido la exportación de “banana”, café o petróleo, productos cuya colocación en el mercado internacional se mantiene, para ellas, entre los primeros lugares en lo que a captación de divisas se refiere. Sin embargo, el pavoroso resultado económico que registran desde hace 25 años ha provocado el florecimiento de una nueva y redituable “industria”: el envío de remesas asociado con la expulsión de mano de obra, la cual, rápidamente, se ha convertido en una de las principales generadoras de billetes verdes.
Es de suma importancia el multimillonario volumen de divisas que esa “industria” ha inyectado a las economías de América Latina, vía remesas, lo que ha aliviado la balanza de pagos de prácticamente toda la región, lo que a su vez ha impulsado el discurso de la “solidez” macroeconómica.
Pero tal ha sido el crecimiento de la “industria”, que a estas alturas la “exportación” de mano de obra no se limita a las masas depauperadas carentes de escolaridad alguna, sino que incluya personal altamente calificado que emigra a las naciones desarrolladas en busca de empleo o mejores condiciones de vida, lo que genera una suerte de subsidio educacional de los países expulsores hacia esos centros de trabajo, o si se prefiere el retorno de las remesas con intereses, en detrimento de los países subdesarrollados.
Es, simplemente, la fuga de cerebros que beneficia a los países ricos, que captan esa mano de obra altamente calificada y que abre enormes boquetes en las naciones expulsoras. Sobre este aspecto, la OCDE precisa que “cerca de 12 millones de mexicanos (9.4 por ciento de las personas nacidas en México) viven actualmente en el exterior, la mayor parte en Estados Unidos, donde el porcentaje de migrantes mexicanos creció 8 por ciento entre 2005 y 2006. Contra lo que suele pensarse, la migración es más fuerte entre los segmentos de población con mayor nivel formativo: un tercio de los mexicanos con estudios superiores abandonan su país”.
Así de fácil, costoso y doloroso, social y económicamente, para México y su población: 30 de cada 100 mexicanos con estudios superiores abandonan el país en busca del empleo que la “sólida” economía nacional les niega, o para mejorar su perspectiva de vida, por medio de una remuneración acorde con su profesión y nivel de conocimientos. El erario paga su educación y formación profesional; la economía los expulsa y el beneficio es para terceras naciones, altamente desarrolladas en la mayoría de los casos. Algunos celebrarían esa proporción, porque en países como Jamaica o Zimbawe es de 80 de cada 100.
En la información sistematizada por algunos organismos internacionales, como el Fondo Monetario Internacional, con base en cifras de la OCDE, de la que México forma parte, sobresalen los siguientes datos relativos a la fuga de cerebros:
La primera característica de los datos sobre migración en Estados Unidos que llama la atención es que las personas con educación primaria únicamente es bastante reducida, tanto en valores absolutos como en relación con las demás categorías: alrededor de medio millón de un total de 7 millones de migrantes. No obstante, es posible que la cifra de extranjeros con ninguna o muy poca educación esté subestimada en el censo, si estas personas han ingresado al país de manera ilegal o si no hablan inglés.
El grupo de migrantes más numeroso se compone por personas con educación secundaria de los países de América Central, el Caribe y México. El segundo grupo más importante esté integrado por personas con enseñanza superior procedentes de Asia y el Pacífico. La inmigración proveniente de América del Sur y de África es bastante reducida, aunque la mayor parte de los migrantes africanos cuentan con educación superior.
La fuga de cerebros de muchos países centroamericanos y caribeños hacia Estados Unidos es sustancial: entre las personas con educación superior, la tasa de migración hacia aquella nación de casi toda la región superan 10 por ciento y, en algunos casos, se sitúa en 50 por ciento o más.
El país sudamericano en el que la fuga de cerebros es más notoria es Guyana: 70 por ciento de personas ha migrado hacia Estados Unidos. En los demás, la tasa de migración a suelo estadunidense de las personas con educación superior es mucho menor. La República Islámica de Irán y la provincia china de Taiwán han registrado fugas sustanciales de personas con niveles de enseñanza muy altos (más de 15 y 8-9 por ciento, respectivamente).
Las características de la migración proveniente del resto de América son radicalmente distintas: México encabeza, por amplio margen, la lista de países; la gran mayoría de estas personas tienen educación secundaria y menos de 13 por ciento han cursado estudios superiores. Esta situación es similar en el caso de las naciones más pequeñas de América Central, pero no es así en el caso de países del Caribe; los migrantes de estos países con instrucción superior representan el porcentaje más elevado del total (42 por ciento en el caso de Jamaica y 46 por ciento en el caso de Trinidad y Tobago). Por último, el número de migrantes de América del Sur es relativamente reducido en valores absolutos, y se divide casi equitativamente entre personas con educación secundaria y superior. En la mayoría de las naciones, la tasa de migración más alta corresponde a las personas con enseñanza superior, con la excepción de los países de América Central, Ecuador y Tailandia
Las rebanadas del pastel
Si después de 50 lavadas la mugre no desaparece, lo mejor es tirar la prenda a la basura y remplazarla por una nueva, como deberán entender los lavanderos del PRD.
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