Carlos Fernández-Vega
Cierto clarividente de gran calado asegura que entre 2040 y 2050 la mexicana se convertiría, por obra y gracia de la verborrea gubernamental, en la “quinta economía más importante del mundo”. Cierto es que tal profeta ni siquiera puede con lo que le ha tocado en sus 18 meses de estancia en Los Pinos pero, pecata minuta, ello no le impide divulgar las revelaciones de su micrófono de cristal.
No hay que dedicar mucho tiempo ni neurona para adivinar de quién se trata y lo que, “haiga sido como haiga sido”, le develó su amplificador. El problema, como siempre, es que la realidad no se ajusta al discurso y mucho menos a la proyección, porque en los hechos la “sólida” economía mexicana, que para efectos del aparato propagandístico es “un navío de gran calado”, ha caído cinco escalones en los últimos siete años (del 9 al 14, según cifras de los organismos internacionales).
Por lo anterior, los mexicanos deberían invertir sus cada día más escasos recursos en la adquisición de un sillón lo más mullido y cómodo posible para esperar el advenimiento del progreso y el bienestar revelados por el micrófono de cristal y la citada profecía de la “continuidad”, toda vez que Calderón y sus neo científicos “no nos quitamos de la mente la idea, el objetivo de que para mediados de este siglo XXI México se convierta, como ya muchos pronostican, en la quinta economía más grande del mundo”.
Así que tranquilos, no os desesperéis, pues en el mejor de los casos y siempre que se cumpla la dudosa profecía, ya sólo restan entre 32 y 42 años para que el progreso os envuelva y el primer mundo os reconozca, siempre en línea con la oferta de no pocas religiones, en el sentido de que el presente es mero trámite y el futuro es lo que vale (léase el acceso al reino de los cielos).
Mientras llega tan glorioso momento y del micrófono de cristal emanan más y más revelaciones, la información del presente es tan parecida a la del pasado inmediato que, de plano, sorprende.
Allá por los calenturientos días primermundistas de otro profeta, a la par que dueño del micrófono de cristal, un organismo gubernamental denominado Programa Nacional de Solidaridad (Pronasol, 1993) lanzaba la siguiente, terrible advertencia: “de no llevarse a cabo una política deliberada de redistribución del ingreso, el 10 por ciento de los hogares más pobres del país (los más pobres entre los pobres) tendrían que esperar 64 años para satisfacer sus necesidades esenciales, en caso de que México registrara una tasa sostenida de crecimiento de la economía de 3 por ciento anual por habitante; el siguiente 10 por ciento de los hogares tardaría 33 años; el siguiente 10 por ciento de los hogares pobres esperaría 21 años y el siguiente 10 por ciento 10 años.
“Tres hipótesis sobre el particular: para concretar la primera, que supone que para el año 2007 se mantendrá una distribución del ingreso entre los hogares mexicanos idéntica a la que prevaleció en 1985, el producto interno bruto (PIB) tendría que crecer a una tasa sostenida de 7.4 por ciento anualmente, en términos reales, entre 1986 y 2007; para alcanzar la segunda, que establece que en 2007 se alcanzaría una distribución del ingreso similar a la registrada en el Reino Unido en 1967, el PIB tendría que avanzar 4 por ciento cada año en igual periodo, y para llevar a la práctica la tercera, que estima una distribución del ingreso parecida a la que prevaleció en el pasado reciente en Checoslovaquia o Hungría (en tiempos del bloque soviético), el PIB debería crecer en el mismo lapso a un ritmo anual sostenido de 2 por ciento”.
Han transcurrido 15 años desde aquella advertencia; cuatro profetas han pasado por Los Pinos, compartido la profecía y gozado del micrófono de cristal, y en el mejor de los casos, sólo en el mejor, los mexicanos (de acuerdo con el diagnóstico del Pronasol) a estas alturas gozarían de una distribución del ingreso igual (aunque todo indica que peor) a la registrada antes de 1990 en los citados países del ex bloque socialista. Todo, consecuencia del exitosísimo resultado concreto de la política económica, a la que se aferran.
Eso fue en 1993. En 2008, por medio de La Jornada, nos enteramos del éxito permanente: “ubicado a la zaga del crecimiento económico entre los principales países en desarrollo, México tardará por lo menos 55 años (para el 2063, cuando menos), el lapso que cubren dos generaciones, para asomarse a los niveles de bienestar que gozan hoy los países industrializados. Esta es una de las conclusiones más contundentes de un informe internacional sobre el crecimiento y la inclusión social, auspiciado, entre otras instancias, por el Banco Mundial.
“Además del largo plazo considerado por el reporte para que el país logre colarse a las grandes ligas del desarrollo, existe una condición para que la previsión se cumpla en el tiempo señalado: que la economía mexicana crezca al menos 4 por ciento en promedio anual, una tasa que no han logrado los últimos tres gobiernos, incluidos los años que ha gobernado el Partido Acción Nacional... En el informe, publicado la semana pasada, se menciona que México, con un ingreso promedio por habitante de 9 mil 967 dólares en 2006, ha logrado una modesta tasa de crecimiento económico de 2.4 por ciento en promedio anual durante los últimos 10 años. Si el país lograra sostener un incremento al menos de 4 por ciento cada año de su PIB serían necesarios 55 años para que alcanzara el nivel de ingreso que tienen los países industrializados.
“Gran parte del aumento en la desigualdad se atribuye a la globalización. El resultado es un creciente escepticismo acerca de sus beneficios, tanto en los países en desarrollo como desarrollados”, indica el informe, elaborado durante dos años por una comisión de expertos, ex dirigentes y académicos, sobre todo de países en desarrollo. La Comisión de Crecimiento y Desarrollo fue auspiciada por el Banco Mundial, la Fundación Hewlett, y los gobiernos de Australia, Holanda y Reino Unido” (La Jornada, Roberto González Amador).
Las rebanadas del pastel
Entonces, si como gobernantes son un desastre, como profetas resultan mucho peor.
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