Escrutinio
Juan José Morales
Se acercan las fechas de la gran consulta nacional sobre la reforma petrolera, esa consulta a la que tanto teme el gobierno de Calderón. Y no es para menos, porque —gracias a los debates realizados como resultado de la acción del Frente Amplio Progresista que impidió un albazo legislativo del PRI y el PAN— han estado saliendo a la luz pública hechos que permanecían ocultos pero que demuestran que el gobierno está tratando de engañarnos sobre la situación real de la industria petrolera y de las razones por las que insiste en abrir sus puertas a la inversión extranjera.
Por ejemplo, lo de los famosos yacimientos en aguas profundas, “el tesoro escondido” del que, como caballito de batalla, hablaba la propaganda gubernamental para tratar de justificar la reforma. Se decía que era urgente asociarnos con las empresas extranjeras para explotar esos mantos petrolíferos en el Golfo de México, como ya se está haciendo en otros países, porque de lo contrario esas mismas empresas nos comerían el mandado.
Pero la realidad es que apenas la mitad de los campos petroleros del mundo situados bajo el lecho marino en aguas de más de 500 metros de profundidad están siendo explotados actualmente debido a las dificultades y altos costos, y un tercio de ellos comenzaron a serlo sólo cuando se inició el período de aumento galopante de los precios del crudo. Así lo señaló en un estudio presentado ante los legisladores el economista Fabio Barbosa, del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM.
La urgencia del gobierno de Calderón por perforar en esos campos en el Golfo de México, añade Barbosa, obedece a presiones del gobierno norteamericano, que busca a como dé lugar aumentar la producción para hacer frente a la creciente demanda mundial y garantizar sus propios abastecimientos. Podríamos, por nuestra parte, agregar que al asociarse con empresas norteamericanas para explotar ese “tesoro escondido” —so pretexto de que Pemex no cuenta con la tecnología, los equipos ni los recursos financieros para hacerlo por sí sola—, esas compañías se llevarían una suculenta porción de las ganancias. Y, ya entrados en el camino de la privatización, sus socios mexicanos —que fácilmente puede adivinarse quiénes serán— se quedarán también con una buena tajada.
Sería un grave error, subraya Barbosa, que México “se involucre en una competencia de este tipo (o sea una carrera para perforar en aguas profundas) con el solo propósito de mantener o elevar la producción y las exportaciones. Los altos precios están compensando la disminución por menores volúmenes, y a medio plazo puede lograrse compensar una eventual caída, añadiendo valor agregado, como petrolíferos y petroquímicos, a las exportaciones de Pemex”.
Así es, efectivamente. México está recibiendo cuantiosos ingresos por los altos precios del petróleo, pero buena parte de esas ganancias se van de vuelta al extranjero al tener que importar diesel y gasolina porque —criminalmente— durante 25 años los sucesivos gobiernos del PRI y el PAN no construyeron refinerías. Si las construyéramos —con el dinero que dejan los altos precios del petróleo—, se nos quedaría un porcentaje mucho mayor de los ingresos petroleros. Y si además desarrolláramos una industria petroquímica en vez de ser simples abastecedores de petróleo crudo, otro gallo nos cantara.
“El tesoro escondido” es sólo una quimera. Explotar los campos marinos de aguas profundas sin más propósito que aumentar las exportaciones, sólo beneficiaría a otros, no a México.
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