Luis Hernández Navarro
No hay razón para balances optimistas. Para todos aquellos que esperaban una votación ciudadana masiva, el resultado de la primera fase de la consulta sobre reforma energética dista de ser bueno. La participación fue modesta. En la ciudad de México, epicentro organizativo del ejercicio, apenas alcanzó 870 mil sufragios, contra los 2 millones 213 mil 969 que el Frente Amplio Progresista tuvo en 2006.
Es cierto que la campaña contra la consulta en los medios de comunicación fue abrumadora. Fuerzas políticas muy importantes, incluido el Partido Acción Nacional, movilizaron importantes recursos para ilegitimar la iniciativa. Difundieron, con éxito, la idea de que el Partido de la Revolución Democrática (PRD) no es de fiar. Pero el descalabro no puede explicarse sólo por estos factores. Después de todo, contó para su realización con muy importantes apoyos institucionales.
El referendo fue un hecho positivo, pero estuvo mal diseñado y parido. Hegemonizado por el gobierno de la ciudad de México y por el PRD, pagó el costo del castigo ciudadano a hechos como la tragedia del News Divine, el cochinero de las elecciones internas de ese partido y sus interminables pleitos. Quienes hicieron propaganda en contra no necesitaron decir mentiras. Les bastó preguntar qué confianza podía haber en la organización de la consulta si el instituto político que la promovía hace fraude en el nombramiento de sus dirigentes.
La consulta fue convocada y organizada desde las alturas del poder. Prescindió, en lo esencial, del impulso ciudadano desde abajo. Para muchas personas fue, apenas, un programa gubernamental más. Apenas y logró movilizar a una parte de los ya convencidos. Su principal reto era modificar el sentido común de la gente de a pie que considera que de nada sirve participar en un ejercicio de este tipo, pues de todas maneras el gobierno federal hace lo que quiere. No sólo no lo logró, sino que ni siquiera se propuso hacerlo.
Para promover el referendo se echó mano del personal que trabaja en las delegaciones de la ciudad de México y en el sol azteca. Recorrieron los barrios y colonias de la ciudad distribuyendo volantes, sin ánimo de hablar y escuchar a los vecinos. Dejaron sus materiales informativos en los parabrisas de los automóviles como si se tratara de anuncios comerciales.
No fueron pocos los políticos que se montaron en la iniciativa para promoverse. Como parte de la propaganda a favor de la participación era común encontrar en la ciudad mantas elaboradas con la mejor tradición clientelar del perredismo. Una, ecolocada en la vía pública, tenía pintada la leyenda: “El petróleo es nuestro. Diputado Mauricio Toledo”. Por supuesto, el nombre del legislador por el distrito 30 era mucho más grande que la referencia al petróleo. No fue, ni de lejos, la única.
Hace ya más de 10 años que el sol azteca convirtió la política en un asunto de profesionales a sueldo. Desterró la mística y el compromiso militante tan extendidos en la izquierda mexicana de la década de los 70 y 80. Alejó a la gente de la participación en los asuntos que le competen directamente. Decapitó los movimientos sociales y los metió en la lógica del cretinismo parlamentario más pueril. La consulta no fue ajena a estas prácticas.
Por supuesto, hubo muchos ciudadanos que participaron generosa y desinteresadamente en la promoción de la consulta. Intelectuales y artistas la avalaron, promovieron y supervisaron. Los electricistas elaboraron materiales educativos que explicaban lo que estaba en juego. Pero ninguno desempeñó un papel central. Su esfuerzo se estrelló en el muro de una estrategia dominada por la lógica estatal, a la que se subordinó el protagonismo de la sociedad organizada. El actor visible del ejercicio fue el jefe de Gobierno de la ciudad de México, no los ciudadanos.
La campaña informativa a favor del referendo fue desafortunada. Las preguntas fueron confusas. Muchas de las octavillas distribuidas se imprimieron en color verde, con los textos en tinta negra emplastada e ilegible. A pesar del alboroto mediático, faltó información. Hasta el último momento fue difícil saber adónde ir a votar. No faltaron quienes se enteraron de la iniciativa solamente a través de la televisión.
A pesar de ello, fueron a sufragar quienes con mayor vigor rechazan la privatización petrolera. La consulta les dio un canal de expresión capaz de condensar su opinión. Su voz se convirtió en parte de un amplio coro en lugar de ser una queja aislada.
Convertir esas voces en un mandato hacia los legisladores será otra historia. No basta decir que así debe ser. La mayoría de los integrantes del Congreso se acuerdan de los ciudadanos sólo cuando hay elecciones y solicitan sus votos. Por ello se requiere, de entrada, transformar esa corriente de opinión en una fuerza movilizada con capacidad de presión.
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