El petróleo debe ser de todos
Contra la corriente y contra López Velarde, por aquello de los veneros del diablo, una parte de la opinión pública nacional se propuso examinar, debatir y criticar la cuestión petrolera por más de tres meses con el fin de arribar a conclusiones de política racional y sin atropellamientos. El resultado de esta primera deliberación en el Senado de la República, la Universidad Nacional y otros centros de educación superior está sobre la mesa y la red, en cientos o miles de páginas e intercambios verbales, mensajes electrónicos y propuestas con intenciones de reforma legislativa, lineamientos de política y argumentos técnicos de calidad diversa, pero en su gran mayoría animados por rigor y honestidad intelectuales y convicción ciudadana. Patriótica, diría más de uno.
Es una lástima que el gobierno y sus funcionarios no hayan tomado nota atenta y cuidadosa de lo que se ha dicho sobre la energía, el petróleo y las perspectivas de nuestra industria nacional por excelencia. El discurso más reciente del director de Pemex, en el que le atribuye a López Obrador la culpa por la no aprobación de las reformas propuestas por el presidente Calderón el pasado abril, son reveladoras de este nefasto velo burocrático y de intereses creados que parece haberse apoderado de la sensibilidad y el entendimiento del poder del Estado, así como de importantes grupos del sector privado quienes no se han mostrado dispuestos a abordar la encrucijada petrolera en términos verdaderamente estratégicos, desde el punto de vista de sus propios intereses y beneficios como productores y negociantes. La ideología, en este caso, ha estado del lado derecho del cuadrante con consecuencias graves para el entendimiento político y las relaciones sociales críticas para la conservación de una cohesión social de por sí dañada por tanta crisis y desencuentros en la lucha por el poder constituido.
Salir al paso de las tendencias y fuerzas centrífugas que dominan el ánimo nacional, en especial en la política pero no sólo en ella, es la tarea crucial de la hora, donde se pondrá a prueba el valor y la utilidad social de los partidos, los medios de comunicación y los intelectuales. Nadie podrá alegar desconocimiento o distancia, porque si algo se ha logrado en estos meses es poner de relieve la importancia del debate y la deliberación abiertos, su relevancia como servicio público y su potencialidad como un vector sumergido por el autoritarismo que lo sabía todo de todo pero esencial para contar lo más pronto y mejor que se pueda con una democracia productiva. En esas estamos hoy, y a partir de mañana podemos presumir de que con las iniciativas del Frente Amplio Progresista el país contará con más energía y masa crítica para acercarse a soluciones racionales y congruentes con el interés nacional en el tema petrolero.
La maldición del poeta puede convertirse en posibilidad y promesa posible. Las discrepancias sobre la exclusividad constitucional y la organización y el gobierno de la industria petrolera no podrán ser resueltos en una sentada, y lo peor que podría pasar ahora es que se pretendiese imponer una mayoría de ocasión, tejida por conveniencias oportunistas y de corto plazo, donde privan embrolladas redes de problemas no resueltos y pospuestos por demasiado tiempo. La fragilidad del complejo energético no es contingente sino estructural, y de ahí habrá que partir para tomar decisiones que duren y no dañen ni abran más huecos al edificio del petróleo y la energía.
Lo que no deja de sorprender y preocupar es la contumacia del gobierno, reafirmada en la conferencia del director de Pemex referida arriba. En vez de aprovechar el debate y sus secuelas para convocar a una revisión serena y a fondo de la cuestión petrolera, de cara a los acontecimientos globales y a nuestras propias y genuinas necesidades de desarrollo y seguridad, se ha redoblado una absurda e irrespetuosa campaña mediática en torno al petróleo, mientras la satanización de discrepantes y opositores no ha cesado y podemos temer que se redoble en los días que vienen.
Ojalá y sea de nuevo en el Congreso, tan vituperado y vilipendiado por quienes se hacen eco malévolo de la tragedia humana y buscan convertir el “que se vayan” en leit motiv de su toma del poder, donde se reconstruya el cauce azolvado y se pueda tomar decisiones para la acción inmediata en materia de inversiones y administración, que pongan a Pemex de pie y en condiciones de emprender una ruta de reformas que lo fortalezcan y afirmen como sostén del desarrollo. Que esto es posible, urgente y necesario, ha sido una de las convicciones maestras de los grupos de técnicos, ingenieros, abogados, economistas y otros profesionales que contribuyeron a las iniciativas del Frente Amplio.
Se trata de una convicción que podría ser la base de una configuración nacional diversa a la vez que articulada por el razonamiento ilustrado, que no se riñe con la defensa del interés nacional. No es verdad que la disyuntiva del momento esté entre el pasado y el futuro, entre la modernidad y el atraso; eso sólo lo pueden sostener quienes no conocen los vericuetos de la evolución política y social de los pueblos y más bien se aferran a dogmas y actos de fe contrarios, ellos sí, a cualquier tipo de racionalidad moderna.
En el fondo, la obstinación gubernamental no puede sino desembocar en una negación destructiva del Estado, cuando más requerimos de él para alcanzar un mínimo de seguridad personal y pública. La propaganda contra Pemex como industria estatal, nacional y plenamente integrada sólo puede redundar en más inseguridad y menos confianza en nosotros mismos, con lo cual la globalización no puede sino llevar a nuevos y terribles naufragios.
De consideraciones como ésta se parte en las iniciativas y propuestas del Frente Amplio. No son exclusivas de sus partidos sino parte del patrimonio intelectual y moral que nos legara Cárdenas. Es o puede ser de todos: empresarios y trabajadores, conservadores, liberales o progresistas. Sólo se requiere un poco de sentido común y ganas de seguir siendo nación.
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