Carlos Fernández-Vega
En días pasados la banca extranjera que opera en el país decidió proceder como sólo sabe hacerlo: aumentó brutalmente (100 por ciento en la mayoría de los casos) el monto que por “comisiones” cobra a sus usuarios en prácticamente todo. Nada la sacia, ni siquiera el hecho de que en los últimos ocho años ha multiplicado por tres el ingreso neto por este concepto, el cual acumula, hasta junio pasado, la otrora inimaginable cifra de 343 mil 500 millones de pesos, todos ellos exprimidos a su clientela, y equivalente a cerca de 3.5 por ciento del producto interno bruto mexicano.
En efecto, nada la sacia, pero lo peor es que nadie la detiene. De hecho, más rápida que la caída del triciclo fue la respuesta del Banco de México a la irritación ciudadana provocada por la magnánima decisión de las instituciones bancarias: el subgobernador del Banco de México, Guillermo Güémez García, aseguró que “establecer topes a las tasas de interés y controles a las comisiones no funcionaría; los controles de precios no funcionan en ninguna parte del mundo… en México hay una cultura financiera que está aún pañales” (El Universal, Romina Román Pineda).
La tesis del Banco de México, de la Secretaría de Hacienda y de los últimos gerentes instalados en Los Pinos es que “no es adecuado” regular el cobro de las comisiones bancarias. No lo es, porque “la competencia en un mercado abierto y un mayor volumen de operaciones son las vías para reducir los precios de servicios financieros”, según la más reciente versión (2007) de Guillermo Ortiz Martínez, quien en años pasados intentó, a golpe de discursos y “exhortos”, que se redujera el monto de dichas comisiones.
En los hechos, esa tesis (la “competencia” genera un “mercado abierto”, como se supone lo es el mexicano, y deriva en un mayor volumen de operaciones) lo único que ha provocado es un nuevo cuan brutal aumento en el monto de las comisiones cobradas por el sistema bancario, que se añade a las anteriores, igualmente bestiales. Y esa ha sido la historia de los últimos ocho años, para no irnos más atrás, en los efímeros tiempos de la reprivatización salinista. A estas alturas, pues, lo que en el año 2000 la incontrolable cuan incontrolada banca que opera en el país obtenía en un año por concepto de comisiones, ahora lo acumula en un cuatrimestre.
Resulta escalofriante, porque esos 343 mil 500 millones de pesos que por comisiones acumula la banca (2000-2008, hasta junio) se traduce en un ingreso neto diario (incluidos sábados, domingos y días festivos) cercano a 111 millones de pesos, o si se prefiere a poco más de 4.6 millones de pesos por hora. ¿En qué parte del mundo le permiten esta atrocidad? Sencillísimo: en México, su paraíso.
Lo mejor del caso es que el Banco de México ahora defiende una “tesis” por años combatió, y como todo siempre apuestan a la falta de memoria, va una repasada por lo que el propio Guillermo Ortiz defendía, así fuera en el discurso, en torno al asunto de las onerosas cuan indiscriminadas comisiones bancarias.
En 2002, el ex secretario de Hacienda dijo a los banqueros que en un ambiente de estabilidad de precios, “la rentabilidad de la banca debe apoyarse en lo fundamental en sus actividades de crédito. Debido a los bajos niveles de crédito al sector privado, la banca ha buscado fuentes alternativas de ingresos, como los cobros por el uso del sistema de pagos. Las rentas excesivas que eventualmente podrían generarse a partir de la administración del sistema de pagos, deberán desaparecer por la propia competencia en el sector o por la acción regulatoria de la autoridad. Por su importancia en el desarrollo de la actividad productiva y por su condición de bien público, la autoridad debe inducir que los costos de las transacciones sean acordes con los parámetros internacionales y no estén influidos por conductas tendientes a reducir la eficiencia de nuestra economía y a afectar la distribución del ingreso”.
Dos años después, también en ocasión de la convención bancaria, subrayó: “el hecho es que en México las comisiones parecen ser en general bastante más elevados que los que prevalecen en otros países. Y, repito, no se han reducido con el volumen, como sería de esperarse en un entorno competitivo. A mi juicio, es claro que las altas rentas económicas que estas actividades generan deben tender a desaparecer por la acción de la competencia. De lo contrario, las autoridades deben intervenir para impedir prácticas que tiendan a reducir la eficiencia de nuestra economía y a afectar la distribución del ingreso… En un entorno de estabilidad de precios, la rentabilidad de la banca debe apoyarse en lo fundamental en sus actividades de crédito. No en la generación de rentas en actividades en las que es limitada la participación de otros oferentes de esos servicios. En ese sentido, me permito mencionar la importancia de la aprobación en enero pasado por parte del Congreso de la Ley para la transparencia y ordenamiento de los servicios financieros. Dicho ordenamiento le otorga al Banco de México facultades para normar el cobro de comisiones, cuotas interbancarias y otros aspectos relacionados con la prestación de los servicios financieros. Ello, con el fin de propiciar la transparencia y proteger los intereses del público y (evitar que) las comisiones no se fijen como producto de prácticas oligopólicas”.
Ya en 2005 Ortiz mostraba su “cansancio” porque nadie le echaba un lazo en eso de las comisiones y la intervención de la (supuesta) autoridad: “una de las razones de la baja adopción es que el público consumidor continúa percibiendo que el nivel de las comisiones bancarias es elevado, incluyendo las asociadas con el uso de medios de pago”. Un año después prefirió hablar del clima y en 2007 comenzó a mencionar que “no es adecuado” regular el asunto de las comisiones, mientras a los bancos nadie los detiene en eso de servirse con la cuchara grande.
Cuando concluya el presente año y ante la vista gorda de las autodenominadas autoridades financieras, los bancos habrán acumulado alrededor de 37 mil 500 millones de dólares por comisiones netas (la diferencia entre las cobradas y las pagadas). Lo anterior, si es que no las vuelven a aumentar.
Las rebanadas del pastel
Cierto es que se complica por el riguroso tren de vida, pero, ante el vacío de autoridad, hay que hacer un esfuerzo y tratar de pagar los servicios en las oficinas de las empresas que los prestan, no en los bancos. Recuerden que no todos vivimos en Los Pinos ni podemos ser tan optimistas como el niño del triciclo y su mundo feliz.
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