El 15, "La noche del presidente"
ÍNDICE POLÍTICO
FRANCISCO RODRÍGUEZ
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FRANCISCO RODRÍGUEZ
LA TAREA AÚN está incompleta. Los integrantes de esta Legislatura federal aún no terminan de desacralizar a la obsoleta institución presidencial, cuyos tintes monárquicos, imperiales, los mantenían sumisos, avasallados, en perenne estado de vergüenza pública. Ya acabaron con "el día del Presidente". Bien. Deben ir ahora tras "la noche" en la cual todos los mexicanos nos sentimos ofendidos por el acaparamiento del principal de los balcones del Palacio Nacional.
Ya no más excesos en el Palacio de San Lázaro. Que tampoco los haya en el principal de los edificios públicos de la Plaza de la Constitución. Que el titular del Ejecutivo ya no sea quien ondee la bandera –el señor Felipe Calderón, no puede hacerlo ahora mismo: está baldado del hombro izquierdo— ni haga repicar la campana que alguna vez estuvo en el templo de Dolores, Guanajuato. Que sea un representante, quien lo haga en su lugar.
No más "días del presidente". Tampoco "noches". Que los señores legisladores reformen las leyes y las costumbres. Que cambien el formato de "El Grito". Para evitarle dolores musculares al señor Calderón –y eventuales rechiflas desde la plancha del Zócalo--, que ya no haya más "madrugadas del presidente".
La propuesta anterior, por supuesto, es tan estúpida como la que ayer entró en vigor. Legisló el constituyente permanente con dedicatoria. Sólo para evitar el tradicional bochorno anual que, desde la época de Miguel de la Madrid en Los Pinos, han sufrido quienes desde el poder han sido incapaces de construir consensos, pactar políticas y mediatizar actitudes beligerantes. Antes, al contrario, exacerban.
Y luego calambachean o, dijera el clásico: catafixean, el favor de no aparecer públicamente en ceremonias embarazosas para ellos, por prebendas o quién sabe qué negocios que invariablemente han de afectar al erario.
Presumen senadores y diputados que ahora sin la presencia del Ejecutivo en el inicio de labores del Legislativo este poder sale ganando. Se equivocan. Al transar con la ausencia presencial del titular del otro poder, son sus dizque representados quienes hemos perdido.
Y si bien en San Lázaro ya no tendrán que lidiar con la ocupación durante semanas del recinto, por parte de la milicia del Estado Mayor Presidencial, ni las cámaras y los micrófonos del canal del Congreso serán sólo para el invitado, los contribuyentes nos hemos quedado con las ganas de ver el rostro de quien nos ve la cara al señalar que "todo va muy bien".
Por ello, en la misma (i)lógica, debería cambiarse, pero ya, el formato de "El Grito".
Dedicado al señor Calderón, quien no podrá mover el brazo izquierdo y, por lo tanto, no hará ondear el lábaro patrio, cual ha sido la costumbre.
Total, la ceremonia sólo la disfrutan los invitados a los patios y salones del Palacio Nacional, donde se sirven copas y ambigúes, cuando no hasta cenas donde se escancian los mejores vinos de las cavas oficiales.
Dicho cambio de formato, claro, también sería con dedicatoria.
Sólo hasta que en Los Pinos haya quien sea un estadista. Quien no divida a los gobernados. Quien trabaje, sin distingos, para todos. Quien merezca el aplauso y el reconocimiento generalizado.
Mientras…
Ya no más excesos en el Palacio de San Lázaro. Que tampoco los haya en el principal de los edificios públicos de la Plaza de la Constitución. Que el titular del Ejecutivo ya no sea quien ondee la bandera –el señor Felipe Calderón, no puede hacerlo ahora mismo: está baldado del hombro izquierdo— ni haga repicar la campana que alguna vez estuvo en el templo de Dolores, Guanajuato. Que sea un representante, quien lo haga en su lugar.
No más "días del presidente". Tampoco "noches". Que los señores legisladores reformen las leyes y las costumbres. Que cambien el formato de "El Grito". Para evitarle dolores musculares al señor Calderón –y eventuales rechiflas desde la plancha del Zócalo--, que ya no haya más "madrugadas del presidente".
La propuesta anterior, por supuesto, es tan estúpida como la que ayer entró en vigor. Legisló el constituyente permanente con dedicatoria. Sólo para evitar el tradicional bochorno anual que, desde la época de Miguel de la Madrid en Los Pinos, han sufrido quienes desde el poder han sido incapaces de construir consensos, pactar políticas y mediatizar actitudes beligerantes. Antes, al contrario, exacerban.
Y luego calambachean o, dijera el clásico: catafixean, el favor de no aparecer públicamente en ceremonias embarazosas para ellos, por prebendas o quién sabe qué negocios que invariablemente han de afectar al erario.
Presumen senadores y diputados que ahora sin la presencia del Ejecutivo en el inicio de labores del Legislativo este poder sale ganando. Se equivocan. Al transar con la ausencia presencial del titular del otro poder, son sus dizque representados quienes hemos perdido.
Y si bien en San Lázaro ya no tendrán que lidiar con la ocupación durante semanas del recinto, por parte de la milicia del Estado Mayor Presidencial, ni las cámaras y los micrófonos del canal del Congreso serán sólo para el invitado, los contribuyentes nos hemos quedado con las ganas de ver el rostro de quien nos ve la cara al señalar que "todo va muy bien".
Por ello, en la misma (i)lógica, debería cambiarse, pero ya, el formato de "El Grito".
Dedicado al señor Calderón, quien no podrá mover el brazo izquierdo y, por lo tanto, no hará ondear el lábaro patrio, cual ha sido la costumbre.
Total, la ceremonia sólo la disfrutan los invitados a los patios y salones del Palacio Nacional, donde se sirven copas y ambigúes, cuando no hasta cenas donde se escancian los mejores vinos de las cavas oficiales.
Dicho cambio de formato, claro, también sería con dedicatoria.
Sólo hasta que en Los Pinos haya quien sea un estadista. Quien no divida a los gobernados. Quien trabaje, sin distingos, para todos. Quien merezca el aplauso y el reconocimiento generalizado.
Mientras…
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