1. Cuando el gobierno estadunidense decide en 1933 suspender la guerra interna contra los bebedores, productores, traficantes y vendedores de alcohol, y legalizar su consumo, no es por cierto porque haya descubierto que el alcohol es bueno, que beneficia a la población. Más bien acaba la guerra porque descubre que la guerra no es ganable en un futuro próximo.
¿Es ganable en un futuro próximo la guerra del Estado mexicano contra el narcotráfico? No parece serlo, dado que las fuerzas del Estado están profundamente infiltradas por el enemigo.
2.
Y suponiendo que la guerra es ganable en un futuro mediato, en cuatro, diez, quince años, como más de un funcionario ha declarado, la pregunta obligada -la misma que los prohibicionistas tuvieron que hacerse en 1933-, es: ¿a qué costo es ganable? Es decir, ¿qué país nos dejará una guerra cruenta y larga?
Es inevitable: A mayor represión, el narco responderá con mayor violencia, incluido el terrorismo, y destinará mayores recursos a la corrupción de las policías, del Ejército y de la estructura de gobierno. Cabe imaginarse entonces el país que nos dejará una guerra larga.
Un país de ánimos rotos y violentos. Con una fuerza pública y un Estado aún más dudosos. Un país dañado en su infraestructura y deteriorado en sus relaciones con el mundo. Un país sin turismo y sin inversión extranjera.
Por eso, también, no a la guerra.
3.
Y si en cuatro, diez, quince años la guerra no se gana -se pierde o se empata-, el panorama es igualmente desmoralizador. Nos preguntaremos, como se preguntan los iraquíes y los estadunidenses de hoy respecto a la guerra en Irak: ¿para qué tanta sangre vertida, tanto dinero derrochado, tanta distracción?
4.
Las elecciones de 2006 fueron un referéndum sobre dos proyectos para el país. La izquierda ofreció colocar la justicia social como prioridad. El PAN ofreció crecimiento económico y, como consecuencia, empleos para todos. En el fondo, izquierda y PAN compartían un diagnóstico: México se había vuelto más y más pobre, y más y más inactivo; había que rescatarlo de la pobreza y la parálisis.
La guerra contra el narco ha cambiado de súbito la agenda nacional. Y, sin embargo, nuestros pendientes urgentes siguen siendo la pobreza y la falta de crecimiento económico.
Por eso, también, no a la guerra.
5.
Cuando la prohibición del alcohol terminó en EU, los estadunidenses descubrieron que no todos los que bebían alcohol eran alcohólicos y degenerados. Ahora, 75 años después, una gran campaña televisiva anuncia el último descubrimiento: los doctores de Estados Unidos recomiendan una copa diaria a las mujeres y dos copas a los hombres "para mejorar su condición cardiaca y su tensión arterial".
En México debemos redescubrir lo que ya sabíamos: No todos los que consumen droga son drogadictos, están arruinados y dañan a los otros. En México se ha consumido mariguana desde épocas precolombinas, por motivos místicos, de conocimiento, curativos y de diversión. Y la cocaína la consumen los jóvenes de nuestra clase alta en sus fiestas desde hace décadas, y sólo una porción de jóvenes está enganchada a la miseria de la adicción.
El problema de la drogadicción -de la adicción a la droga- debe deslindarse del combate al narcotráfico y atenderse en sí mismo como lo que es, un grave problema de salud pública.
6.
Lo mismo el robo y el secuestro: son los dos crímenes que más y más seguidamente hieren a los ciudadanos, hoy en día. En la Ciudad de México, donde secuestro y robo se reprimen directamente, pero sin la participación del Ejército, sus números no han crecido, según un estudio del CIDE.
7.
Hay opciones a esta guerra. Expertos en el tema han mencionado medidas que, combinadas en una estrategia, tendrían un gran impacto.
El combate a las adicciones. Abaratar de golpe la droga legalizando la producción personal para el autoconsumo. Descubrir y expropiar las redes económicas del narcotráfico. Depurar a las policías y al Ejército de sus miembros corruptos. Preparar nuevos policías bien formados y bien remunerados. Subsidiar a los campesinos cultivadores de droga para que dediquen sus terrenos a otros cultivos. Cerrar las aduanas al ingreso de armas.
Y la opción que nadie se atreve a mencionar y, sin embargo, fue común en sexenios priistas: negociar con los capos de la droga.
Por algo Estados Unidos, donde confluyen ríos de droga de todo el mundo y donde se encuentra el mayor número de consumidores, no ha declarado una guerra frontal en su territorio contra el narcotráfico. Más conveniente le parece una guerra de bajo impacto, es decir: la persecución de los narcotraficantes; un programa de soluciones que no implican la violencia frontal; y, eso sí, el aliento a México para que nosotros sí padezcamos una guerra en nuestras calles.
Por eso, también, no a la guerra. l
¿Es ganable en un futuro próximo la guerra del Estado mexicano contra el narcotráfico? No parece serlo, dado que las fuerzas del Estado están profundamente infiltradas por el enemigo.
2.
Y suponiendo que la guerra es ganable en un futuro mediato, en cuatro, diez, quince años, como más de un funcionario ha declarado, la pregunta obligada -la misma que los prohibicionistas tuvieron que hacerse en 1933-, es: ¿a qué costo es ganable? Es decir, ¿qué país nos dejará una guerra cruenta y larga?
Es inevitable: A mayor represión, el narco responderá con mayor violencia, incluido el terrorismo, y destinará mayores recursos a la corrupción de las policías, del Ejército y de la estructura de gobierno. Cabe imaginarse entonces el país que nos dejará una guerra larga.
Un país de ánimos rotos y violentos. Con una fuerza pública y un Estado aún más dudosos. Un país dañado en su infraestructura y deteriorado en sus relaciones con el mundo. Un país sin turismo y sin inversión extranjera.
Por eso, también, no a la guerra.
3.
Y si en cuatro, diez, quince años la guerra no se gana -se pierde o se empata-, el panorama es igualmente desmoralizador. Nos preguntaremos, como se preguntan los iraquíes y los estadunidenses de hoy respecto a la guerra en Irak: ¿para qué tanta sangre vertida, tanto dinero derrochado, tanta distracción?
4.
Las elecciones de 2006 fueron un referéndum sobre dos proyectos para el país. La izquierda ofreció colocar la justicia social como prioridad. El PAN ofreció crecimiento económico y, como consecuencia, empleos para todos. En el fondo, izquierda y PAN compartían un diagnóstico: México se había vuelto más y más pobre, y más y más inactivo; había que rescatarlo de la pobreza y la parálisis.
La guerra contra el narco ha cambiado de súbito la agenda nacional. Y, sin embargo, nuestros pendientes urgentes siguen siendo la pobreza y la falta de crecimiento económico.
Por eso, también, no a la guerra.
5.
Cuando la prohibición del alcohol terminó en EU, los estadunidenses descubrieron que no todos los que bebían alcohol eran alcohólicos y degenerados. Ahora, 75 años después, una gran campaña televisiva anuncia el último descubrimiento: los doctores de Estados Unidos recomiendan una copa diaria a las mujeres y dos copas a los hombres "para mejorar su condición cardiaca y su tensión arterial".
En México debemos redescubrir lo que ya sabíamos: No todos los que consumen droga son drogadictos, están arruinados y dañan a los otros. En México se ha consumido mariguana desde épocas precolombinas, por motivos místicos, de conocimiento, curativos y de diversión. Y la cocaína la consumen los jóvenes de nuestra clase alta en sus fiestas desde hace décadas, y sólo una porción de jóvenes está enganchada a la miseria de la adicción.
El problema de la drogadicción -de la adicción a la droga- debe deslindarse del combate al narcotráfico y atenderse en sí mismo como lo que es, un grave problema de salud pública.
6.
Lo mismo el robo y el secuestro: son los dos crímenes que más y más seguidamente hieren a los ciudadanos, hoy en día. En la Ciudad de México, donde secuestro y robo se reprimen directamente, pero sin la participación del Ejército, sus números no han crecido, según un estudio del CIDE.
7.
Hay opciones a esta guerra. Expertos en el tema han mencionado medidas que, combinadas en una estrategia, tendrían un gran impacto.
El combate a las adicciones. Abaratar de golpe la droga legalizando la producción personal para el autoconsumo. Descubrir y expropiar las redes económicas del narcotráfico. Depurar a las policías y al Ejército de sus miembros corruptos. Preparar nuevos policías bien formados y bien remunerados. Subsidiar a los campesinos cultivadores de droga para que dediquen sus terrenos a otros cultivos. Cerrar las aduanas al ingreso de armas.
Y la opción que nadie se atreve a mencionar y, sin embargo, fue común en sexenios priistas: negociar con los capos de la droga.
Por algo Estados Unidos, donde confluyen ríos de droga de todo el mundo y donde se encuentra el mayor número de consumidores, no ha declarado una guerra frontal en su territorio contra el narcotráfico. Más conveniente le parece una guerra de bajo impacto, es decir: la persecución de los narcotraficantes; un programa de soluciones que no implican la violencia frontal; y, eso sí, el aliento a México para que nosotros sí padezcamos una guerra en nuestras calles.
Por eso, también, no a la guerra. l
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