17 noviembre 2008
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Sería un mundo habitado por el silencio, una fiesta para los criminales, un aliciente para los políticos corruptosSergio Arau se preguntó qué sucedería si toda la población latina de California desapareciera de la noche a la mañana, ¿se daría cuenta Norteamérica del aporte a la economía, la cultura y la vida cotidiana que 14 millones de personas hacen al estado de California? Arau plantea que, a veces, las sociedades no pueden valorar lo que tienen hasta que lo pierden.
Hace una década reporteras y reporteros de México comenzaron a desentrañar las historias de los cárteles de la droga. El PRI mantenía negociado el silencio sobre las mafias, a José Luis Santiago Vasconcelos lo entrenó la DEA para ser fiscal antidrogas, y el entonces gobernador Mario Villanueva acosaba, amenazaba y perseguía a periodistas que se atrevieron a escribir sobre sus vínculos con el narco. Fueron las y los periodistas quienes lograron que la sociedad comprendiera a lo que se enfrentaría. Cuando Felipe Calderón tenía una incipiente carrera política y no hablaba de narcotráfico, el periodismo mexicano advirtió la posibilidad de que el crimen organizado se apropiara de pueblos y ciudades, de policías, alcaldes y gobernadores.
Personas como José Armando Rodríguez Carreón, reportero de El Diario de Juárez, nos enseñaron el significado de la ética periodística, del compromiso con la comunidad. Hace cuatro días fue asesinado por los narcotraficantes a quienes investigó durante años.
El periodismo es una linterna para iluminar al mundo; un buen periodismo nos permite entender lo que sucede en nuestra comunidad, nos ayuda a revelar aquello que impide que nuestros derechos humanos se respeten plenamente. Un buen periodismo educa, descubre, revela, ayuda a formar opinión; enciende una flama que ilumina al mundo; que incita nuevas ideas y genera procesos de solidaridad global. Estos a su vez, sensibilizan a más gente sobre la tragedia del dolor humano provocado por los humanos. Un buen periodismo hace la diferencia en la velocidad con que la sociedad reacciona ante un genocidio o un temblor. Cada vez que un gobierno como el mexicano permite la impunidad del asesinato de una reportera o reportero, no sólo arrebata a la sociedad su derecho de conocer la realidad, silencia también a quienes temen perder la vida por decir la verdad.
Imaginemos un día del mundo sin periodistas. Nadie sabría lo que sucede en su comunidad. Ni el clima, ni el tráfico, ni los peligros, ni las buenas nuevas, ni los pequeños milagros cotidianos. Sería un mundo habitado por el silencio, una fiesta para los criminales, un aliciente para los políticos corruptos y abusivos. Un día sin periodistas es lo que nos espera si la comunidad internacional no reacciona adecuadamente ante el silenciamiento de las y los reporteros del mundo que muestran las violaciones a los derechos humanos.
Albert Einstein decía que el mundo es un lugar terrible, no por lo que hacen los malos, sino por aquello que las personas buenas dejan de hacer. Conversando con un general, le escuché uno de los elogios más grandes para cualquier periodista. Dijo que hace años él logró comprender la sicología del narco mexicano gracias al periodista Jesús Blancornelas.
En su soberbia tanto el Presidente como muchos gobernadores subestiman los asesinatos de periodistas. Ahora con la guerra, han olvidado que durante años las y los reporteros fueron quienes le explicaron a México cómo, cuándo y dónde nacieron, se reprodujeron y fortalecieron los cárteles de las drogas que hoy devastan a México.
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