lunes, noviembre 17, 2008

Revolú del Nuevo Siglo

Había estado nevando toda la noche y su gentil caer había por instantes adormecido al charro completo. Sabía que hacia las cuatro, mucho antes del amanecer, tejerían fajines con las patas de 500 caballos sobre la blancura intocada de la nieve.

¡Que extraño era todo esto! Lejos de su paradisiaco Anenecuilco, de sus mil vertientes cristalinas, de sus mil bondades. El paraíso subtropical de eterna primavera se había trocado en estos parajes al pie de los imponentes volcanes, poblados de oyamel y ocotl pero a esta altura, solo por sus faldas casi desérticas e interminables ahora cuajadas de este manto suave y silente. Tenía que ser hoy y desde aquí; no había de otra. Los pelones ocupaban los pueblos del valle y sus informantes hubieran destruido la que era casi su principal arma; la sorpresa.

Recordaba entonces a su muy querido tata Gabriel.

-Padre, ¿por qué llora? -Porque nos quitan las tierras. -¿Quiénes? -Los amos. -¿Y por qué no pelea contra ellos? –Porque son poderosos. –Pues cuando yo sea grande haré que las devuelvan.

Habían sido demasiado los atropellos. Las haciendas cañeras engullían como serpientes los fundos legales que habían sido ratificados desde hace tiempo, siglos, por los virreyes. Era claro. Él tenía esos papeles. La sagrada tierra de los Tatas y de los Tatas de los Tatas, que había sido nuestra desde el inicio de los tiempos, ahora y por mucho, ha sido acaparada y hasta inundada por las represas de los sedientos ingenios de los hacendados. Tequesquitengo, el bello Tequesquitengo, era un ahogado allá en el fondo y sus gentes expulsadas. “Nos dejan las tierras montañosas o pedregosas que no sirve e las mejores que son de pan llevar son las que pretenden quitar…” Han sido demasiados los atropellos. Arrinconado ¿qué hace el gato montés?

Lo único que se escuchaba era el respirar jadeante de las montas, su ocasional resoplido y su suave zanquear sobre la suavidad del manto de nieve. Desde el invencible zaino bialbo al frente hasta la yegua más cerril de la retaguardia, todas cargaban silla vaquera, chaparreras bordadas, bozalillo, gargantón y riendas de seda con muchas motas, cabezadas con chapetones de plata como también de plata las cadenas. Al puño la cuarta, reata de lazar, machete costeño y rifle de repetición. La callada tropa de élite; pantalones ajustados de casimir negro con botonadura de plata, chaqueta de holanda, camisa de algodón blanca, gasné al cuello, botines de piel de una pieza, espuelas amozoqueñas, pistola al cinto y en esta tierra los gruesos y coloridos ponchos de lana. El sombrero charro era un asombro; tejido con cinco mil nudos de lo más apretados detenía al machete y hasta a las balas. Básico.

Ya clareaba y poco a poco las siluetas mudas iban tomando forma. La nieve devolvió el primer rayo de sol; había escampado y desde ahí iniciaron la carga quinientos jinetes a galope. Del pueblo una pequeña mancha se alcanzaba a ver, mancha que se volvió un reverberante, alucinante y colorido torbellino sobre el manto blanco de los volcanes en busca de justicia.

Arq.EduardoBistráin

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