25 diciembre 2008
La guerra contra el narco es una historia mal contada
Es tal el caos de la violencia que lo más destacado del año son las frases de dos ciudadanos agraviados
La guerra contra el narco es una historia mal contada. Como si empezaras con el último acto y concluyeras con el primero. Por eso nadie cree la versión oficial de que vamos ganando cuando testimoniamos cada día un nuevo baño de sangre por las balaceras entre narcotraficantes con policías y tropas. Cuando son incesantes las ejecuciones masivas, los levantones y los descabezaderos en todo el país. Cuando el mapa de esta violencia irracional —antes focalizado en algunas zonas— se extiende ahora a todo el territorio. Cuando todavía hace poco los soldados le meten cuatro balazos por la espalda a una mujer por pasarse un retén en Escobedo, Nuevo León. Menos peor que cuando los militares mataron a una familia completa en Sinaloa.
Cómo creer que vamos ganando si todos los órganos policiacos y de justicia están infestados de empleados del crimen organizado que trabajan oficialmente como jefes en la Procuraduría General de la República y en la Secretaría de Seguridad Pública federal. Si quienes se encargan de capturar a los capos de la droga se ocupan en realidad de darles los pitazos sobre las operaciones en contra de ellos. Si cuando los llegan a detener, aunque sea por casualidad, los dejan escapar rápidamente. Si los agentes encargados del combate al secuestro no sólo son cómplices de los criminales, sino de plano ejercen de secuestradores.
Cómo creer que vamos ganando si la famosa Operación Limpieza se limita hasta ciertos niveles del organigrama y ya no más arriba por decreto presidencial. Si esa limpia que se pretende hoy debió haber sido al principio como requisito fundamental para una batalla en serio. Y no ahora que todo está podrido. La obra de teatro patas pa’rriba.
Una guerra sin honra en la que en el mismo año que se va hizo su aparición un elemento inédito: el terrorismo. Y es que las granadas de Morelia estremecieron no sólo la plaza el 15 de septiembre, sino todo el andamiaje institucional en esta contienda absurda en la que nadie sabe dónde están los buenos pero sí dónde están los malos. En ambos bandos, por supuesto. Por esto tantas versiones contradictorias sobre los bombazos. Ninguna convincente sobre los responsables. Aunque ahora también circulan otras francamente estremecedoras y perversas sobre los verdaderos autores intelectuales.
Es tal el caos de la violencia que lo más destacado del año son las frases de dos ciudadanos agraviados por una delincuencia cada vez más cruel e impune. Primero, el empresario Alejandro Martí, cuyo hijo fue secuestrado y muerto en un crimen en el que participaron agentes oficiales y que generó tal corriente de furiosa opinión pública que obligó a un Acuerdo Nacional por la Seguridad, la Justicia y la Legalidad. Un acto en el que el bombo y el platillo se acallaron ante la frase atronadora de Martí: “¡Si no pueden, renuncien!”.
Inmediatamente después, otro drama mediático en el que la frase recordable es todavía más contundente: “¡Eso es no tener madre!”, expresada por el ex director de la Conade y también empresario Nelson Vargas. Un hartazgo verbal dirigido a la ineptitud de las autoridades que durante más de un año fueron incapaces de un solo avance en el caso del secuestro de Silvia Vargas Escalera, una joven llena de bellas promesas y cuya vida fue truncada por una aparente impericia de sus captores. Como si ahora se necesitaran criminales expertos.
En suma, un año manchado por la sangre y sumido en la amargura. En el que lo único rescatable son nuestras todavía no perdidas capacidades de indignación y asombro.
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