El año 2008 será recordado como un momento de transición en el que se dieron cambios cualitativos importantes en el panorama internacional. Se movieron los ejes de poder y se profundizaron problemas globales que, sin ser novedosos, sí adquirieron dimensiones cuya magnitud no se había sospechado. El mundo será otro después de 2008. No se pueden predecir los rumbos que tomará, porque la incertidumbre es, justamente, la herencia más notoria del presente año.
México no ha expresado en su actuar internacional una respuesta a los desafíos que se viven. La inseguridad y la violencia se colocaron en el centro de atención, minimizando otros temas que no lograron disipar la imagen esencial de México como un país de crímenes y secuestros. La lucha contra el crimen organizado domina en 2008 la atención del Ejecutivo, de los medios, de la sociedad en su conjunto, y se convierte en el eje en torno al cual gira, al parecer, la vida del país. Desde el punto de vista internacional, 2008 es un año de crisis globales cuya primera manifestación fue la crisis alimentaria que pocos habían previsto con tanta virulencia. Tres fueron los puntos que mayormente atrajeron la atención: el alza en los precios de productos básicos que afectó, principalmente, el consumo de las capas más pobres de la población mundial; su vinculación con el cambio climático, y la influencia que tuvo en esa crisis la producción de energéticos a partir del maíz. En esa crisis estaban, pues, resumidos dos grandes problemas que se ciernen sobre la humanidad en el futuro: los efectos del cambio climático y el dilema de disminuir el uso de combustibles fósiles sin afectar otros sectores de la economía, como la producción de alimentos. La crisis anterior pasó a segundo término cuando estalló la crisis financiera, cuya profundidad aún no se conoce plenamente y cuyos efectos han sido devastadores en términos de caída generalizada de las tasas de crecimiento, recesión, desempleo, falta de crédito, entre otros problemas. El bienio 2009-2010 dará cuenta del éxito o fracaso de las medidas que a lo largo del mundo se están adoptando para contener la recesión económica. Pocas veces una crisis financiera -que a diferencia de las anteriores no se originó en un país en desarrollo, sino en el centro mismo del poder capitalista internacional- había producido tal sentimiento de incertidumbre sobre los efectos que pueda tener. El tema del empleo se presenta, por lo pronto, como aquel en donde las repercusiones ya son claras y de gravedad. Esas crisis coincidieron con un movimiento en las relaciones de poder internacional que deja serios interrogantes para la segunda década del siglo XXI. El tema de mayor importancia es el papel de Estados Unidos. Con dos guerras sin terminar, problemas económicos internos de gran magnitud (allí fue donde estalló la crisis) y la presencia de otros poderes económicos que ahora son sus acreedores, como China, Estados Unidos ha perdido la imagen de potencia invencible que lo caracterizó los primeros años del presente siglo. No obstante, ese país ha obtenido un triunfo para su imagen internacional por el desarrollo y resultados de su proceso electoral. Primeramente, porque se ha erigido en un ejemplo del buen funcionamiento de la democracia. La elección de Barack Obama significa no sólo un acontecimiento histórico en términos de problemas raciales, sino también la credibilidad de una democracia que permitió transitar con transparencia de un presidente con bajísima popularidad y repudiado a nivel mundial hacia otro que goza de inmensa aceptación entre las nuevas generaciones y en la opinión pública mundial. No sabemos cómo va a ejercer el poder el presidente electo de Estados Unidos. Nos referiremos a ello al hablar en nuestra próxima columna sobre los desafíos de 2009. En todo caso, Estados Unidos no acaba 2008 con la mirada escéptica que despertaba hace apenas algunos meses. Obama ha sido capaz de levantar ilusiones sobre las posibilidades de actuar, internacionalmente, inclinándose hacia el multilateralismo e, internamente, con base en un programa económico similar al famoso New Deal del presidente Roosevelt. En el caso de México, el año a punto de terminar no favorece su lugar en el mundo. Dos hechos marcarían una excepción de la afirmación anterior. Por una parte, la elección al Consejo de Seguridad, que abre posibilidades para adquirir mayor presencia y prestigio; por otra, la pertenencia al Grupo de los 20, que permite tener voz en la reconfiguración del sistema financiero internacional. Más allá de esos temas, nuestro país ha llamado la atención de la opinión pública mundial por las malas razones. Las noticias de BBC y de CNN, o las portadas y artículos de revistas, se han encargado de transmitir al mundo de manera constante los niveles de violencia que aquí se viven. Las tendencias normales en los medios, y una política de comunicación inexistente o muy mal concebida por parte del gobierno mexicano, han evitado que se vean otros aspectos de nuestra realidad. Es difícil cuantificar el efecto de la mala imagen en el comportamiento de la inversión extranjera, en el turismo y en la salida de capitales de México por parte de empresarios que prefieren buscar oportunidades en otra parte. Lo cierto es que salir al mundo llevando como principal mensaje la audacia de combatir el crimen organizado, pero sin presentar resultados convincentes de tal combate, no reditúa en términos de imagen. Al terminar 2008 se empieza a hablar de México como Estado fallido; una apreciación obviamente exagerada pero que deja como advertencia la urgencia de combatirla. l
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