Carlos Fernández-Vega
En cambio, queda bien con los grandes industriales, los que menos empleos generan
Allá por los dorados tiempos de la campaña electoral, un candidato chaparro, pelón y de lentes (Manuel Espino dixit) aseguraba que “lo que no le cobren a la gente a través de tarifas se lo van a cobrar a través de más impuesto, o a través de más inflación, o a través de más deuda, que también son más impuestos a final de cuentas; la clave está en desenmascarar ese engaño”.
Más de dos años después, ese candidato, impuesto como inquilino de Los Pinos, a esa misma gente le ha cobrado más impuestos, le ha incrementado la deuda, le ha duplicado, cuando menos, la tasa inflacionaria comprometida y, para redondear, no se ha cansado en eso de aumentar precios. Es el mismo personaje que en campaña prometió reducir tarifas eléctricas a “los más necesitados” (“los que menos tienen” era una frase de la competencia).
Pues bien, para no ser tan estrictos hay que decir que cumplió esa promesa de campaña, aunque con un pequeño desvío de objetivo: no ha reducido tarifas eléctricas a “los más necesitados”, sino a quienes más tienen, o lo que es lo mismo a los grandes industriales del país, los que menor empleo generan, pero se quedan con la gran tajada. “No se trata de sacarle a la gente de una bolsa para metérsela en la otra”, decía en campaña. Y también cumplió, con el matiz de que “la otra” bolsa pertenece al gran capital industrial, que suele serlo, también, de las finanzas y los servicios.
De acuerdo con cifras de la Secretaría de Energía, los consumidores de energía eléctrica que dan cuerpo a la gran industria no pasan de 700, o lo que es lo mismo, 0.002 por ciento del universo. A quienes en tiempos de campaña prometió reducirles las tarifas eléctricas no les ha cumplido, por mucho que represente, cerca de 90 por ciento de dicho universo.
La empresa mediana, según la misma estadística, consumidora de energía eléctrica agrupa a 223 mil establecimientos, 0.7 por ciento del citado universo, con el agravante de que este sector es un gran generador de empleo, junto con la mediana y pequeña empresa.
Si se atiende el “argumento” de campaña, 99.998 por ciento de los consumidores de energía eléctrica en el país no son candidatos a que el ahora inquilino de Los Pinos cumpla su promesa de campaña. En cambio, 0.002 por ciento sí, y lo es tanto que el gobierno decidió –sin utilizar el aparato propagandístico, como suele hacerlo con sus “obras para que vivamos mejor”– retirar subsidios a los consumidores domésticos para rencauzarlos a los siempre democráticos barones de la industria.
Leemos en La Jornada de ayer: “en forma subrepticia, el gobierno federal modificó en el último bimestre de este año las tarifas del servicio eléctrico para beneficiar a los grandes industriales y mayores consumidores del país y darles mejores condiciones de pago, e incluso está trasladando a los empresarios subsidios que tenían los usuarios domésticos, mientras para los ciudadanos en 2009 las tarifas de luz se incrementarán en forma mensual… En cuanto a la modificación de las tarifas a escala nacional, información de las secretarías de Hacienda y Energía revela que desde la última semana de noviembre se cambió el esquema tarifario para ‘eliminar el efecto de la volatilidad de los precios de los combustibles y (evitar) que las variaciones inflacionarias’ afectaran a los industriales del país que tienen elevados consumos. Según Hacienda, se trata de ‘atenuar’ el impacto del mayor costo de la energía para los grandes productores del país –nacionales como extranjeros–, ampliar las opciones de pago y adoptar un esquema de cargos fijos para los usuarios industriales de alta tensión… Para el líder del Sindicato Mexicano de Electricistas, Martín Esparza, de nueva cuenta se trata de beneficiar a las empresas privadas y darles mejores condiciones de pago, e incluso se trasladan subsidios que tenían los usuarios domésticos a los industriales. Sin embargo, para los consumidores domésticos durante 2009 seguirá incrementándose el costo de la energía eléctrica, ya que los cobros se determinan tomando como referente el costo de la unidad de medición del gas internacional y no el costo de producción nacional” (nota de Patricia Muñoz).
En dos años de “continuidad”, siempre según la Secretaría de Energía, los hogares consumidores de energía eléctrica se incrementaron alrededor de 8 por ciento; los comerciales cerca de 7 por ciento; los agrícolas 3.6 por ciento; los de la empresa mediana casi 14 por ciento y los pertenecientes a la gran industria cero por ciento; es decir, son los mismos quienes, un año sí y el siguiente también, son receptores de un beneficio que en tiempos de campaña fue comprometido para el grueso de los mexicanos. Y tiene razón: no es lo mismo el voto de los habitantes de casi 28.5 millones de hogares, que los de 700 grandes empresarios; tampoco los tiempos son iguales: una vez instalado en Los Pinos, los importantes son los segundos, y los primeros que arreen.
Mientras a unos les reducen las tarifas eléctricas, al resto se las incrementan, porque de alguna parte hay que sacar los recursos para que la gran industria –igual de grande cuando de financiamiento de campañas políticas se trata, no sin olvidar su grueso altero de facturas bajo el brazo– sea “estimulada” y pueda alcanzarse el objetivo de “atenuar” el impacto inflacionario (Hacienda dixit).
De acuerdo con el Banco de México, desde que el gobierno federal registró, así sea en silencio, que el “catarrito” carstensiano (de Agustín Carstens) tenía dimensiones de pulmonía doble, el crecimiento del índice de precios en electricidad ha sido superior a 34 por ciento (junio-noviembre), una proporción soberanamente alejada de aquella promesa de campaña sobre la reducción de tarifas.
Lo mejor del caso es que ya se aproxima una nueva etapa electoral, y el único consuelo que queda a los mexicanos es pasar la factura a los candidatos y partidos políticos incumplidores de promesas de campaña. De ser así, el problema resultante es que México se quedaría sin unos y otros.
Las rebanadas del pastel
En todas las ya innumerables ocasiones en las que en público ha narrado su fábula del cuento de la lechera (léase tras la aprobación de las “reformas” a la Ley del ISSSTE, gasolinazo, “fiscal”, de Petróleos Mexicanos, el presupuesto “histórico”, etcétera, etcétera), el inquilino de Los Pinos ha incluido aquello de “tarifas eléctricas más accesibles para los mexicanos”. En todas, pero a la hora de hacer el balance las susodichas tarifas sólo registran incrementos, lo que motiva la conclusión de que los únicos mexicanos son los barones de la industria (y de las finanzas, los servicios, el agro, etcétera), y el resto simples pagadores de los excesos del inquilino de Los Pinos.
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