08 abril 2009
"El debate acerca del Estado fallido no debe ser sobre la definición,
sino sobre por qué las instituciones del sistema económico y político
han fracasado en servirle a Mèxico y los mexicanos".
Agosto Roo.
I
El Estado fallido es una denominación convencional, desde la perspectiva de la texonomía política estadunidense contemporánea, aunque polémica y ambigua e imprecisa, para identificar un Estado cuyos fracasos de gestión son generalizados.
Tal podría ser, bajo esa definición, el caso del Estado mexicano. Desde la perspectiva del pueblo, las gestiones de aquél a favor de éste han fracasado, aunque sean notoriamente exitosas a favor de la oligarquía.
Y, consecuentemente, ésta --la oligarquía-- y su alcance periférico de influencia material-cultural e intelectual, con representación electoral incluso, consideran la gestión del Estado mexicano distante e inexacta del calificativo de fracasada.
Empero, hágase la salvedad que esos fracasos generalizados del Estado mexicano no tienen por origen el quehacer inepto y corrupto del sexenio corriente --el de Felipe Calderón--, como parece ser la percepción pública.
La génesis de esos fracasos del Estado mexicano tampoco se localizaría en las gestiones sexenales de Vicente Fox, Ernesto Zedillo, Carlos Salinas y Miguel de la Madrid, pese a sus cortedades y discrecionalidades metaconstitucionales.
No. Esos fracasos se remontarían a los predecesores de los mandatarios aludidos. José López Portillo, Luis Echeverría, Gustavo Díaz Ordaz, Adolfo López Mateos, Adolfo Ruiz Cortínes, Miguel Alemán Valdés, Manuel Ávila Camacho y Lázaro Cárdenas.
II
En rigor histórico, los fracasos generalizados del Estado mexicano remontaríanse al siglo XIX, desde el Primer Imperio --Iturbide fue el jefe de ese Estado--, la fase republicana federal y centralista y hasta los períodos juarista y porfirista.
Sin embargo, para efectos prácticos en el tratamiento del tema pártase del periodo revolucionario --desde Madero hasta sus sucesores, principalmente Carranza, Obregón y Calles-- y posteriores.
La percepción historicista --un compás de 75 años-- indicaría que el Estado mexicano digamos moderno, institucionalizado como secuela de la Revolución, fue estructurado para incurrir en fracasos sistémicos en los anhelos de las masas de excluidos.
Muchos --millones-- en esas masas de excluidos hicieron posible la victoria militar y política de Madero, Carranza, Obregón y Calles, motivados por las ideologías de la esperanza y la reivindicación; sus descendientes, hoy, ignoran esa contribucióasn.
La percepción aquí descrita es verismo debido a que el elemento constitivo mayor, más importante y principal, del Estado, que es el pueblo --los excluidos--, no es servido estrucuralmente por el otro elemento constitutivo subordinado, el poder político.
Naciò, pues, el Estado mexicano para fracasar en la correspondencia entre dos de sus elementos constitutivos --pueblo y poder político--, aunque para triunfar en otros aspectos, el de su razón de ser real, disfrazada mediante guisas aviesas.
Cierto. Por un lado, el poder político del Estado sirve a sus personeros --la mal llamada clase polìtica que, por cierto, no es una clase social-- y/o a intereses que representa de hecho y a veces de derecho. Éstos intereses no son los del pueblo.
III
Abúndese, sin distraernos del tema, en la naturaleza de los intereses que los personeros del poder político del Estado mexicano han representado desde 1914, fecha arbitraria que, no obstante, emblematizan con Carranza un rediseño del Estado.
Carranza buscó equilibrar los intereses que representaba el poder político del Estado con los sociales que, en las teorías del Estado institucional y Estado democrático, debía atender urgente e imposponiblemente en aras de la estabilidad y la gobernabilidad.
Pero esos equiibrios fueron, a no dudarlo, frágiles, como se observa en la versión original de la Constitución de 1917, en cuya letra (aunque no en su espíritu) existe más no prevalece, la preocupación inspirada en la filosofía de la justicia social.
Lo que prevalecen son otros imperativos filosóficos, ideológicos y políticos. Prevalece un conjunto de instituciones que servirían --como han servido desde entonces-- a los intereses devenidos del desarrollo del capitalismo de los siglos XIX, XX y XXI.
Esos intereses se explican, pues, en la filosofía del capital y no en la de lo social. La armonización constitucional plena y cabal, deseada y buscada, no fue posible. El Estado se diseñó para esos fines: atender los imperativos del desarrollo capitalista.
Ello, señálese, no implica que el capitalismo --ni el capital, sino de sus posesionarios, usufructuantes, promotores y operadores-- sea malo para México, por lo menos en teoría. Pero la historia demuestra que sí actúa contra el interés social.
La gestión de fracasos generalizados del Estado mexicano en lo social --que incluiría la simulación democrática y la corrupción como estilo de gobernar-- tiene por telón de fondo su antípoda dialéctica: los éxitos particularizados en beneficio de la oligarquìa.
Concluiríase que los fracasos generalizados del Estado mexicano (o del poder político de éste) en lo social no son atribuibles sin la concatenación y el "continuum" históricos al desempeño del Espuriato calderonista. éste es sólo estafetario.
Sabiéndose ello e interpretar la historia antojaríase posible discernir las soluciones; éstas no vendrán del poder político del Estado antisocial y prooligárquico, sino de las avanzadas vanguardistas ciudadanas del pueblo incluso por la vía electoral.
ffponte@gmail.com
Glosario:
Antípoda: opuesto. Al otro extremo.
"Continuum": concatenación lógica de diferentes estructuras dentro de un mismo sistema que expresa una línea de desenvolvimiento histórico.
Oligarquìa: grupo de personas pequeño de dueños y/u operadores de capital en bancos, industria, comercio de bienes, especulaciòn financiera y bursátil, monopoolios y oligopolios que les permite influir en las ramas más importantes de la economía y en las decisiones políticas del Estado.
sino sobre por qué las instituciones del sistema económico y político
han fracasado en servirle a Mèxico y los mexicanos".
Agosto Roo.
I
El Estado fallido es una denominación convencional, desde la perspectiva de la texonomía política estadunidense contemporánea, aunque polémica y ambigua e imprecisa, para identificar un Estado cuyos fracasos de gestión son generalizados.
Tal podría ser, bajo esa definición, el caso del Estado mexicano. Desde la perspectiva del pueblo, las gestiones de aquél a favor de éste han fracasado, aunque sean notoriamente exitosas a favor de la oligarquía.
Y, consecuentemente, ésta --la oligarquía-- y su alcance periférico de influencia material-cultural e intelectual, con representación electoral incluso, consideran la gestión del Estado mexicano distante e inexacta del calificativo de fracasada.
Empero, hágase la salvedad que esos fracasos generalizados del Estado mexicano no tienen por origen el quehacer inepto y corrupto del sexenio corriente --el de Felipe Calderón--, como parece ser la percepción pública.
La génesis de esos fracasos del Estado mexicano tampoco se localizaría en las gestiones sexenales de Vicente Fox, Ernesto Zedillo, Carlos Salinas y Miguel de la Madrid, pese a sus cortedades y discrecionalidades metaconstitucionales.
No. Esos fracasos se remontarían a los predecesores de los mandatarios aludidos. José López Portillo, Luis Echeverría, Gustavo Díaz Ordaz, Adolfo López Mateos, Adolfo Ruiz Cortínes, Miguel Alemán Valdés, Manuel Ávila Camacho y Lázaro Cárdenas.
II
En rigor histórico, los fracasos generalizados del Estado mexicano remontaríanse al siglo XIX, desde el Primer Imperio --Iturbide fue el jefe de ese Estado--, la fase republicana federal y centralista y hasta los períodos juarista y porfirista.
Sin embargo, para efectos prácticos en el tratamiento del tema pártase del periodo revolucionario --desde Madero hasta sus sucesores, principalmente Carranza, Obregón y Calles-- y posteriores.
La percepción historicista --un compás de 75 años-- indicaría que el Estado mexicano digamos moderno, institucionalizado como secuela de la Revolución, fue estructurado para incurrir en fracasos sistémicos en los anhelos de las masas de excluidos.
Muchos --millones-- en esas masas de excluidos hicieron posible la victoria militar y política de Madero, Carranza, Obregón y Calles, motivados por las ideologías de la esperanza y la reivindicación; sus descendientes, hoy, ignoran esa contribucióasn.
La percepción aquí descrita es verismo debido a que el elemento constitivo mayor, más importante y principal, del Estado, que es el pueblo --los excluidos--, no es servido estrucuralmente por el otro elemento constitutivo subordinado, el poder político.
Naciò, pues, el Estado mexicano para fracasar en la correspondencia entre dos de sus elementos constitutivos --pueblo y poder político--, aunque para triunfar en otros aspectos, el de su razón de ser real, disfrazada mediante guisas aviesas.
Cierto. Por un lado, el poder político del Estado sirve a sus personeros --la mal llamada clase polìtica que, por cierto, no es una clase social-- y/o a intereses que representa de hecho y a veces de derecho. Éstos intereses no son los del pueblo.
III
Abúndese, sin distraernos del tema, en la naturaleza de los intereses que los personeros del poder político del Estado mexicano han representado desde 1914, fecha arbitraria que, no obstante, emblematizan con Carranza un rediseño del Estado.
Carranza buscó equilibrar los intereses que representaba el poder político del Estado con los sociales que, en las teorías del Estado institucional y Estado democrático, debía atender urgente e imposponiblemente en aras de la estabilidad y la gobernabilidad.
Pero esos equiibrios fueron, a no dudarlo, frágiles, como se observa en la versión original de la Constitución de 1917, en cuya letra (aunque no en su espíritu) existe más no prevalece, la preocupación inspirada en la filosofía de la justicia social.
Lo que prevalecen son otros imperativos filosóficos, ideológicos y políticos. Prevalece un conjunto de instituciones que servirían --como han servido desde entonces-- a los intereses devenidos del desarrollo del capitalismo de los siglos XIX, XX y XXI.
Esos intereses se explican, pues, en la filosofía del capital y no en la de lo social. La armonización constitucional plena y cabal, deseada y buscada, no fue posible. El Estado se diseñó para esos fines: atender los imperativos del desarrollo capitalista.
Ello, señálese, no implica que el capitalismo --ni el capital, sino de sus posesionarios, usufructuantes, promotores y operadores-- sea malo para México, por lo menos en teoría. Pero la historia demuestra que sí actúa contra el interés social.
La gestión de fracasos generalizados del Estado mexicano en lo social --que incluiría la simulación democrática y la corrupción como estilo de gobernar-- tiene por telón de fondo su antípoda dialéctica: los éxitos particularizados en beneficio de la oligarquìa.
Concluiríase que los fracasos generalizados del Estado mexicano (o del poder político de éste) en lo social no son atribuibles sin la concatenación y el "continuum" históricos al desempeño del Espuriato calderonista. éste es sólo estafetario.
Sabiéndose ello e interpretar la historia antojaríase posible discernir las soluciones; éstas no vendrán del poder político del Estado antisocial y prooligárquico, sino de las avanzadas vanguardistas ciudadanas del pueblo incluso por la vía electoral.
ffponte@gmail.com
Glosario:
Antípoda: opuesto. Al otro extremo.
"Continuum": concatenación lógica de diferentes estructuras dentro de un mismo sistema que expresa una línea de desenvolvimiento histórico.
Oligarquìa: grupo de personas pequeño de dueños y/u operadores de capital en bancos, industria, comercio de bienes, especulaciòn financiera y bursátil, monopoolios y oligopolios que les permite influir en las ramas más importantes de la economía y en las decisiones políticas del Estado.
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