martes, mayo 19, 2009

Penuria en el paraíso


Cozumel, la isla mexicana a la que cada año llegaban más de mil cruceros con alrededor de 3.5 millones de turistas, presenta sus hoteles, restaurantes y bares vacíos. Mientras la secretaria de Turismo del estado dice que están al borde del colapso, y el alcalde asegura que el ayuntamiento se halla a punto de la quiebra, algunos habitantes, que reciben mínimas despensas del DIF, consideran que el desastre de la influenza –causa por la cual Estados Unidos prohibió atracar allí a sus cruceros hasta el pasado viernes 15– ha sido peor que el de los huracanes.

ISLA COZUMEL, Q.R.- El lujoso crucero The Seven Seas Navigator abandonó con lentitud el muelle de Punta Langosta y enfiló hacia el mar poniente, dejando atrás una larga cauda de espuma que destellaba a la luz de la luna, como si fuera la cola plateada de un cometa.Desde la costa, muchos isleños vieron alejarse a la blanca y espigada embarcación con sus turistas a bordo, hasta que se perdió en la oscuridad del Caribe. Esa noche del 25 de abril pasado el oleaje se mecía tranquilo, mientras que un viento suave arrastraba el olor del sargazo.No había indicios de alarma. Fue por eso que ni los más supersticiosos pobladores presagiaron la desgracia que se les venía encima. Nadie imaginó que, tras la epidemia de influenza, ese fue el último crucero al que las autoridades estadunidenses permitieron anclar en la isla de Cozumel durante más de dos semanas. Una prohibición cuyas secuelas aún están por verse. Don Ramón Herrera recuerda que a la agencia de buceo donde trabaja, Aqua Safari, llegaron la mañana de ese día un grupo de gringos que bajaron del crucero, pidiendo ir a bucear a los arrecifes:“Les dimos sus escafandras y los llevamos en lancha a bucear. Se divirtieron. Después regresaron al Seven Seas junto con los demás turistas. Había muy buen clima. Al crucero lo vimos partir por la noche. Nunca imaginamos que sería el último que veríamos por quién sabe cuánto tiempo”, dice.Don Ramón se levanta su cachucha, se limpia con un pañuelo el sudor de la frente y señala los comercios cerrados de la calle que corre por el malecón: “Mire las consecuencias. El malecón vacío y los comercios cerrando. Aquí vivimos sólo del dinero que dejan los cruceros. Pero ya llevamos más de dos semanas sin recibir uno solo. No podremos resistir mucho tiempo.”Con sus altas palmeras, la calle del malecón es un larguísimo escaparate de tiendas de superlujo que se levantaron para consumo exclusivo de los pudientes cruceristas. Ahí se alinean confortables comercios con aire acondicionado en los que abunda sobre todo la compraventa de diamantes. En cuestión de joyería –presumen los cozumeleños–, la isla compite con los mejores comercios de la Quinta Avenida de Nueva York.Y en un alarde de mármoles y cristales, las más renombradas firmas de moda abrieron sus boutiques en la isla: Cartier, Chemise Lacoste, Hugo Boss, Channel, Pineda Covalín…No faltan tampoco los comercios de artesanía mexicana que traen su plata de Taxco, su barro de Oaxaca, sus textiles de Chiapas o sus guayaberas de lino de Yucatán. Al producto nacional se le dio cabida… Lo mismo al cubano; proliferan las exóticas tiendas de habanos con piso rechinante de duela, olorosas a tabaco y adornadas con fotos del Che Guevara jugando golf.Pero muchas de esas tiendas de plano cerraron. En sus vitrinas hay avisos que dicen: “Closed”… “closed”… “closed”… Aún logra mantener sus puertas abiertas Gallery Istanbul, un enorme y suntuoso almacén que vende alfombras y mobiliario oriental.“Este es el local más grande de la isla. Y definitivamente, aquí sólo venía el turista de alto estatus económico y cultural que viajaba en crucero. Podía encontrar antigüedades del Tíbet, o alfombras hechas a mano en Turquía, Pakistán, Irán o China”, dice Carlos Quintal, el joven ejecutivo de ventas, mientras recorre el pasillo donde se exponen arcones, cómodas, espejos y tapetes.Se detiene un momento y dice: “Como ve, mucho de este mobiliario el turista no lo podía llevar consigo en el barco. Pero era lo de menos, nosotros se lo enviábamos a su domicilio, hasta su país de origen”.
–¿Bajaron mucho sus ventas?
–¡Muchísimo! Casi a 100%. Anteriormente vendíamos unos 20 mil dólares a la semana. Ahora, sólo alguno que otro objeto de bajo precio.
–¿Planean cerrar?
–Los dueños decidirán. Por lo pronto, ellos se sostienen con sus sucursales en Estados Unidos. Hasta en Alaska tienen una. Para los 80 mil habitantes de la isla el golpe fue brutal, pues las familias dependen de los meseros, camareros, taxistas, jardineros y demás empleados turísticos cuyos ingresos provenían de las embarcaciones turísticas del extranjero.En los hoteles y restaurantes se aplica un paliativo de emergencia: los empleados se turnan para laborar un día y descansar otro, por lo que su trabajo se redujo a la mitad, lo mismo que su salario. Y esta medida –aseguran algunos– no podrá sostenerse por mucho tiempo.Carlos, un joven mesero del hotel Casa Mexicana, muestra el restaurante vacío y se lamenta: “¡Vea! Todo está muerto. A pesar de que nos turnamos para trabajar cada tercer día, somos mucho personal para atender a los poquísimos turistas. De seguir las cosas igual, el hotel cerrará y nosotros nos quedaremos sin empleo”.La situación empeora para quienes no tienen un salario fijo, como Álvaro Dzib, un hombre moreno de origen maya que se vino de Izamal, Yucatán, atraído por la bonanza que dejaban los cruceros. Bajo el sol ardiente, Dzib permanece de pie a un lado de su calesa, enganchada a un caballo escuálido de ojos legañosos. Dzib espera sin suerte la llegada de por lo menos un turista que le pague unos cuantos pesos por un paseo en el carruaje.
–Por lo menos un turista. Por lo menos uno. Por lo menos uno –murmura en letanía, para darse ánimos.
–¿Cuánto cobra por el paseo?
–Cobraba 350 pesos. La mitad se va para el dueño de la calesa y el caballo, y la otra mitad para mí. Pero la cosa se puso tan mal, que tuvimos que bajar el precio a 250 pesos. Y ni aun así. Llevo cinco horas esperando a que me caiga un cliente.
–¿Todos los caleseros están pasando por una situación como la suya?
–Todos, todos. Ninguno se escapa. Lo peor es que sólo nos permiten trabajar hasta las seis de la tarde. Se va llegando esa hora y no quiero regresar a la casa sin un centavo. Ahí me esperan mi mujer y mis tres hijos, que necesitan comer.
Álvaro Dzib observa a una pareja que supone son turistas y se abalanza sobre ella. “Un paseo, patrones, un paseo”. La pareja escapa a paso rápido.Dzib regresa a la calesa, desesperado. Palmea el lomo del flaco caballo y vuelve a repetir: “Por lo menos uno… por lo menos uno”.Los más de mil taxistas viven también desesperados. Era uno de los gremios más favorecidos por el turismo. Ahora, aquí y allá, se ven taxis y más taxis estacionados en hilera, aguardando a algún pasajero.Miguel Cimé está recargado en su taxi de franjas rojas, que pertenece al sitio de Punta Langosta, el ultramoderno muelle estilo Tec –con sus tiendas Duty free incluidas– al que diariamente llegaban miles de turistas.“No nos dábamos abasto subiendo pasaje –recuerda Cimé. Antes aquí había un hormiguero de gente. Nosotros éramos los que movíamos al turismo a todas partes. Los restaurantes y bares nos daban comisiones por los turistas que les llevábamos. Yo ganaba un promedio de mil 500 pesos al día.”
–¿Y ahora?
–Ahora ni para comer nos alcanza. La cosa está para llorar. Con decirle que a los taxistas el gobierno ya nos empieza a dar despensas de comida. Pero éstas no alcanzan para mantener a la familia. Imagínese la crisis por la que estamos pasando.“Y esto es una cadena. Si yo estoy construyendo un cuarto en mi casa, pues tengo que decirle a los albañiles: ‘Párenle porque no tengo dinero’. Y así se va la cadena, jalando parejo con carpinteros, herreros y electricistas. Tenemos que apretarnos el cinturón al grado de que ni siquiera les damos dinero a nuestros hijos para que vayan a la escuela.”
“Al borde del colapso”
Al desembarcar en Cozumel, los turistas de los cruceros solían recorrer la carretera costera de la isla. Ver la arena blanca contrastando con el azul transparente del mar. Caminar por las rocas de las playas. Sentir la brisa en la cara. Chapotear entre las olas. Rentar motocicletas para hacer el recorrido. Pero ya sin turismo, las pequeñas arrendadoras de estos vehículos están en quiebra.Sentado en el quicio de su negocio, desde donde se atisba al fondo, alineada, la flotilla completa de motonetas, Rafael Chávez comenta: “Antes rentaba un promedio de 15 motonetas diarias. Ahora aquí no se paran ni las moscas. Ya no puedo sostener el changarro. Tendré que cerrar”.César Zepeda, presidente de la Asociación Nacional de Operadores de Actividades Acuáticas y Turísticas, asegura que los pocos turistas extranjeros que deambulan por la isla son sobre todo buzos que arribaron por un medio de transporte distinto al crucero:“Los buzos tienen espíritu aventurero, no los detiene la alerta sanitaria por el virus de la influenza. Y llegan aquí porque saben que Cozumel ofrece muchas ventajas a ese deporte, empezando por su gran variedad de arrecifes.”Reconoce Zepeda que, sin embargo, el buceo también decayó:“En la isla había alrededor de 600 buzos por día, el mayor número que cualquier otro lugar en el mundo. El buceo era una mina de oro; ahora ya no.” Y sí, en las costas de la isla puede verse a los pocos buzos extranjeros embutidos en sus escafandras. Se tiran al agua y observan el fondo rocoso a través del visor. A su lado, se balancean las lanchas en cuyo interior están dispuestos los tanques de oxígeno de repuesto.La cozumeleña Sara Latife, secretaria de Turismo de Quintana Roo, asegura preocupada:“Cozumel es el destino turístico más afectado en el país. ¡Está paralizado! Ni en la peor pesadilla imaginamos que nos ocurriría esto. La ocupación hotelera se desplomó. Estamos al borde del colapso.”Mientras que el alcalde de Cozumel, Juan Carlos González, no duda en decir: “Estamos ante una emergencia social, pues Cozumel era el líder mundial en arribo de cruceros, y lo que antes era motivo de orgullo, hoy es nuestra mayor desgracia, pues toda nuestra economía gira en torno a los cruceros. Hoy la gente no tiene ni para pagar la luz. Hasta el ayuntamiento está en crisis; hemos dejado de recaudar impuestos.”–¿Qué escenario vislumbra?–Tenemos temor de que, debido al desempleo, comience el pillaje. Pero los ladrones no tendrán a quién vender lo robado. Ni cómo huir. Vivimos en una isla.Carnival y Royal Caribbean eran las dos principales compañías navieras que surtían de cruceros a la isla. Con base en Miami, Florida –su llamado home port–, estos descomunales “hoteles flotantes” llegaban a transportar cada uno hasta 6 mil pasajeros y tripulantes. Durante un día completo desparramaban a sus turistas en Cozumel, para luego recogerlos y proseguir su viaje por otros puertos del Caribe.Aquí se veía con mucha familiaridad a esos lujosos cruceros equipados con piscinas, casinos, teatros, pistas de baile, salas de cine y gimnasios: Monarch of the Seas, Explorer of the Seas, Liberty of the Seas, Majesty of the Seas… Javier Zetina González, director de la Administración Portuaria Integral (API) de Quintana Roo, recuerda los prósperos tiempos:“Cada año llegaban a Cozumel más de mil cruceros. Nuestros tres muelles siempre estaban ocupados por estas embarcaciones, principalmente en temporada alta.”Anualmente, agrega, en los cruceros venían aproximadamente 3 millones 500 mil personas –entre pasajeros y tripulación–, y cada persona dejaba a la isla una derrama de 50 dólares en promedio. “Nosotros en la API también estamos perdiendo, puesto que cada crucero nos dejaba 70 mil pesos. En fin, hoy estamos padeciendo nuestra dependencia del extranjero”, se lamenta Zetina.Efectivamente, las compañías navieras tienen su sede en Estados Unidos. Y fue el Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) de ese país el que, a finales de abril, prohibió a los cruceros atracar en los puertos mexicanos. Cozumel ha sido el más afectado. El pasado viernes 15 de mayo, el secretario de Turismo mexicano, Rodolfo Elizondo, anunció que la CDC levantaba su prohibición. ¿Para cuándo las navieras restablecerán sus rutas a Cozumel? ¿Todos los cruceros que llegaban volverán a venir? ¿Se normalizará la actividad económica 100%? Aún no se sabe. Elizondo anunció que lanzará una campaña de promoción internacional para limpiar la mala imagen que se tiene de México en el extranjero.Mientras tanto, largas filas de personas se forman en torno a las oficinas del DIF municipal para recibir su “despensa básica”: un kilo de frijol, un kilo de arroz, un kilo de azúcar, dos kilos de Maseca, una botella de aceite y una bolsa con sopa de pasta.“Por lo menos la despensa sirve para no traer la panza vacía. La falta de cruceros nos dejó más amolados que los huracanes”, comenta doña Lucía, una cincuentona que hace fila en la calurosa explanada del DIF.Cada noche, después de cerrar su pequeño local de artesanías donde no se para ni un cliente, don Amado Arévalo sale con sus dos hijos a las playas del norte de la isla. Ahí –oculta entre los matorrales– tienen una ligera lancha de aluminio tumbada panza arriba. La arrastran a la playa, se introducen remando al mar y se ponen a pescar pargos con cordeles enrollados en carretes.“Si no fuera por la pesca ya nos hubiéramos muerto de hambre”, dice don Amado, al momento de lanzar el cordel con el anzuelo.

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