Por Fausto Fernández Ponte
22 junio 2009
“El régimen político presidencial, tal cual, ya no funciona”.
Manlio Fabio Beltrones.
I
Conforme aproxímase la fecha de las elecciones para renovar la Cámara de Diputados y, en algunos de los 31 Estados Unidos Mexicanos, los poderes Ejecutivo y Legislativo locales y ayuntamientos, el debate acerca del llamado voto nulo parece intensificarse.
En ese debate entre políticos de modus vivendi –distintos de los políticos de vocación de servicio, que son escasísimos--, intelectuales y académicos, periodistas y, sin duda en la burocracia partidista, se han abordado casi todos los aspectos de este asunto.
El tema ha sido debatido desde enfoques variopintos, cosmovisiones particulares y societales –de clase--, políticas y partidistas, filosóficas, históricas, sociológicas y hasta antropológicas y con arreglo a otras disciplinas de las ciencias sociales.
Incluso, se ha debatido la miríada de aspectos de este tema tan complejo --votar o no votar o votar anulando el sufragio o sufragar cual táctica de “voto útil”/“voto inútil”—y de las intencionalidades, motivaciones y propósito desde perspectivas constitucionales.
Esto nos plantea una falacia axial –central, sin duda-- del llamado “estado de derecho” en México, cuya impecabilidad filosófico-jurídico va a contrapelo, por un lado, de la experiencia social y política histórica mexicana, y por otro, la realidad vera.
Ésta –la realidad vera— es abrumadoramente insoslayable, omnipresente, dominadora, la cual se manifiesta con la elocuencia misma de su propia naturaleza, sin retoricismos ni sofismas ni simulaciones ni duplicidad discursiva ni ambigüedades.
Pero, ¿cuál es esa realidad vera? La de que, finalmente, la ciudadanía –identificada ésta como el brazo cívico de la sociedad o del pueblo mismo si se quiere en aras y a fuer de precisión, ha caído en la cuenta de que le han tomado el pelo, dicho coloquialmente.
II
En efecto. Parece permear la corteza de la psique colectiva que durante todos estos años –por lo menos, desde 1982--, al instaurarse en el ejercicio del poder político del Estado mexicano la filosofía y las premisas y silogismos del neoliberalismo.
Los paradigmas del neoliberalismo se sustentan sobre un conjunto de supuestos que, en su esencia orgánica, establece que la democracia es una forma de organización política que sólo es viable si tiene por espejo al mercado. ¡Qué falacia tan grotesca!
En 27 años de vigencia en México, ese paradigma ha demostrado con lacerante dramatismo y trágica espectacularidad su inviabilidad, excepto para los del hampa de la política, la economía, la banca y las finanzas, enriquecidos escandalosamente.
El neoliberalismo, al empatar equivalencias entre democracia y mercado, reduce al Estado nacional –en el caso, el Estado mexicano-- al mero papel de agente oligárquico y, ergo, plutocrático. Sirve a los ricos, los menos; agravia a los pobres, los más.
Así, el poder político del Estado ha llevado desde 1982 a éste a abdicar de sus potestades constitucionales para la rectoría de la vida económica del país, convirtiéndose, como lo han dicho Vicente Fox y Felipe Calderón, en meros gerentes.
Tocante a la vida política, ese poder ha actuado bajo la lógica de la facción, la mafia, el espíritu del cuerpo hamponil. Los personeros priístas y hoy panistas de ese poder político del Estado han hecho de éste un agente de violencia represora.
Estamos ante un poder político de un Estado nacional violento. Usa la violencia económica en agravio de las mayorías declaradamente empobrecidas (el 53 por ciento de la población) y las que ya están en la vorágine imparable de depauperación.
Los pobres de siempre –ese 53 por ciento— y los empobrecidos en grado diverso de reciente cuño tienen ante sí no sólo la violencia económica, sino también, acusadamente, la violencia política, la institucional, la del Estado, la de las leyes.
III
Quizá los depauperados de ser y estar –los que han perdido ya la esperanza y ni creen en las promesas de ninguna boca-- y los proletarizados (las clases medias-medias) no articulen sentires y pareceres, pero sí saben que votar no les sacará del atolladero.
Los primeros aceptan los 500 pesos por sufragar, toman las despensas y hasta exigen las láminas de metal, los ladrillos y sacos de cemento e incluso se dejan llevar –acarrear-- a las urnas, pero saben que votar no les resolverá el dilema.
Los de la clases medias-medias en proceso de proletarización creciente, rápida y rampante también saben que votar no detendrá su inaceptable empobrecimiento, pero emitir un voto iracundo de castigo, anulador, sí les dará satisfacción.
Sólo eso. Satisfacción. Un voto anulandor tampoco les resolverá su problema y es probable que se los acentúe, pues la punición a los políticos es únicamente catártica, no revolucionaria. Los políticos ya saben que no son bienquistos por el pueblo.
Saben que el pueblo no los quiere; lo han sabido desde hace mucho tiempo, lo cual explicaría el desdén institucional y particular por éste y su distanciamiento de los intereses de la ciudadanía que constitucionalmente representan y a la que deben servir.
Más que anular el voto o simplemente sufragar --el abstencionismo estructural es idiosincrásico--, un razonamiento congruente del derecho constitucional de votar tiene concomitancia con el derecho, también constitucional, de no votar.
Trátaríase aquí del abstencionismo estratégico –distinto del estructural idiosincrásico-- a partir de que todo voto útil para los candidatos es inútil para la ciudadanía. El mero hecho de elegir mediante sufragio universal no es albedrío.
¿Por qué? Porque el albedrío –la volición como derecho humano-- deja de serlo si tiene expresión insular, aislada, disociada y ajena artificial, sofisteramente, a la dialéctica del contexto historicista y actual.
Para que el voto cuente tiene que existir la contraparte: revocar el mandato, el plebiscito, el referido, la consulta popular y la vigilancia –un tribunal de cuentas, por ejemplo, y un juzgado constitucional— que en México llanamente no existen.
Intuitivamente, la conciencia de la ciudadanía, con su abstencionismo orgánico idiosincrásico y su catarsis, parece despertar de que no es conveniente votar sin revocar. No se siente ya inclinada a seguir dándole más cheques en blanco a los partidos.
Es allí, en esos surcos de la psique colectiva, en donde deben sembrar quienes promueven el voto nulo u otras acciones de similar vena y guisa, independientemente de la naturaleza de sus intereses. Promover contrapesos sociales, ciudadanos, reales.
ffponte@gmail.com
www.faustofernandezponte,com
Glosario:
Bienquisto: De buena fama y generalmente estimado.
Concomitancia: De concomitar. Acompañar una cosa a otra, u obrar juntamente con ella.
Paradigma: ejemplo o ejemplar. Cada uno de los esquemas formales a que se ajustan las palabras nominales y verbales para sus respectivas flexiones.
Retoricismos: perteneciente a retórica. Arte de bien decir, de embellecer la expresión de los conceptos, de dar al lenguaje escrito o hablado eficacia bastante para deleitar, persuadir o conmover.
Sofismas: Razón o argumento aparente con que se quiere defender o persuadir lo que es falso.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario