Juan José Morales
Desde luego, la campaña iniciada por Televisa recomendando el voto en blanco sólo puede favorecer, precisamente, a aquellos contra los que supuestamente está dirigida: los partidos que por décadas han dominado la vida política del país, nos condujeron a la crítica situación actual y son culpables de la frustración y el desencanto que experimentan millones de mexicanos. Los votos anulados o en blanco sencillamente no contarán. Eso le conviene al PAN, que teme al voto de castigo. Conviene también al PRI, cuya maquinaria electoral es muy eficiente. Así, PAN y PRI sencillamente se reirán del disgusto de los electores y se congratularán de que —al expresar su enojo en esa forma— les hayan dejado el terreno libre para seguir controlando el gobierno. Porque —insistimos— finalmente lo que decidirá quién gana en cada distrito no será el número de papeletas en blanco o anuladas, sino los votos marcados, así sean muy pocos. Y esos pocos votos marcarán también la pauta para repartir las curules de representación proporcional.
Pero —comentó alguien en una reunión de café— ¿qué tal si en lugar de simplemente no ir a votar, dejar la boleta en blanco o cruzarla para anularla, ejercemos un voto activo y selectivo. Es decir, no sufragar por ninguno de esos dos grandes partidos, ni por sus satélites —el Verde aliado al PRI y el Panal de Elba Esther Gordillo, que le sirve al PAN— y hacerlo por cualquiera de los demás partidos?
Eso sí tendría efecto. Si se diera la hipotética situación de que una mayoría aplastante de electores —digamos el 80%— no votara por el PRI ni por el PAN sino por alguno de los otros partidos, se rompería el dominio que actualmente ejercen esas dos formaciones políticas y habría un profundo cambio en la conformación de la Cámara de Diputados.
La idea me parece muy interesante. Lo que podríamos llamar el voto de colores o el voto multicolor, cumpliría simultáneamente varios propósitos. Por principio de cuentas, al negarle respaldo al PRI y el PAN —o PRIAN, si así se prefiere llamarlo— se lograría expresar el repudio a la política tradicional, como, supuestamente, es la intención de quienes promueven el voto en blanco. Pero al votar por otras fuerzas políticas, se evitaría que las dos mencionadas mantengan su virtual monopolio legislativo.
En segundo lugar, al votar por cualquiera, menos por el PRI y el PAN, no sería necesario tener que decidir sobre lo que se ha dado en llamar el voto útil. Muchos electores, en el momento de marcar la boleta, prefieren no hacerlo por un candidato que, si bien les parece el mejor, tiene pocas probabilidades de triunfo, y optan por “no desperdiciar” su voto y —con la lógica de “de los males el menor”— darlo a otro candidato por el cual tienen cierta afinidad y les parece mejor posicionado, aunque no los convenza del todo.
En tercer lugar, votar por aquellos partidos que hasta ahora han estado excluidos del gobierno o sólo tienen una representación marginal —PRD, PT, Convergencia y PSD— significa darles una oportunidad de llegar a la Cámara y demostrar si, como dicen, son capaces de lograr las grandes transformaciones que requiere México. Si —volviendo a las situaciones hipotéticas— el grueso de los electores se volcara por esos partidos, podría darse una situación inédita en que ningún partido tuviera —ni siquiera aliado con otro— el número de diputados necesario para imponer leyes mediante el “mayoriteo” a que estamos tan acostumbrados y merced al cual PRI y PAN nos recetaron el Fobaproa, las Afores, el “rescate” carretero y muchos otros negocitos por el estilo. Las fuerzas políticas tendrían que alcanzar acuerdos y consensos, y eso sin duda resultaría muy sano para el país.
La idea del voto multicolor, de no votar por el PAN, el PRI ni sus satélites Panal y Verde, me parece muy atractiva. Tan es así, que será mi guía el próximo 5 de julio. Ahí la dejo para que cada lector reflexione sobre ella y tome su propia decisión.
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