30 julio 2009
En lo social, el pronóstico es absolutamente incierto. Puede ser que no pase absolutamente nada. Que todo siga igual. Que lo único que ocurra sea un abatimiento todavía mayor del ánimo colectivo. Una intensificación de esta depresión generalizada que se retrata fielmente en los rostros de quienes esperan el microbús en las esquinas.
Pero, en el otro extremo, no son pocos los que anticipan una radicalización de la protesta social. Una intensificación del descontento popular. La movilización de organizaciones obreras y campesinas. Una resistencia civil pacífica. E incluso la reactivación de acciones armadas por parte de grupos guerrilleros que subsisten aunque la óptica oficial no los quiera ver.
Para quienes nos acusen de catastrofistas, ahí les van algunos datos: nada más en los tres años recientes la Comisión Nacional de los Derechos Humanos ha recibido más de mil quejas contra el Ejército por violaciones tumultuarias e individuales, particularmente en Guerrero, Chiapas y Oaxaca, asientos naturales de la insurgencia reciente. La represión, pues, no se ha ido jamás. Así que es muy previsible por un lado el endurecimiento, todavía mayor, de una política de criminalización de la protesta social. Por el otro, y en contrapartida, la exacerbación de quienes cuestionan la vía pacífica. Ahí están los hechos. Nadie está imaginando nada.
Por el contrario, está claro que el tejido social está roto en este país desde hace ya mucho tiempo a causa de una pobreza creciente, una desigualdad ofensiva y el encono generado por heridas tan abiertas como el 68, el Jueves de Corpus, Aguas Blancas, Acteal y tantas otras. Todas ellas impunes. Si a ello se le agrega la duda histórica de 2006 tenemos que reconocer un rencor social indiscutible ahora multiplicado por una cada vez más dolorosa crisis económica y el desdén que se percibe en un gobierno sin la más mínima sensibilidad social.
El otro gran aviso de los tiempos recientes es, sin duda alguna, el de los 2 millones de votos anulados —que no nulos— que emitieron muchos mexicanos que están hartos con el actual estado de cosas. Que así han dicho no a la política y a los políticos. Que así han impuesto un justo voto de castigo a todos los partidos, porque ninguno de ellos ha sido capaz de elaborar una sola propuesta valiosa para estos tiempos de crisis.
Por eso los anulistas superaron incluso a los llamados partidos chicos. Además demostraron que, sin necesidad de gastar los 845 millones de pesos que recibieron en conjunto el Partido Social Demócrata, Convergencia, Nueva Alianza y Partido del Trabajo por financiamiento público, sumaron 5.39% de los votos. Con la pura movilización social.
Ahí está, pues, un aviso de lo que la sociedad organizada puede lograr todavía por la vía pacífica. Así que más allá del lugar común del México bronco, es necesario que gobierno y partidos den respuesta a estas demandas antes que sea demasiado tarde. Tic tac, tic tac, y contando.
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