Ricardo Andrade Jardí
Decían las voces del oficialismo colonial que el cura Hidalgo era el mismo Diablo, porque entre todas sus fechorías la peor era que al lugar donde llegara con su plebe, ciudad pueblo, abría las puertas de las cárceles y dejaba salir a todo dios. Y los terratenientes criollos y clérigos imperiales, argumentaban que esa era la peor de las afrentas (como los seudo intelectuales de la telecracia de hoy), añadiendo que por eso su insurgencia estaba destinada al fracaso pues su ejército estaba formado de puros delincuentes.
Lo que no entendieron ¿o sí? fue que la intención de Hidalgo era mucho más profunda; que su insurgente ejército, no se formaba de los “delincuentes” liberados, sino de los peones que dejaban, al paso del ejército libertador, de ser esclavos y que al saberse libres en la mayoría de los casos su elección fue la de sumarse a la defensa de esa libertad.
La verdadera intención del rebelde cura fue bien otra. Consistía en pocas palabras en enseñarle a la gente que en un nuevo país la justicia tendría que ser también nueva. Las cárceles abiertas por el cura de Dolores, Miguel Hidalgo, no tenían la intención de agrandar su ejército rebelde, cada día, de por sí más grande, sino dejar claro que “su justicia, no podía ser nuestra justicia”.
Viene a cuentas esta anécdota porque es evidente que, en el México de hoy, el placer de unos es la injusticia para otros. La respuesta de la Suprema Corte a los dolidos padres de los niños prácticamente ejecutados por la Impunidad institucional en todos los niveles de gobierno, no sólo es una respuesta carente de las más mínina sensibilidad, sino que es también una respuesta canalla de un sistema judicial que, ante eventos extraordinarios, es capaz de voltear la cabeza, no sin estirar la mano para ver de dónde sale el dinero, que será finalmente el que dicte la sentencia de un caso que tiene bien identificados a todos los verdaderos culpables.
El Poder Judicial en México no destaca por su impartición de justicia, sino muy al contrario por su impartición de injusticia.
¿Con qué carácter moral se van de vacaciones los jueces de la “suprema corte” ante la muerte de 48 niños bajo la protección y cuidado del Estado mexicano? La única respuesta está en que ninguno de esos señores jueces se ve en la obligación de llevar a sus hijos a una guardería subrogada, pues los altos sueldos que reciben que, paradójicamente, se pagan con los salarios de los padres de los niños asesinados por la corrupción del Estado, les permiten no tener que recurrir a la tutela del Estado para que les cuide en las pocas horas que “trabajan” a sus hijos.
Los doloridos padres no saldrán “de vacaciones” y para muchos ni siquiera tendrá sentido la vida, en tanto no puedan ver un mínimo de justicia, la que si bien no les devolverá a sus hijos sí puede otorgarles un poco paz al saber que los culpables de arrebatarle a sus pequeños pagan por su atroz crimen y ambición.
El precedente evitaría que en el futuro otro medio centenar de familias tengan que pasar por el calvario de perder un hijo por cometer el terrible delito capitalista de tener que trabajar y, peor aún, de depositar su confianza en la institución nacional que está obligada a garantizar y procurar salud a los trabajadores y sus familias y no como sucedió a matar a los hijos de los trabajadores por su infinita negligencia y nepotismo que no son otra cosa que racismo.
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