13 agosto 2009
Un solo día. Me gustaría que Eduardo Medina Mora, el procurador general de la República, pasara un día y su noche en una prisión estatal. En Puebla, en Chiapas o en Oaxaca, por ejemplo.
Que el mismo día levantaran también a Genaro García Luna y al director de la Agencia Federal de Investigación hablándoles en otomí o en tzeltal para que no comprendieran los cargos, jalándoles el cabello y desnudándolos nomás llegando a la prisión; que cada uno durmiera en una celda con cucarachas y siete presos hacinados.
Quien haya pasado siquiera un día en prisión entiende por qué se creó el sistema de privación de la libertad para castigar conductas antisociales. El encarcelamiento, el trato denigrante, la violación de garantías y la corrupción del sistema de administración e impartición de justicia no van a cambiar hasta que los altos mandos en el poder comprendan lo que significa injusticia en carne propia.
Si Felipe Calderón, o un ser querido, hubiera vivido lo mismo que la indígena otomí Jacinta Francisco Marcial, condenada a 21 años de prisión junto con Alberta Alcántara y Teresa González, por el supuesto secuestro de seis agentes federales fuertemente armados, no tendría el atrevimiento de burlarse de sus compatriotas retándonos a demostrar “una sola violación a los derechos humanos que no haya sido atendida”.
Jacinta, vendedora de aguas frescas otomí, que apenas habla castellano, fue sentenciada por el dicho de la policía. Curiosamente, ahora que el magistrado Hanz Eduardo Muñoz López admitió irregularidades en el caso, los agentes que las denunciaron no aparecen; sin embargo, el juez amablemente decidió que Jacinta y sus dos compañeras sigan presas, para seguir buscando pruebas en su contra.
Llevan tres años privadas de su libertad sin una sola evidencia. ¿Dejaremos que suceda como en Acteal? ¿Que 12 años después se admita la injusticia y se les libere con un “Disculpen, nos equivocamos al atenderlas”?
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