Guillermo Fabela Quiñones
Apuntes...
Cuando se gobierna de espaldas a la historia, en contra de los intereses mayoritarios, sobrevienen problemas cuyo origen está en ambas formas de ejercer el poder. Eso es lo que ha ocurrido en México desde hace muchas décadas, situación que se evidenció con plena objetividad a partir de que el PRI perdió su hegemonía, sin que la alternancia diera paso a la democracia, sino a una simulación que favoreció aún más la conformación de grupos de interés que influyen de manera decisiva en la toma de decisiones por parte de un Ejecutivo que, en los hechos, sólo ejerce funciones de ejecutor de los mandatos de esa minoría que controla la vida económica, política y social del país. Tal es la causa fundamental de la problemática que vive.
México en la actualidad, no la crisis económica que supuestamente viene del exterior o la fuerza del crimen organizado como un fenómeno ajeno al país. Todo tiene su origen en un organismo enfermo, caso en el que se encuentra el sistema político mexicano desde hace muchos años, como quedó demostrado en 1968, cuando la crisis surgió a causa de los excesos de un presidencialismo autoritario que desató el descontento popular. Hoy, las causas están en los abusos de una oligarquía que controla a su antojo a un Ejecutivo sin poder real, entrampado en una red de intereses que se oponen a la implantación de medidas mínimas de beneficio social.
De ahí que se antoje mera demagogia el anuncio que hizo Felipe Calderón de la puesta en vigor de medidas económicas que contrarresten la crisis que estamos viviendo. No bastará con desaparecer algunas secretarías de Estado que por los resultados que ofrecen son prácticamente inexistentes, aunque por sus costos son una carga muy pesada para el erario. Serán insuficientes, desde luego, los cataplasmas que se le quieran colocar a la profunda herida que significa la pobreza estructural del país, derivada de la expoliación que se ha hecho de los recursos nacionales de la manera más irracional y corrupta que se conozca en muchas partes del mundo.
Las declaraciones de Calderón evidencian que no habrá nada específico que pueda contrarrestar las causas de la crisis mexicana. Dijo: “Tenemos que explorar todas las alternativas, incluyendo las que sean políticamente más complejas”. Desde su punto de vista, lo “más complejo” no es otra cosa que gravar con más impuestos a los causantes cautivos, entre los que no se puede descartar el IVA a medicinas y alimentos. Así lo deja ver al decir que “debemos analizar todas las alternativas, incluyendo las de consumo, las de ingreso, porque la situación es verdaderamente preocupante”.
Si tanto le preocupa la realidad que vive México, lo más recomendable para remediar la situación sería que los que más tienen pagaran impuestos conforme a sus beneficios. Con ello se pondría fin a un problema estructural que se viene arrastrando desde que la República entró a la modernidad, luego del triunfo de la Revolución mexicana. Si está dispuesto a dar este paso fundamental, pasaría a la Historia como un verdadero estadista, pero como no lo va a dar porque carece de todo para serlo, seguramente las medidas que ponga en vigor no cambiarán en nada la estructura económica y social del país.
La verdad de las cosas es que se le tiene pánico a la respuesta de la oligarquía, empezando por algo que no tiene sentido temer, pues la fuga de capitales se ha estado dando a pesar de que cuentan con un leal, obediente y fiel servidor en la presidencia de la República. Es un dato documentado que fuera de la nación hay más de 300 mil millones de dólares de “mexicanos”, bien sea depositados en bancos extranjeros o invertidos en diferentes negocios. ¿Acaso Calderón hará el trascendental anuncio de que parte de ese dinero regresará al país? O bien, ¿anunciará el envío al Congreso de una propuesta de reforma fiscal que gravará proporcionalmente a los más ricos, como sería justo y razonable?
Como bien sabemos que no lo hará, en ninguno de los dos casos, es fácil advertir que la crisis económica, social y política de México seguirá cada día peor, con graves consecuencias para más de las dos terceras partes de la población, y de manera particular para las clases medias, que habrán de descender al rango de los pobres. Así habrá de ocurrir, desgraciadamente, porque el año próximo se presentarán con más plenitud las consecuencias de los problemas deficitarios que se vienen arrastrando desde hace tres décadas. Así que más vale decir, como reza el refrán popular, “que Dios nos agarre confesados”. Qué bueno sería equivocarme, sería el primero en reconocer mi incapacidad para analizar la realidad nacional.
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