14 septiembre 2009
Un grupo del 20 regimiento de caballería motorizada del Ejército se llevó a tres personas ante la mirada de los vecinos, sin orden de aprehensión o policía presente. Sin una sola evidencia se les acusó de secuestro. Los militares los llevaron a la quinta zona, les torturaron para que se declararan culpables de un delito que no cometieron y cinco días más tarde los soltaron a media carretera. Si esto fuera Irak, casi nadie se atrevería a preguntar qué sucedió, pero es Ciudad Juárez, Chihuahua. La estrategia de desapariciones forzadas va en aumento.
El “estado de excepción” en la práctica significa que no hay ley que valga más que la impuesta por la guerra, en la que se parte de la idea de que todas y todos los ciudadanos son sospechosos y deben comprobar su inocencia por el simple hecho de pertenecer a una población en la que un cártel se insertó en la economía, en los poderes Judicial, Legislativo y Ejecutivo.
Felipe Calderón, desde su creciente enojo ante las críticas ciudadanas niega la realidad de las y los chihuahuenses. Niega que mil 170 personas hayan sido levantadas ilegalmente, con testigos y familiares de por medio, por un Ejército capacitado para la guerra con el enemigo y no para la investigación policiaca. Basta viajar a Juárez y hablar con la gente en el mercado, en las calles, en las escuelas para entender el fenómeno. Las historias son miles, pero la mayoría elige callar y “no meterse en líos”. Un ama de casa asegura que son los delincuentes quienes denuncian a la gente ante los militares. A un pediatra que fue levantado por el Ejército lo retuvieron tres días y lo botaron a 15 kilómetros de su casa bajo amenaza para que no denunciara el hecho. El pediatra dice que él le creyó a Calderón, que pensaba que sólo a los delincuentes los levantaban, hasta que le sucedió a él. ¿Por qué la gente tiene miedo de defenderse de estas arbitrariedades?, ¿y por qué otros las descalifican?
El doctor Solomon Asch de la Universidad Carnegie-Mellon llevó a cabo un experimento en que un grupo debía responder un examen; antes filtró los resultados de siete estudiantes que estaban intencionalmente equivocados. Tres cuartas partes del estudiantado copiaron las respuestas falsas. Luego un doctor Berns escaneó el cerebro de quienes hicieron los exámenes: quienes a pesar de saber que la respuesta era incorrecta decidieron sumarse a la opinión de la mayoría, normalizaron la mentira al grado de creerla para estar tranquilos. Quienes eligieron contestar el examen acertadamente se percataron de que la mayoría había elegido las respuestas falsas, y en su cerebro se activó la emoción del miedo; el miedo a ir contra corriente de la mayoría. Los estudios han demostrado que una parte de la sociedad elige autoengañarse para evitar asumir la responsabilidad de defenderse y defender a su prójimo ante las injusticias. El doctor David Servan-Schreiber de la revista Psychologies, asegura que se necesita valor e integridad para defender la verdad y erradicar lo injusto. ¿Cuántas desapariciones forzadas se necesitan para que la sociedad reaccione? Estar contra la injusticia no significa estar a favor de los delincuentes, como algunos quieren hacernos creer. Sentir miedo es inevitable, someterse a él no lo es.
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