26 octubre 2009
Aquí hay una brecha generacional que resultará insalvable si la clase política mexicana persiste en hacer oídos sordos a lo que las jóvenes generaciones nos están diciendo. México tiene 24 millones de personas con acceso a internet. Casi 80% son menores de 34 años y navegan aproximadamente 22 horas al mes.
Mientras para un legislador semi-analfacibernético que gana 100 mil pesos al mes es un simpático lujo para leer el periódico y mandar correos, para millones de personas internet es una plataforma educativa, un medio de comunicación efectivo, una red social sólida y viva, un espacio de libertad. Es su vínculo con la cultura y el mundo real.
Mientras Brasil decidió abaratar los servicios del ciberespacio para hacerlos masivos, adoptando la plataforma Linux de software libre para bajar costos y lograr masificar el acceso de jóvenes de clase baja y media a internet, México regresa al Pleistoceno. Brasil logró que 70 millones de personas, eminentemente estudiantes, tuvieran acceso al ciberespacio de forma gratuita, gracias al subsidio del Ministerio de Cultura. El gobierno mexicano pretende aumentar el 3% de impuesto, lo que implicará hacerlo menos accesible. Sería bueno que las y los legisladores se den una vuelta por la vida real de vez en cuando.
Millones de niños y niñas logran hacer sus tareas y tener acceso a libros que a sus familias les resulta imposible pagar, gracias a internet. Ocho adolescentes de la sierra de Oaxaca juntan 20 pesos para entrar a un cibercafé e imprimir un ensayo que les permitirá entender las teorías de Carl Sagan y conocer la ciencia. Miles de jóvenes de México entrarán en el transcurso de 24 horas a un sitio para salvar la vida a dos adolescentes, una que moriría dilapidada en Bangladesh y otra que fue encarcelada en Quintana Roo. Sus acciones rápidas son efectivas. Millones de niños y mujeres logran hablar por Skype con familiares que fueron a buscar trabajo a Estados Unidos, sin pagar los altísimos costos de Telmex. Ante los monopolios televisivos en México las nuevas generaciones encontraron ciberlibertad en Youtube, por ello somos el tercer país del mundo que más usa ese medio tanto para aprender como para denunciar injusticias. Gracias a internet las enciclopedias ya no son sólo para los ricos del país. Por internet una niña de Sonora conoce a otra de Tizimín en Yucatán y hacen una tarea juntas sobre las culturas maya y yaqui. La realidad económica las separa pero el ciberespacio las une.
Hace más de 100 años los países que entendieron que estaban en un nuevo umbral tecnológico, interconectaron su territorio con un buen sistema ferroviario. Las naciones que no lo hicieron retrasaron su progreso por décadas. Hoy estamos frente a una coyuntura similar, las vías no son metálicas, pero están allí y la juventud nos está señalando el camino. Encarecer o restringir el ciberespacio no es sólo injusto sino implica un rezago civilizatorio imperdonable.
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