01 diciembre 2009
“El Ejército obedece órdenes de su comandante, pero ha soslayado que se debe a la Constitución y al pueblo”.
Juan José Calcáneo.
I
Al concluir con el último día de noviembre el tercer año del sexenio de Felipe Calderón e iniciarse hoy, primera jornada de diciembre, los restantes anales de su muy dudosa y cuestionada investidura, el porvenir se nos ofrece ominosamente predecible.
Para empezar, tómese en cuenta un hecho insoslayable: el tercer y cuarto años de un sexenio son, por causales obvias, el apogeo en el ejercicio del poder investido en el Presidente de la República quien, en México es simultáneamente jefe del gobierno y del Estado y hasta prohombre epónimo.
En esos dos años –tercero y cuarto--, nuestros mandatarios alcanzan históricamente el pináculo del ejercicio de sus potestades constitucionales y se atreven, incluso, a ejercer éstas más allá de los constreñimientos establecidos por nuestra Carta Magna. Ejercen poderes metaconstitucionales.
Pero no en aras de los intereses estratégicos reales de México. Miguel de la Madrid, Carlos Salinas, Ernesto Zedillo y Vicente Fox dilapidaron ese poder inherente a los tercer y cuarto años de sus sexenios respectivos al usarlo para fines ajenos a los del proyecto nacional histórico.
Ese proyecto, hágase la precisión, debe su historicidad a los objetivos de las luchas de los pueblos de la América mexicana –así llamada por Hidalgo y Morelos-- por la democracia y la justicia social vera. En 1824, 1857 y 1917 esos anhelos se concretaron a medias, si no es que pírricamente.
II
Don Felipe no sólo dilapidó políticamente el tercer año de su sexenio, sino que todo indica que, despulpando la falsa retórica de su discurso, el cuarto año será incluso de mayor dilapidación política y, por ende, de más graves consecuencias para los mexicanos.
Podríase decir que lo que ocurre en éste sexenio fue anticipado no sólo por aquellos 25 millones plus de mexicanos que votaron por otros candidatos que en 2006 competían con don Felipe, sino también por no pocos de quienes sufragaron por éste. El sexenio calderonista nació cesado.
A don Felipe quédale el consuelo de que no está solo. Le hacen compañía sus predecesores en la última generación –de don Miguel a don Vicente— hasta algunos de la anterior (Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría), quienes no trascendieron socialmente el pináculo de sus gestiones.
Ambos –don Luis y Díaz Ordaz-- fueron genocidas en un sentido moral, no jurídico. Reprimieron feroz, brutalmente todo aquello expresado en disidencias reivindicadoras organizadas de grupos sociales, para preservar un statu quo que impedía entonces, como hoy, alcanzar la justicia social.
Esa justicia es en el sexenio del señor Calderón más elusiva e inasible que nunca, aunque ello no ha sido obstáculo para que el anhelo de alcanzarla se está traduciendo en un estallido de acciones organizadas en pos de un cambio pacífico del statu quo. Los promotores de éste son los violentos.
III
Cierto. La violencia en los empeños organizados por modificar sl statu es desatada por los propios promotores de éste, no por los que aspiran y preconizan el cambio real. El señor Calderón ha desatado la llamada violencia legal en agravio de civiles desarmados e indefensos.
Menciónese que tan sólo en el lapso de un mes han sido asesinados tres luchadores sociales –Miguel Ángel Pérez Cazalez, Margarito Montes Parra y Mariano Abarca Roblero-- por intereses creados y desarrollados bajo el statu quo que protege, promueve y defiende don Felipe.
Esos asesinatos de luchadores sociales son una constante. En los tres años del sexenio calderonista ya son cientos, si no es que miles, los desaparecidos y encarcelados para descabezar movimientos sociales, sindicales incluso, que don Felipe considera peligrosos para su proyecto.
A don Felipe sólo le queda éste cuarto año para establecer y consolidar su proyecto y, dados sus inexistentes activos políticos, es difícil que lo logre. Pero él se empeña en ello. Y en su empeño caemos más y más al abismo. Es tiempo de deslindarnos de él. ¿Cómo? Hay vías políticas. Legales.
ffponte@gmail.com
Juan José Calcáneo.
I
Al concluir con el último día de noviembre el tercer año del sexenio de Felipe Calderón e iniciarse hoy, primera jornada de diciembre, los restantes anales de su muy dudosa y cuestionada investidura, el porvenir se nos ofrece ominosamente predecible.
Para empezar, tómese en cuenta un hecho insoslayable: el tercer y cuarto años de un sexenio son, por causales obvias, el apogeo en el ejercicio del poder investido en el Presidente de la República quien, en México es simultáneamente jefe del gobierno y del Estado y hasta prohombre epónimo.
En esos dos años –tercero y cuarto--, nuestros mandatarios alcanzan históricamente el pináculo del ejercicio de sus potestades constitucionales y se atreven, incluso, a ejercer éstas más allá de los constreñimientos establecidos por nuestra Carta Magna. Ejercen poderes metaconstitucionales.
Pero no en aras de los intereses estratégicos reales de México. Miguel de la Madrid, Carlos Salinas, Ernesto Zedillo y Vicente Fox dilapidaron ese poder inherente a los tercer y cuarto años de sus sexenios respectivos al usarlo para fines ajenos a los del proyecto nacional histórico.
Ese proyecto, hágase la precisión, debe su historicidad a los objetivos de las luchas de los pueblos de la América mexicana –así llamada por Hidalgo y Morelos-- por la democracia y la justicia social vera. En 1824, 1857 y 1917 esos anhelos se concretaron a medias, si no es que pírricamente.
II
Don Felipe no sólo dilapidó políticamente el tercer año de su sexenio, sino que todo indica que, despulpando la falsa retórica de su discurso, el cuarto año será incluso de mayor dilapidación política y, por ende, de más graves consecuencias para los mexicanos.
Podríase decir que lo que ocurre en éste sexenio fue anticipado no sólo por aquellos 25 millones plus de mexicanos que votaron por otros candidatos que en 2006 competían con don Felipe, sino también por no pocos de quienes sufragaron por éste. El sexenio calderonista nació cesado.
A don Felipe quédale el consuelo de que no está solo. Le hacen compañía sus predecesores en la última generación –de don Miguel a don Vicente— hasta algunos de la anterior (Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría), quienes no trascendieron socialmente el pináculo de sus gestiones.
Ambos –don Luis y Díaz Ordaz-- fueron genocidas en un sentido moral, no jurídico. Reprimieron feroz, brutalmente todo aquello expresado en disidencias reivindicadoras organizadas de grupos sociales, para preservar un statu quo que impedía entonces, como hoy, alcanzar la justicia social.
Esa justicia es en el sexenio del señor Calderón más elusiva e inasible que nunca, aunque ello no ha sido obstáculo para que el anhelo de alcanzarla se está traduciendo en un estallido de acciones organizadas en pos de un cambio pacífico del statu quo. Los promotores de éste son los violentos.
III
Cierto. La violencia en los empeños organizados por modificar sl statu es desatada por los propios promotores de éste, no por los que aspiran y preconizan el cambio real. El señor Calderón ha desatado la llamada violencia legal en agravio de civiles desarmados e indefensos.
Menciónese que tan sólo en el lapso de un mes han sido asesinados tres luchadores sociales –Miguel Ángel Pérez Cazalez, Margarito Montes Parra y Mariano Abarca Roblero-- por intereses creados y desarrollados bajo el statu quo que protege, promueve y defiende don Felipe.
Esos asesinatos de luchadores sociales son una constante. En los tres años del sexenio calderonista ya son cientos, si no es que miles, los desaparecidos y encarcelados para descabezar movimientos sociales, sindicales incluso, que don Felipe considera peligrosos para su proyecto.
A don Felipe sólo le queda éste cuarto año para establecer y consolidar su proyecto y, dados sus inexistentes activos políticos, es difícil que lo logre. Pero él se empeña en ello. Y en su empeño caemos más y más al abismo. Es tiempo de deslindarnos de él. ¿Cómo? Hay vías políticas. Legales.
ffponte@gmail.com
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