¿Dónde está el México ganador que prometiste, Felipe? ¿Para esto querías el cargo?
Ramon Alfonso Sallard
En tres años, que se cumplieron el 1 de diciembre, tu gobierno ha sido un auténtico desastre. Y no es asunto de interpretaciones, sino de fríos números. Todos los indicadores te condenan. Los resultados de tu gestión tienen al país al borde del estallido social.
Lo peor es que no lo reconoces. Te atribuyes aciertos inexistentes, surgidos del manual propagandístico de Goebbels, y las fallas e incumplimientos simplemente se las adjudicas a los demás. Todo es culpa de enemigos internos y externos. En el mejor de los casos, los problemas se deben a factores que escapan a tu control y deseos. Ni tu equipo ni tú aceptan responsabilidad, mucho menos culpa, por la catástrofe nacional.
La humildad no está en tu diccionario. El concepto del bien común que aprendiste de niño en el Partido Acción Nacional, no forma parte de tu vida. De otra forma sabrías que para obtener una nueva oportunidad, debes pasar antes por tres etapas: reconocimiento de culpa, arrepentimiento y reparación del daño. Aún no transitas la primera y, por lo que se ve, difícilmente darás ese paso.
En lugar de formular justificaciones inverosímiles todos los días, debías pedir perdón por la magnitud del fracaso. Enseguida tendrías que ofrecer un cambio de rumbo. Pero lejos de hacerlo, insistes en más de lo mismo. Peor aún: pretendes rescatar viejas fórmulas económicas y políticas que ya han demostrado su ineficacia. La ventaja que tienes, al menos hasta hoy, es que en México no existe la revocación de mandato. De lo contrario ya habrías sido despedido de tu trabajo por incompetente.
De hecho, los poderes fácticos que te apoyaron en 2006, prácticamente te han abandonado. Algunos de sus más conspicuos representantes hablan del principio de Peter y creen que llegaste a tu nivel de incompetencia, tal como le ocurrió a Vicente Fox en cuanto puso un pie en Los Pinos. Si a eso le sumamos que un amplio segmento de la población no te reconoce legitimidad alguna, el asunto no pinta nada bien para ti.
“Haiga sido como haiga sido”, fue la frase que marcó tu ascenso a la Presidencia de la República. Dicho en otras palabras, tu premisa sería la misma que muchos políticos profesionales utilizan para justificar sus actos ilegítimos e ilegales: el fin justifica los medios. El problema es que los segundos sí han quedado claros, pero no el primero. Tu mala lectura de Maquiavelo no acredita esa confusión. A menos, claro está, que el fin haya sido el poder por el poder mismo, en cuyo caso hablaríamos de un político megalómano.
Suponiendo, sin conceder, que el fin haya sido construir un México ganador, el fiasco ha sido monumental. Aunque la división entre ganadores y perdedores es propia de la sociedad consumista norteamericana y responde más al estilo de vida gringo que al nuestro, tú propusiste, Felipe, esa categoría de análisis, ese marco de referencia, ese parámetro para medir resultados.
Consecuentemente, Felipe, la medición que propusiste no deja lugar a dudas. Establece tu real dimensión. Te presentaste como un ganador sin serlo. Fuiste, eres y serás un fraude. Un engañabobos.
Fuente: El Periódico
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