25 enero 2010
“Si algo sobresale en la crisis mexicana es la parálisis”.
David Ibarra Muñoz.
I
La afirmación del señor Ibarra, quien fue secretario del despacho de Hacienda y Crédito Público durante el presidencialado de José López Portillo (1976-1982), ofrece un diagnóstico que, a la luz de nuestra realidad, es acertado con largueza.
Estamos, pues, en las zarpas de la parálisis. inmóvil está el poder político panista y priísta y, desde luego, perredista del Estado mexicano. E impedidas están las densas mayorías de los pueblos de México, el principal elemento constitutivo de aquél.
Y, como consecuencia, paralizados están los otros elementos constitutivos del Estado mexicano, la soberanía y el territorio, aquella sin alcance sobre éste, como nos lo confirma la cotidianidad dramática de la llamada “guerra” al “narco”.
Esa parálisis antójase perversa: presenciamos la debacle económica y la descomposición del poder político del Estado e incluso la de vastos estamentos de los pueblos de México y, así, no movemos un dedo para enfrentar la perlesía y el torpor.
¿Qué toxinas nos paralizan? Las siguientes: nuestra propia idiosincrasia, por un lado; la ignorancia y la pobreza, por otro. Pero esas toxinas no son espontáneas ni vienen de la nada, convocadas por los manes del determinismo histórico. No.
II
Y no, reiteraríamos. Esas toxinas que paralizan a los cuerpos político y societal y mantienen a éstos en la tristísima condición de baldadura y anquilosis tienen, a su vez, causales que la historia y otras han identificado con claridad meridiana.
¿Cuáles son esas causales? El economista Ibarra nos lo dijo al iniciar hace días la celebración de su novena década de vida: “El mercado sin un Estado orientador, regulador y mediador poco o nada resuelve de las debacles económica y política”.
Mas don David pecó de cortedad en su diagnóstico, pues aludió sólo a la vena panista del poder político del Estado --la que tiene el control, por lo menos en lo coactivo, del gobierno— e implícitamente habría exonerado de contriciones o mea culpa al priísmo.
Las toxinas de la idiosincrasia, la ignorancia y la pobreza son consecuencia directa y con lacerantes manifestaciones --no pocas de éstas trágicas-- de la acción diseñada al detalle de poderes que son y que están muy actuantes y, ergo, vigentes.
¿Cuáles son esos poderes? Para responder cabría incurrir en una precisión pertinente: la idiosincrasia es un atributo adquirido de un individuo o una comunidad, fuere cual fuere. No se nace con ella; ésta se va cincelando en el decurso histórico de los pueblos.
III
La ignorancia y la pobreza son, desde cualesquier perspectivas –las experienciales, el materialismo histórico y la dialéctica de la sociedad-- no son fiat de fuerzas monoteístas creadas por el mismo imaginario social para paliar legítimas necesidades espirituales.
Pero identificar las causales de esa parálisis y sus vectores –idiosincrasia, ignorancia y pobreza— es tarea circular y viciosa, pues devendría dicha identificación del sacudimiento del sopor societal y toma de conciencia. Ello equivale a liberarse.
No en vano Andrés Manuel López Obrador –cercado por los poderes fácticos de México, los locales y los que tienen sedes en Washington, El Vaticano, Madrid, Londres y Ottawa--, alude con frecuencia a una verdad que para muchos es subversiva.
Dice AMLO: “El cambio no se va a dar de arriba hacia abajo. La ciudadanía ya debe dejar de pensar en que la clase política y los funcionarios van a mejorar las cosas”. Los indios zapatistas hablan de ir “hacia abajo y por la izquierda”. Bolivia pone el ejemplo.
El cambio –iniciado en 1810 y reactivado en 1910, está inconcluso, por más que nos digan lo contrario a propósito de los centenarios— tiene que ser primero en las conciencias, cuando nos demos cuenta qué y quiénes nos causan nuestra paraplejía.
ffponte@gmail.com
David Ibarra Muñoz.
I
La afirmación del señor Ibarra, quien fue secretario del despacho de Hacienda y Crédito Público durante el presidencialado de José López Portillo (1976-1982), ofrece un diagnóstico que, a la luz de nuestra realidad, es acertado con largueza.
Estamos, pues, en las zarpas de la parálisis. inmóvil está el poder político panista y priísta y, desde luego, perredista del Estado mexicano. E impedidas están las densas mayorías de los pueblos de México, el principal elemento constitutivo de aquél.
Y, como consecuencia, paralizados están los otros elementos constitutivos del Estado mexicano, la soberanía y el territorio, aquella sin alcance sobre éste, como nos lo confirma la cotidianidad dramática de la llamada “guerra” al “narco”.
Esa parálisis antójase perversa: presenciamos la debacle económica y la descomposición del poder político del Estado e incluso la de vastos estamentos de los pueblos de México y, así, no movemos un dedo para enfrentar la perlesía y el torpor.
¿Qué toxinas nos paralizan? Las siguientes: nuestra propia idiosincrasia, por un lado; la ignorancia y la pobreza, por otro. Pero esas toxinas no son espontáneas ni vienen de la nada, convocadas por los manes del determinismo histórico. No.
II
Y no, reiteraríamos. Esas toxinas que paralizan a los cuerpos político y societal y mantienen a éstos en la tristísima condición de baldadura y anquilosis tienen, a su vez, causales que la historia y otras han identificado con claridad meridiana.
¿Cuáles son esas causales? El economista Ibarra nos lo dijo al iniciar hace días la celebración de su novena década de vida: “El mercado sin un Estado orientador, regulador y mediador poco o nada resuelve de las debacles económica y política”.
Mas don David pecó de cortedad en su diagnóstico, pues aludió sólo a la vena panista del poder político del Estado --la que tiene el control, por lo menos en lo coactivo, del gobierno— e implícitamente habría exonerado de contriciones o mea culpa al priísmo.
Las toxinas de la idiosincrasia, la ignorancia y la pobreza son consecuencia directa y con lacerantes manifestaciones --no pocas de éstas trágicas-- de la acción diseñada al detalle de poderes que son y que están muy actuantes y, ergo, vigentes.
¿Cuáles son esos poderes? Para responder cabría incurrir en una precisión pertinente: la idiosincrasia es un atributo adquirido de un individuo o una comunidad, fuere cual fuere. No se nace con ella; ésta se va cincelando en el decurso histórico de los pueblos.
III
La ignorancia y la pobreza son, desde cualesquier perspectivas –las experienciales, el materialismo histórico y la dialéctica de la sociedad-- no son fiat de fuerzas monoteístas creadas por el mismo imaginario social para paliar legítimas necesidades espirituales.
Pero identificar las causales de esa parálisis y sus vectores –idiosincrasia, ignorancia y pobreza— es tarea circular y viciosa, pues devendría dicha identificación del sacudimiento del sopor societal y toma de conciencia. Ello equivale a liberarse.
No en vano Andrés Manuel López Obrador –cercado por los poderes fácticos de México, los locales y los que tienen sedes en Washington, El Vaticano, Madrid, Londres y Ottawa--, alude con frecuencia a una verdad que para muchos es subversiva.
Dice AMLO: “El cambio no se va a dar de arriba hacia abajo. La ciudadanía ya debe dejar de pensar en que la clase política y los funcionarios van a mejorar las cosas”. Los indios zapatistas hablan de ir “hacia abajo y por la izquierda”. Bolivia pone el ejemplo.
El cambio –iniciado en 1810 y reactivado en 1910, está inconcluso, por más que nos digan lo contrario a propósito de los centenarios— tiene que ser primero en las conciencias, cuando nos demos cuenta qué y quiénes nos causan nuestra paraplejía.
ffponte@gmail.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario