Barómetro Internacional
Desde Brasil
Bruno Peron Loureiro
La relación entre los gobiernos de Colombia y Venezuela no está en sus mejores momentos. A pesar que parecieran ser dos hermanos en disputa, el discurso del presidente colombiano Álvaro Uribe reitera que la política exterior de su gobierno pasa por la hermandad con los pueblos de las naciones vecinas. De ser así el conflicto se sitúa en la arena de los intereses divergentes de los mandatarios y de los proyectos discordantes de resolución de problemas internos y de inserción internacional.
Mientras Uribe se conforma con la aproximación de Colombia a los países del Norte considerados como los más desarrollados, el estadista venezolano Hugo Chávez arremete contra las embestidas del “Imperio” en América Latina y se obstina en presentar proyectos de integración alternativos entre los países de la región, como la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA). Ambos gobernantes hablan de hermandad, sin embargo los analistas retoman frecuentemente las categorías de izquierda y derecha para ubicar a cada uno de ellos.
Es dudosa la política colombiana que hace pasar la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo a través de la abierta ingerencia de los Estados Unidos, un país históricamente responsable por la expoliación de Latinoamérica. Un tratado entre Bogotá y Washington autoriza el uso de siete bases militares colombianas para que fuerzas militares foráneas (teóricamente sometidas al mando de las internas) combatan el tráfico de drogas, los secuestros, los asesinatos y otras formas de violencia. Mientras tanto, las tropas norteamericanas están haciendo guerras innecesarias en el Oriente. ¿Qué podemos esperar de ellas?
La crisis diplomática entre Colombia y Venezuela no es un buen principio de año nuevo en la región, sino un proceso que ambos países no han podido contener debido a la diferencia entre las ideas de sus gobernantes y la orientación de sus políticas exteriores. Vuelven a ser válidas las hipótesis que actores forasteros promueven la desintegración de América Latina. La inestabilidad política afecta directamente a los que dependen del paso frecuente en las fronteras o del comercio entre los países.
A mediados del 2009, el gobierno de Uribe acusó a Venezuela de embargar la economía colombiana, al estilo del bloqueo que los Estados Unidos realizan con Cuba desde poco después del triunfo de la revolución. Exageraciones aparte, los discursos más recientes de Uribe desmienten cualquier plan de guerra o retaliación contra Venezuela. Al final, según él, ambos países son hermanos. Si dependiese del efecto de las palabras, Chávez estaría convencido. La realidad, sin embargo es otra bien distinta.
La perennidad de de los conflictos internos de Colombia, que se deben en gran parte a la incapacidad de sus gobiernos sucesivos de atender las demandas de los guerrilleros del Sur del país, y las de otros grupos que no se sienten representados en la política tradicional que maneja la nación, ha llevado a estos gobiernos a recurrir al auxilio externo. Sus vecinos, Ecuador y Venezuela se resisten a aceptar esta estrategia de solución interna elaborada por Uribe y acaban por denunciar sus políticas como una amenaza a la integración de los pueblos sudamericanos.
Sobre las tentativas de análisis real de la relación diplomática entre Colombia y Venezuela, prefiero no estimar que exista lo verdadero y lo falso, aunque existan enormes inconsistencias entre lo que dicen los discursos y lo que la realidad demuestra, sobre todo en el caso colombiano. Ciertas categorías de interpretación son inadecuadas en una situación tan compleja, delicada y que atañe a la vida de millones de ciudadanos que nunca se relacionaron fuera de un vínculo de hermandad.
Antes que los yankees pisen suelo colombiano para luchar por causas mercenarias, sería deseable que hicieran por lo menos una oración con las palabras de Simón Bolívar, héroe de la liberación y de la integración latinoamericana. De no ser así, el arrepentimiento podrá ser muy doloroso.
brunopl@terra.com.br
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