12 abril 2010
“Una sociedad que no conoce sus derechos humanos está condenada a sufrir los abusos del poder”.
Elisa Badillo Alonso.
I
El Senado aprobó el jueves pasado (8/IV/2010) reformas a cinco artículos de la Constitución Política, en un afán por ampliar el incumplido compromiso del Estado en materia de derechos humanos, justo el contexto de gravedad extrema presente.
Esa gravedad extrema tiene manifestaciones variopintas, siendo las más notorias (1) el asesinato de casi 20 mil connacionales de 2006 a la fecha y (2) la evidencia de que mediante las Fuerzas Armadas el poder político del Estado “tienen licencia para matar”.
Más no son esas las conculcaciones y violaciones mayores de los derechos humanos –de los mexicanos --el homicidio como la violación extrema--, sino que existen otras de laya sistémica, v. gr., la violencia económica, de guisa antisocial, del Estado.
El paso que dio el Senado –en el tema de los derechos humanos es “bondadoso”; por ello, los legisladores de todos los partidos políticos, incluyendo al que conforma el gobierno, aprobaron con rapidez las reformas-- mueve a reflexionar.
Es de presumirse que todos en México sabemos --o, al menos, tenemos una noción general-- acerca de lo que son los derechos humanos, independientemente de su definición filosófica, política, jurídico-judicial, moral y/o ética e incluso práctica.
Dígase, pues, que los derechos humanos son los derechos del hombre como individuo y, en lo colectivo, como sociedad. Abarca un amplísimo espectro de potestades y garantías con respecto al ser y el estar individual y el ser y el estar social o de todos.
II
No hay excepciones en esa configuración del concepto de los derechos humanos. Ningun individuo, fémina o varón, puede estar por encima ni abajo de los demás. Es un concepto no sólo descriptivo, sino también prescriptivo.
Dicho de otro jaez, el concepto trasciende lo enunciativo y adquiere una naturaleza moral que deviene en preceptiva. Bajo el concepto de derechos humanos se incluyen a todos aquellos que tienen que ver con una existencia social civilizatoria.
Existen, por ello, derechos humanos de primera, segunda y tercera generaciones a cuya vigencia y acatamiento puntual no todos los Estados nacionales se adhieren. Por experiencia sábese que todos los Estados conculcan, si no es que violan, derechos.
Muchos Estados nacionales y no pocos de los Estados federados –por ejemplo, los 31 Estados Unidos Mexicanos— conculcan y violan por omisión y/o comisión los derechos humanos de sus propios ciudadanos y de extranjeros.
Otro atributo adicional del concepto filosófico y político y, desde luego, jurídico-judicial, es el de que los derechos humanos son irrenunciables e inalienables. Usted no puede renunciar a sus derechos. Y ninguna autoridad puede obligarlo a ello.
Esas particularidades están inscritas en la Ley Suprema de México –la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos--, pero esa primacía es cancelada de hecho por actuaciones de los personeros del poder político y ciertas leyes reglamentarias.
III
Como bien sabríalo un leyente informado y consciente de nuestra realidad, México –el Estado mexicano— destaca año tras año, desde hace muchos sexenios, por su primacía entre los conculcadores y violadores de los derechos humanos en el mundo.
En ciertos años, la preponderancia del Estado mexicano en ese rubro ha sido tan acentuada que las organizaciones no gubernamentales y los organismos de acción multilateral han situado a México en la cima entre los más conculcadores y violadores.
Por supuesto, que ese es un gallardete de enorme demérito que, empero, no ha contribuido a sensibilizar al poder político panista, priísta, perredista, etc., del Estado mexicano, sino, al parecer, ha tenido una consecuencia funesta, a saber:
Ítem 1: en el lapso de una generación –que abarca a los sexenios de Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felpe Calderón— las conculcación y violaciones de los derechos humanos ha accedido de lo sistemático a lo sistémico. Ello es aberrante.
Ítem 2: En ese período generacional (21 años), el carácter sistémico de la conculcación y violaciones de los derechos humanos en México ha alcanzado proporciones de monstruosidad. Es el culmen de una constante desde 1946.
¿Qué movió al Senado, de por sí estratificado y artrítico en lo político, a aprobar las reformas a la Carta Magna? No lo sabemos, aunque se sospeche, pero lo que sí se sabe es que la barbarie tiene que ser detenida. Ya se dio el primer paso para detenerla.
ffponte@gmail.com
Elisa Badillo Alonso.
I
El Senado aprobó el jueves pasado (8/IV/2010) reformas a cinco artículos de la Constitución Política, en un afán por ampliar el incumplido compromiso del Estado en materia de derechos humanos, justo el contexto de gravedad extrema presente.
Esa gravedad extrema tiene manifestaciones variopintas, siendo las más notorias (1) el asesinato de casi 20 mil connacionales de 2006 a la fecha y (2) la evidencia de que mediante las Fuerzas Armadas el poder político del Estado “tienen licencia para matar”.
Más no son esas las conculcaciones y violaciones mayores de los derechos humanos –de los mexicanos --el homicidio como la violación extrema--, sino que existen otras de laya sistémica, v. gr., la violencia económica, de guisa antisocial, del Estado.
El paso que dio el Senado –en el tema de los derechos humanos es “bondadoso”; por ello, los legisladores de todos los partidos políticos, incluyendo al que conforma el gobierno, aprobaron con rapidez las reformas-- mueve a reflexionar.
Es de presumirse que todos en México sabemos --o, al menos, tenemos una noción general-- acerca de lo que son los derechos humanos, independientemente de su definición filosófica, política, jurídico-judicial, moral y/o ética e incluso práctica.
Dígase, pues, que los derechos humanos son los derechos del hombre como individuo y, en lo colectivo, como sociedad. Abarca un amplísimo espectro de potestades y garantías con respecto al ser y el estar individual y el ser y el estar social o de todos.
II
No hay excepciones en esa configuración del concepto de los derechos humanos. Ningun individuo, fémina o varón, puede estar por encima ni abajo de los demás. Es un concepto no sólo descriptivo, sino también prescriptivo.
Dicho de otro jaez, el concepto trasciende lo enunciativo y adquiere una naturaleza moral que deviene en preceptiva. Bajo el concepto de derechos humanos se incluyen a todos aquellos que tienen que ver con una existencia social civilizatoria.
Existen, por ello, derechos humanos de primera, segunda y tercera generaciones a cuya vigencia y acatamiento puntual no todos los Estados nacionales se adhieren. Por experiencia sábese que todos los Estados conculcan, si no es que violan, derechos.
Muchos Estados nacionales y no pocos de los Estados federados –por ejemplo, los 31 Estados Unidos Mexicanos— conculcan y violan por omisión y/o comisión los derechos humanos de sus propios ciudadanos y de extranjeros.
Otro atributo adicional del concepto filosófico y político y, desde luego, jurídico-judicial, es el de que los derechos humanos son irrenunciables e inalienables. Usted no puede renunciar a sus derechos. Y ninguna autoridad puede obligarlo a ello.
Esas particularidades están inscritas en la Ley Suprema de México –la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos--, pero esa primacía es cancelada de hecho por actuaciones de los personeros del poder político y ciertas leyes reglamentarias.
III
Como bien sabríalo un leyente informado y consciente de nuestra realidad, México –el Estado mexicano— destaca año tras año, desde hace muchos sexenios, por su primacía entre los conculcadores y violadores de los derechos humanos en el mundo.
En ciertos años, la preponderancia del Estado mexicano en ese rubro ha sido tan acentuada que las organizaciones no gubernamentales y los organismos de acción multilateral han situado a México en la cima entre los más conculcadores y violadores.
Por supuesto, que ese es un gallardete de enorme demérito que, empero, no ha contribuido a sensibilizar al poder político panista, priísta, perredista, etc., del Estado mexicano, sino, al parecer, ha tenido una consecuencia funesta, a saber:
Ítem 1: en el lapso de una generación –que abarca a los sexenios de Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felpe Calderón— las conculcación y violaciones de los derechos humanos ha accedido de lo sistemático a lo sistémico. Ello es aberrante.
Ítem 2: En ese período generacional (21 años), el carácter sistémico de la conculcación y violaciones de los derechos humanos en México ha alcanzado proporciones de monstruosidad. Es el culmen de una constante desde 1946.
¿Qué movió al Senado, de por sí estratificado y artrítico en lo político, a aprobar las reformas a la Carta Magna? No lo sabemos, aunque se sospeche, pero lo que sí se sabe es que la barbarie tiene que ser detenida. Ya se dio el primer paso para detenerla.
ffponte@gmail.com
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