17 mayo 2010
“En éste mundo traidor / nada es verdad ni mentira /
todos es según el color / del cristal con que se mira”.
Ramón Campoamor.
I
todos es según el color / del cristal con que se mira”.
Ramón Campoamor.
I
Para no pocos leeperiódicos –aquellos que han desarrollado la aptitud de leer entre líneas y decodificar las palabras ocultas en textos periodísticos y entonaciones y visajes de los conductores de televisión, Diego Cevallos de Fernández es alguien muy familiar.
O, más aun, muy conocido. En la psique colectiva persisten ambivalencias acerca del señor Fernández de Cevallos, siendo el denominador común de éstas lo controvertido del estilo de realizar sus quehacres éste personaje. O pillo. U oportunista.
O, también actor admirado en el escenario de la vida pública y la política –que, aclárese, no son sinónimos— y cuyo talento como litigante y como personaje no se han disociado: coinciden en conflictos de interés y provecho personal desmesurado.
La desaparición, piénsase que forzada, de don Diego ofrece además de la controversialidad del personaje un alud de especulaciones desinformadas y una miríada de moralejas ominosas. A éste individuo mírasele como a un emblema.
Sí, emblema, precísese, de la corrupción en el ejercicio del poder formal y el uso y manipulación de éste por el poder fáctico y de las potestades políticas para corromper. Se hacen lenguas muchos de su conocimiento recursivo, imaginativo, de ciertos atajos.
Trátanse, no huelga notarlo, de los atajos del poder para fines de provecho personal o de facción o de partido. Su despacho de abogados no pierde jamás casos, pues se tiene el know how de llegar a un fiscal o, si necesario, un juez, magistrado o ministro.
II
Pero la ominosidad discernida de su aparente abducción es redundante, por obvias y predecibles causas a la luz de la dialéctica de los supuestos posibles y probables y los elementos variables y constantes en el entramado de un escenario prospectivo.
Pero lo más probable antojaríase –reiteremos antojaríase, distinto del afirmativo “es”-- que ninguno en el poder político del Estado mexicano (ni mucho menos la proverbialmente malinformada vertiente ejecutiva del mismo) sepa lo que ocurrió.
Existen, sin duda, interpretaciones devenidas de procesos deductivos traídos a un primer plano de topicidad actual por no pocos en los cenáculos del poder político, medios difusores y el empresariado de estratósfera, pero, igual, hay información magra.
La magritud informativa, empero, no ha sido óbice para que en los cenáculos aquí aludidos se distingan con nitidez los móviles presuntos de dicha desaparición aparentemente forzada y las consecuencias presumibles devenidas de dicha abducción.
Un político otrora prominente en el ojo público pero activo como “facilitador” y mentor y /o patrocinador de muchos y amigo de éste escribidor, amparado en el fuero prescriptivo de la confiabilidad, aventuró a decir que “o fue la guerrilla o fue el narco”.
III
¿El narco? ¿Cuál de los cárteles? ¿El de Sinaloa? ¿Ciudad Juárez? ¿El Golfo? ¿Tijuana? ¿La Familia michoacana? ¿O La Compañía veracruzana? ¿O Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, cuyo poder real, el del dinero, es reconocido por Forbes?
¿La guerrilla? ¿Cuál de todas? ¿El Ejército Popular Revolucionario? ¿O el Partido Democrático Popular Revolucionario? ¿La Unión de Comandos Revolucionarios? ¿La brigada Obrera de Autodefensa? ¿O la 18 de Marzo?’ ¿PROCUP-PDLP? ¿Otros?
Esto nos lleva a la información que acerca del narco o los grupos guerrilleros –unos 40 aproximadamente—que pensaríase posee el Estado mexicano o, por mejor decir, el Poder Ejecutivo, mediante el espionaje civil y militar e informantes inconfiables.
Descártese la autoría guerrillera, por imperativos obvios, el principal de los cuales es el de que la estrategia de un grupo revolucionario armado es a largo plazo, aunque ello no implica que pudieren existir excepciones con arreglo a ciertas condiciones objetivas.
Elabórese un escenario prospectivo posible a partir del supuesto de que la autoría de la aparente abducción de don Diego pudiere haber sido perpetrada por el narco. Sábese que éste personaje tendría o habría tenido vínculos con el cártel de Juárez.
Pero éste escenario enuncia un colofón conturbador: la abducción de don Diego no se nos ofrecería como acción estratégica, si no táctica. El objetivo real es don Felipe o don Fernando u otros secretarios. Don Diego es sólo portador de un mensaje macabro.
ffponte@gmail.com
O, más aun, muy conocido. En la psique colectiva persisten ambivalencias acerca del señor Fernández de Cevallos, siendo el denominador común de éstas lo controvertido del estilo de realizar sus quehacres éste personaje. O pillo. U oportunista.
O, también actor admirado en el escenario de la vida pública y la política –que, aclárese, no son sinónimos— y cuyo talento como litigante y como personaje no se han disociado: coinciden en conflictos de interés y provecho personal desmesurado.
La desaparición, piénsase que forzada, de don Diego ofrece además de la controversialidad del personaje un alud de especulaciones desinformadas y una miríada de moralejas ominosas. A éste individuo mírasele como a un emblema.
Sí, emblema, precísese, de la corrupción en el ejercicio del poder formal y el uso y manipulación de éste por el poder fáctico y de las potestades políticas para corromper. Se hacen lenguas muchos de su conocimiento recursivo, imaginativo, de ciertos atajos.
Trátanse, no huelga notarlo, de los atajos del poder para fines de provecho personal o de facción o de partido. Su despacho de abogados no pierde jamás casos, pues se tiene el know how de llegar a un fiscal o, si necesario, un juez, magistrado o ministro.
II
Pero la ominosidad discernida de su aparente abducción es redundante, por obvias y predecibles causas a la luz de la dialéctica de los supuestos posibles y probables y los elementos variables y constantes en el entramado de un escenario prospectivo.
Pero lo más probable antojaríase –reiteremos antojaríase, distinto del afirmativo “es”-- que ninguno en el poder político del Estado mexicano (ni mucho menos la proverbialmente malinformada vertiente ejecutiva del mismo) sepa lo que ocurrió.
Existen, sin duda, interpretaciones devenidas de procesos deductivos traídos a un primer plano de topicidad actual por no pocos en los cenáculos del poder político, medios difusores y el empresariado de estratósfera, pero, igual, hay información magra.
La magritud informativa, empero, no ha sido óbice para que en los cenáculos aquí aludidos se distingan con nitidez los móviles presuntos de dicha desaparición aparentemente forzada y las consecuencias presumibles devenidas de dicha abducción.
Un político otrora prominente en el ojo público pero activo como “facilitador” y mentor y /o patrocinador de muchos y amigo de éste escribidor, amparado en el fuero prescriptivo de la confiabilidad, aventuró a decir que “o fue la guerrilla o fue el narco”.
III
¿El narco? ¿Cuál de los cárteles? ¿El de Sinaloa? ¿Ciudad Juárez? ¿El Golfo? ¿Tijuana? ¿La Familia michoacana? ¿O La Compañía veracruzana? ¿O Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, cuyo poder real, el del dinero, es reconocido por Forbes?
¿La guerrilla? ¿Cuál de todas? ¿El Ejército Popular Revolucionario? ¿O el Partido Democrático Popular Revolucionario? ¿La Unión de Comandos Revolucionarios? ¿La brigada Obrera de Autodefensa? ¿O la 18 de Marzo?’ ¿PROCUP-PDLP? ¿Otros?
Esto nos lleva a la información que acerca del narco o los grupos guerrilleros –unos 40 aproximadamente—que pensaríase posee el Estado mexicano o, por mejor decir, el Poder Ejecutivo, mediante el espionaje civil y militar e informantes inconfiables.
Descártese la autoría guerrillera, por imperativos obvios, el principal de los cuales es el de que la estrategia de un grupo revolucionario armado es a largo plazo, aunque ello no implica que pudieren existir excepciones con arreglo a ciertas condiciones objetivas.
Elabórese un escenario prospectivo posible a partir del supuesto de que la autoría de la aparente abducción de don Diego pudiere haber sido perpetrada por el narco. Sábese que éste personaje tendría o habría tenido vínculos con el cártel de Juárez.
Pero éste escenario enuncia un colofón conturbador: la abducción de don Diego no se nos ofrecería como acción estratégica, si no táctica. El objetivo real es don Felipe o don Fernando u otros secretarios. Don Diego es sólo portador de un mensaje macabro.
ffponte@gmail.com
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