Madrid, 14 de mayo. Desde aquí, si uno se asoma a la prensa, escucha el radio o pasea, control remoto en mano, por los canales de la televisión, México no existe. La tragedia que sufre una de las más importantes colonias del reino de Juan Carlos I de Borbón en América no está en la mente de los consumidores locales de noticias. Que más de 23 mil mexicanos han muerto violentamente, desde que Calderón llegó mediante un fraude al poder en diciembre de 2006, aquí nadie lo sabe porque los medios de comunicación no lo comunican, los informativos no lo informan y los alternativos no lo alternan con sus sesudas reflexiones sobre otros temas.
Es lógico: las más grandes empresas ibéricas controlan muchas industrias en México y prefieren callar acerca de lo que nos pasa –la violencia horripilante de la guerra civil desatada por Calderón– para que sus acciones en la bolsa no se desplomen. Amenazada por la burbuja especulativa que se infló en todo el mundo y el año pasado estalló en Estados Unidos, España también puede quebrar en cualquier momento, así que no está como para jugar al internacionalismo solidario. Su economía es tan frágil que ahora, por la inicial de su nombre en inglés (Spain), forma parte del grupo PIGS (cerdos), al que también pertenecen Portugal, Italia y Grecia, de acuerdo con la maligna e ingeniosa invención de algún supremacista alemán o británico.
Anteayer, apenas, acorralado por el Fondo Monetario Internacional, por la cúpula de la Unión Europea que despacha en Bruselas y por el mismísimo Barack Obama, que lo llamó por teléfono desde Washington para apremiarlo, Rodríguez Zapatero anunció un doloroso plan de recorte al gasto público, que reducirá entre 5 y 15 por ciento los salarios de los burócratas y suprimirá el cheque de 2 mil 500 euros que, desde 2007, para estimular el crecimiento demográfico, su gobierno entrega a las parejas o madres solteras que tengan o adopten un bebé.
Pese a que hacía rato venían exigiendo estas medidas, los neofranquistas del Partido Popular –hermanos ideológicos de Salinas, de Fox y de Calderón, que en mucho contribuyeron al fraude electoral de 2006–, criticaron de inmediato a Rodríguez Zapatero, para descobijarlo en las encuestas pensando en las próximas elecciones, y mientras los grandes sindicatos anunciaban “responsables pero enérgicas” respuestas al paquetazo, obispos y arzobispos acapararon la atención de los medios al recibir como héroes medievales, en un templo oloroso a incienso y pederastia, a los futbolistas del Atlético de Madrid, que esta semana ganaron una importante copa en Alemania.
Gracias a la medicina, como siempre “amarga pero necesaria” que el FMI obligará a tragar a España, el gobierno de Rodríguez Zapatero ahorrará 10 mil millones de euros, o mejor dicho, los conservará quietos e improductivos en las arcas del reino, para evitar que la divisa europea siga devaluándose, tal como ocurrió hace dos semanas tras el colapso de Grecia. Por lo pronto, hoy se supo que en todo el reino de Juan Carlos hay 75 mil automóviles abandonados en los talleres mecánicos, porque sus dueños no pudieron pagar las reparaciones. Y mientras millones de departamentos recién construidos permanecen cerrados porque nadie los puede comprar, la gente voltea con frecuencia a mirar el cielo, temerosa de una nueva erupción del volcán de Eyjafjallajokull, cuya humareda, cargada de partículas de vidrio, acero y agua, se ha convertido en una pesadilla para los aeropuertos de la región.
Los memoriosos, por su parte, recuerdan que a pocos kilómetros del Eyjafjallajokull se encuentra el volcán Laki, mucho más fácil de escribir y pronunciar pero, también, mucho más destructivo. Y sin querer alarmar a nadie comentan que, por lo general, cada que el Eyjafjallajokull entra en actividad, a las pocas semanas lo imita el Laki. En el muy lejano y oscuro año de 1783, el Laki vomitó una cantidad tan imponente de lava, que los campos de cultivo de una inmensa porción territorial de Europa se quemaron y dejaron de producir alimentos.
El fenómeno causó estragos especialmente severos en la agricultura de Francia y ocasionó una terrible hambruna. La escasez de comida, aseguran los que saben, aceleró el estallido revolucionario de 1789, uno de los procesos políticos y sociales más trascendentes en la historia moderna de la democracia occidental, ya que los ideales de la Revolución Francesa inspiraron a los ideólogos y dirigentes de la independencia de Estados Unidos e impactaron a los líderes de las guerras contra el colonialismo español en América, entre ellos, por supuesto, Hidalgo, Morelos, Bolívar, San Martín, etcétera.
La reciente erupción del Eyjafjallajokull –que podría despertar al Laki y quizá volver a cambiar la historia– atrajo la atención del mundo sobre un país del que nada sabíamos, y cuyo nombre en inglés, Iceland, ahora lo descubrimos, se traduce al español, absurdamente, como Islandia. ¿Por qué Islandia, si Iceland (ice, hielo, land, tierra) significa “tierra de hielo”, no “tierra de isla”? Desfiladero, por tanto, de aquí en adelante lo llamará Hielandia, y a sus habitantes hielandeses.
Hace dos años, los hielandeses entraron en una espantosa crisis económica. Todo empezó cuando los tres grandes bancos del país –Glitnir, Landsbanki y Kaupthing– fueron privatizados. Sus nuevos propietarios se dedicaron de inmediato a contratar deuda externa y, con los recursos así obtenidos, fomentaron inversiones especulativas en la industria de la construcción. Es decir, al igual que Grecia y España, levantaron más viviendas de las que podían adquirir los 300 mil habitantes de la isla.
Para 2007, los bancos debían ya, en conjunto, más de 50 mil millones de euros (unos 160 mil euros per cápita), y la moneda nacional, la corona, se cotizaba a 131 unidades por euro. La burbuja reventó el 9 de octubre de 2008, cuando la corona se devaluó a 340 por euro y la deuda externa se disparó a las nubes. Un mes antes de que esto ocurriera, el gobierno volvió a nacionalizar el banco Glitnir e intervino el Landsbanki y el Kaupthing. La quiebra de éstos se comió los ahorros de 180 mil jubilados ingleses y 30 mil alemanes, que habían arriesgado el fruto de toda una vida de trabajo en esas empresas, que ofrecían altísimas pero insostenibles tasas de interés. El 20 de noviembre de 2008, para acotar la debacle, el FMI le otorgó al país un crédito de 2 mil 100 millones de dólares, acompañado de estrictas medidas de austeridad.
Antes que el Eyjafjallajokull hiciera erupción el mes pasado, la situación era ya catastrófica. Había inflación galopante, un desempleo superior a 10 por ciento y, a pesar de la recesión, el gobierno aplicó nuevos impuestos. ¿Quién lo diría, verdad? En la actualidad, cada hielandés debe 50 mil euros, por culpa de un puñado de pirrurris que se apoderó de los bancos nacionales y los utilizó en su propio beneficio, para enriquecerse a costa de la ruina de todo el pueblo. Cualquier parecido con la tragedia que México padece desde que el salinismo se adueñó de nuestro país, no es una coincidencia, sino un estímulo adicional para luchar en contra de este modelo inhumano de saqueo. La gran pregunta, sin embargo, es: ¿para que se produzca una nueva revolución mundial tendrá que volver a estallar el Laki?
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