jueves, junio 03, 2010

Colombia en su laberinto y México a la zaga

“Que el fraude electoral jamás se olvide”

Por: Gerardo Fernández Casanova

Las elecciones colombianas del pasado domingo, cuyo resultado a nadie sorprendió, vienen a servir de confirmación de que existe una especie de vademécum para gobernar desde la derecha. Tan añejo como el usado por Hitler, Mussolini y Franco, en Europa, y como las dictaduras militares de Nuestra América. Provocar el terror para que la población priorice la seguridad ante cualquier disyuntiva política. Es la fórmula y les funciona a la perfección. Una mano tramposa distorsiona el funcionamiento de la cosa pública, de suerte que en un país empobrecido, donde sería natural una presencia vigorosa de la izquierda, la oligarquía logra realizar con éxito sus simulacros de democracia electoral. Esa mano tramposa, que no tiene nada de misteriosa, asesinó a Jorge Eliécer Gaytán en 1948, quien simbolizó el proyecto emancipador colombiano y estaba perfilado a ganar las elecciones presidenciales; su lucha por la reforma agraria tomó cuerpo en reacción a la masacre perpetrada por la United Fruit, de la que da cuenta García Márquez en Cien Años de Soledad, y que significó la muerte de más de 3000 campesinos que reclamaban condiciones mínimas de justicia laboral. Desde entonces Colombia vive en estado de guerra civil y de extremada violencia política, con una dizque competencia entre los partidos de la oligarquía que se alternan en el poder, pero con la continua intervención de la embajada yanqui, ahora consolidada con las bases militares de apoyo a la llamada lucha contra el terrorismo y el narcotráfico, como ellos suelen tildar a las luchas populares de liberación. La contrainsurgencia orquestada desde el Plan Colombia, con los métodos criminales del paramilitarismo y la táctica del suelo arrasado, ha logrado acalambrar a comunidades enteras cuya voluntad política es violentada en beneficio de la oligarquía.

El resultado del actual proceso electoral, que le otorga el triunfo al más recalcitrante de los personeros de la ultraderecha colombiana, coloca en serio riesgo la seguridad y la paz en Latinoamérica toda (no sólo en el sur del continente). Es el ariete de los yanquis para contrarrestar el proceso de integración autónomo de la región, alentado por los regímenes progresistas y revolucionarios, con Brasil y Venezuela a la cabeza, respectivamente. Washington está decidido a mantener su poder hegemónico en el hemisferio, aún a costa del derramamiento de sangre entre hermanos, tal como ha sido en doscientos años de historia. Ojalá que no suceda.

Lo grave del caso es la enorme dificultad para resolverlo. A 62 años de guerra civil ha quedado debidamente consignada la conclusión de la inviabilidad de la vía armada como forma de solución, pero igualmente sucede con la vía electoral que, de manera más que fehaciente, demuestra su ineficacia. Incluso se vive un círculo vicioso por el que la vigencia de ambas alternativas contribuye a la mutua ineficacia. Es urgente el surgimiento de un liderazgo que pueda convocar al pueblo colombiano, incluida la guerrilla, que conduzca al pueblo hacia una meta de libertad y justicia y que no muera en el intento.

En México no cantamos mal las rancheras. La fórmula se aplica a pie juntillas y el resultado amenaza con ser semejante. Puede decirse que se instauró desde que Carlos Salinas llevó al triunfo electoral a Zedillo en un esquema de temor en la sociedad, a la luz de los asesinatos políticos y del alzamiento de los zapatistas en Chiapas. El miedo lleva a la gente a ser conservadora, de ahí que rindan frutos las campañas sucias y los tildes de peligro con que se trata de etiquetar a quienes postulan cambios de fondo. El ejército en las calles no obedece a otro objetivo que el de amedrentar a la población, encubierto en una aparente guerra contra el crimen organizado. La criminalización de la disidencia, poco a poco, va adquiriendo carácter de institución en el ejercicio de la política, en tanto que la connivencia con la delincuencia es patente de corso para quienes son funcionales al poder. En este entorno, la política va quedando reducida para ser practicada casi exclusivamente por los malandrines, ante los enormes riesgos personales que implica su ejercicio honesto. El pan y el circo mantienen a una masa informe de supuestos ciudadanos a la que el futbol y las telenovelas, junto con la desinformación mediática, le hacen olvidar sus penurias. Los llamados programas sociales, supuestamente destinados a la erradicación de la pobreza, sólo sirven para garantizar la clientela electoral del régimen.

En estas condiciones a los mexicanos nos toca dar una lucha doblemente difícil: derrocar al régimen y, antes, reeducar a la masa para que se movilice y emprenda la transformación. Más difícil aún resulta la lucha cuando, en el campo de quienes supuestamente aspiramos a la recuperación del país, prevalece la desunión y la venalidad de algunos dirigentes quienes, escondidos bajo el manto de una modernidad colaboracionista, se han conformado con el plato de lentejas y las migajas que les ofrece el régimen corrupto y espurio.

Nuestra única real ventaja es que contamos con un liderazgo idóneo que, a despecho de la política cortesana, recorre el país para organizar y reeducar a la gente. Andrés Manuel López Obrador, vituperado y vilipendiado por la intelectualidad orgánica y los levantacejas del régimen, es el líder a seguir y a proteger. Fiel a su costumbre de poner por escrito su pensamiento, López Obrador presenta un nuevo libro, el noveno, en el que consigna su postura ante la realidad nacional y convoca para el 25 de julio para presentar, en una magna asamblea informativa, los lineamientos del Proyecto Alternativo de Nación debidamente actualizado. Hay liderazgo y hay pueblo organizado: sonríe porque vamos a ganar.

gerdez999@yahoo.com.mx

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