01 junio 2010
“Todos los mexicanos sabemos lo que nos pasa (…) lo sufrimos a diario. Lo que me resulta inexplicable es (que) todavía pensemos que vamos a salir de ésta sin pagar un costo”.
Homero Reyes Rangel.
I
La filosofía, la historia y otras ciencias políticas y sociales ofrecerían explicaciones coherentes a tutiplén al tema que el eminente doctor en derecho Reyes Rangel enuncia en el epígrafe de ésta entrega. Cierto. Todos sabemos cuál es nuestra enfermedad…
Pero no movemos un dedo para curarla. Pero explicar esa apárente apatía de la ciudadanía mexicana bien pudiere ser un registro muy fino –por fiel— de la realidad en su pasado histórico, su presente historicista y el futuro prospectivo posible.
Y es que lo que a muchos les parecería que nada está sucediendo para desasirnos del terrible statu quo de opresión que objetivamente discernida tiene a México --sea lo que fuere y es— postrado ignominiosamente. Indignamente de Rodillas. Humillado.
No huelga abundar en las manifestaciones tan dramáticas –no exentas de espectacularidad-- del statu quo opresivo, pero su omnipresencia estructural y superestructural e incluso coyuntural nos resulta familiar en la cotidianidad.
Cierto. Nos estamos familiarizando con las manifestaciones de la descomposición del poder político del Estado mexicano y hasta de los demás elementos constitutivos de éste y ello representa un enorme peligro, igual o mayor, como el statu quo opresivo mismo.
II
Así es. El enorme peligro es el de que nos acostumbremos al statu quo opresivo y desarrollemos recursivamente una enorme capacidad de absorción de un castigo brutal –violencia económica, política, social y cultural— al que estamos sometidos.
Esa capacidad recursiva que estaríamos desarrollando los mexicanos devendría en la actitud social de asumir como normalidad el castigo recibido, el cual, desde cualesquier perspectivas y al través de prismas analíticos, crece y crece sin límite.
De ello no habría duda. El castigo severísimo –sin cuartel, despiadado-- que los mexicanos estamos recibiendo en todas partes del cuerpo societal, en lo externo y en lo interno, va conformando un acervo idiosincrásico. Nos negamos a la felicidad social.
De esa percepción resulta un parecer muy arraigado en los personeros panistas, priístas y demás del poder político del Estado mexicano que se sincretiza en la muy común y cínica afirmación de que “el pueblo aguanta todo lo que le hagamos”.
Ese cinismo preside, documentadamente, el quehacer político –es decir, el ejercicio del poder político—distorsionándolo a tal grado y extensión que hace nugatorio el anhelo social de justicia, igualdad, fraternidad y libertad. El statu quo niega eso.
III
Empero, tan ofensivo cinismo corre a la par de un subyacente temor de los personeros panistas, priístas, etc., del poder político del Estado de que masivamente estalle la furia social y que ello se traduzca en su perentoria, violenta, fatal remoción.
El cinismo tiene colmos. Ayer se planteaba aquí, en éste espacio, la incongruencia de un priísta prominente, Emilio Gamboa Patrón, al afirmar que los mexicanos “estamos cansados de simulación” refiriéndose al desempeño del panismo en el poder político.
Y aun más, en esa dialéctica del culmen: afirmaba falazmente el citado personaje que en los presidencialados priístas la economía creció a 7 por ciento anual. Hecho factual: nuestra economía no ha crecido a ese nivel aproximado o superior desde 1981 (8.5).
Pero olvidemos al simulador don Emilio, pues fue su partido, el PRI, el causante de la debacle actual (el PAN la empeoró) y retornemos al tema y subráyese que en el muy castigado pueblo de México adviértense ciertos indicios reivindicadores.
No todo es pasividad idiosincrásica en la absorción del tremendo castigo. Los estratos más avanzados de la sociedad están actuando cual punta de lanza. El sentido común parece aconsejar esperar al desplome, ya ocurrente e inexorable, del poder político.
ffponte@gmaiul.com
Homero Reyes Rangel.
I
La filosofía, la historia y otras ciencias políticas y sociales ofrecerían explicaciones coherentes a tutiplén al tema que el eminente doctor en derecho Reyes Rangel enuncia en el epígrafe de ésta entrega. Cierto. Todos sabemos cuál es nuestra enfermedad…
Pero no movemos un dedo para curarla. Pero explicar esa apárente apatía de la ciudadanía mexicana bien pudiere ser un registro muy fino –por fiel— de la realidad en su pasado histórico, su presente historicista y el futuro prospectivo posible.
Y es que lo que a muchos les parecería que nada está sucediendo para desasirnos del terrible statu quo de opresión que objetivamente discernida tiene a México --sea lo que fuere y es— postrado ignominiosamente. Indignamente de Rodillas. Humillado.
No huelga abundar en las manifestaciones tan dramáticas –no exentas de espectacularidad-- del statu quo opresivo, pero su omnipresencia estructural y superestructural e incluso coyuntural nos resulta familiar en la cotidianidad.
Cierto. Nos estamos familiarizando con las manifestaciones de la descomposición del poder político del Estado mexicano y hasta de los demás elementos constitutivos de éste y ello representa un enorme peligro, igual o mayor, como el statu quo opresivo mismo.
II
Así es. El enorme peligro es el de que nos acostumbremos al statu quo opresivo y desarrollemos recursivamente una enorme capacidad de absorción de un castigo brutal –violencia económica, política, social y cultural— al que estamos sometidos.
Esa capacidad recursiva que estaríamos desarrollando los mexicanos devendría en la actitud social de asumir como normalidad el castigo recibido, el cual, desde cualesquier perspectivas y al través de prismas analíticos, crece y crece sin límite.
De ello no habría duda. El castigo severísimo –sin cuartel, despiadado-- que los mexicanos estamos recibiendo en todas partes del cuerpo societal, en lo externo y en lo interno, va conformando un acervo idiosincrásico. Nos negamos a la felicidad social.
De esa percepción resulta un parecer muy arraigado en los personeros panistas, priístas y demás del poder político del Estado mexicano que se sincretiza en la muy común y cínica afirmación de que “el pueblo aguanta todo lo que le hagamos”.
Ese cinismo preside, documentadamente, el quehacer político –es decir, el ejercicio del poder político—distorsionándolo a tal grado y extensión que hace nugatorio el anhelo social de justicia, igualdad, fraternidad y libertad. El statu quo niega eso.
III
Empero, tan ofensivo cinismo corre a la par de un subyacente temor de los personeros panistas, priístas, etc., del poder político del Estado de que masivamente estalle la furia social y que ello se traduzca en su perentoria, violenta, fatal remoción.
El cinismo tiene colmos. Ayer se planteaba aquí, en éste espacio, la incongruencia de un priísta prominente, Emilio Gamboa Patrón, al afirmar que los mexicanos “estamos cansados de simulación” refiriéndose al desempeño del panismo en el poder político.
Y aun más, en esa dialéctica del culmen: afirmaba falazmente el citado personaje que en los presidencialados priístas la economía creció a 7 por ciento anual. Hecho factual: nuestra economía no ha crecido a ese nivel aproximado o superior desde 1981 (8.5).
Pero olvidemos al simulador don Emilio, pues fue su partido, el PRI, el causante de la debacle actual (el PAN la empeoró) y retornemos al tema y subráyese que en el muy castigado pueblo de México adviértense ciertos indicios reivindicadores.
No todo es pasividad idiosincrásica en la absorción del tremendo castigo. Los estratos más avanzados de la sociedad están actuando cual punta de lanza. El sentido común parece aconsejar esperar al desplome, ya ocurrente e inexorable, del poder político.
ffponte@gmaiul.com
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