Volver a la dieta tradicional primitiva
Por Gilberto Balam Pereira
A los estudiosos, analistas y nutriólogos, nos preocupa hondamente la amenaza de la exacerbación del hambre en el país. En varias ocasiones hemos señalado las altas frecuencias de desnutrición en sus dos formas: de bajo y de alto peso (obesidad) que padece México, en particular desde el momento en que los neoliberales aprueban el TLCAN. Hace 50 años el país, incluyendo Yucatán, era suficiente en su producción de alimentos básicos. En los años 60s comenzaron las señales de la crisis en la productividad. Ahora, nuestros alimentos son importados, de calidad dudosa, contaminados con substancias químicas insalubres y hasta cancerígenas. Sus precios son exorbitantes y los bolsillos de los trabajadores no alcanzan para una dieta sana y equilibrada en nutrientes. Entonces se acude al consumo de productos energéticos y de baja calidad biológica, vamos, me refiero a los alimentos chatarra. Consumismo y modas nos ahogan en lo insano. Habemos quienes nos pronunciamos por regresar a nuestros orígenes, a la dieta tradicional del campesino, que es más sana, nutritiva y libre de contaminantes: tortilla, frijol, tomate, calabaza, chile, pepino blanco, chaya, yuca, camotes, conejo y frutas y animales de patio, naranja agria, naranjada y horchata. Probablemente no tendríamos tanto cáncer, ni hipertensión arterial, ni colesterol, ni diabetes, fuéramos más sanos. La globalización industrial de alimentos nos ha engullido. Pero a los gobernantes y empresarios esto no les importa.
Los regímenes en turno abusan de la demagogia e inventan programas hechizos de producción nacional de alimentos.
Así, 30 años atrás José López Portillo anunció el llamado Sistema Alimentario Mexicano (SAM), que establecía metas de consumo alimentario y medios para satisfacerlas. Miguel de la Madrid, impuso otro programa, el Nacional de Alimentación (Pronal), que prometía lo mismo que el SAM con el añadido de reducir en cuando menos 30 por ciento la compra de alimentos en el exterior. Ambos programas no sirvieron para nada. Lograron exactamente lo contrario, y aumentó más la adquisición de alimentos en los mercados internacionales. Con Salinas y Zedillo la importación de alimentos creció a grado tal que alrededor de la mitad de lo que los mexicanos comían ya provenía del extranjero, mientras tanto el campo producía pobres y migrantes. El campo se abandonó y se favoreció a los empresarios agroindustriales. El campesino pobre no existe para el neoliberalismo.
Fox en su momento, advirtió que “para el 2006 todo mexicano tendría suficientes alimentos en su mesa”, y Fecal lo emuló en su perorata. El caso es que organismos internacionales como la Cepal y la FAO advierten tristemente que en este año de la “recuperación”, México incrementará aún más la importación de alimentos ya que la producción nacional en este renglón se mantiene a la baja. Según el INEGI, en el primer trimestre de 2010, México erogó 4 mil 291 millones de dólares para comprar alimentos en EU, lo que representa un crecimiento de 14 por ciento respecto de igual periodo de 2009, y equivale, en ese lapso, a un gasto de 2 millones de dólares por hora. El país es así uno de los principales importadores de alimentos. Agréguese a esto el enorme riesgo del factor transgénico.
El INEGI informa también que de enero a marzo, por ejemplo, la importación de pescado fresco o refrigerado se incrementó casi 50 por ciento, para abastecer a un país con más de 10 mil kilómetros de litorales. A propósito, diremos que Yucatán tiene el más bajo consumo de pescado per cápita.
La importación de café reportó un crecimiento de 105 por ciento, justo para un país con uno de los mejores granos del mundo. La compra de maíz en el extranjero ascendió en 20 por ciento. El azúcar registró un crecimiento de compra casi 260 por ciento, en un país que no hace mucho exportaba grandes cantidades del dulce. En la última década México ha gastado algo así como 150 mil millones de dólares (40 por ciento de ellos en el calderonato) para adquirir alimentos en el exterior y comercializarlos en un país en el que se producía prácticamente todo lo que ahora se compra más allá de nuestras fronteras y a precios cada día más elevados.
En fin, la tragedia alimentaria que vive México es obra y gracia de nuestros gobiernos neoliberales.
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