Por Ricardo Andrade Jardí
Por más intentos que el fecalismo y el PRIAN incluido hagan, para hacer como que les importa, más allá de la demagogia el bicentenario del inicio de la insurgencia independentista y el centenario del oficialmente reconocido inicio de la llamada Revolución mexicana, la que, en la práctica y en aras de la verdad histórica, desde 1896 ya se anunciaba como una serie de repetidos enfrentamientos, alzamientos y pugnas del proletariado mexicano contra los explotadores extranjeros solapados por el entreguismo del dictador Porfirio Díaz.
Por más intentos, pues, que la clase política haga para reivindicar ciertos momentos de las insurgencias mexicanas, siempre desde “la heroicidad irrepetible del hecho reivindicado”, para asegurar que a nadie se le ocurra imitar a los históricos insurgentes, nada más no les sale.
La demagogia de exhumar y trasladar, en improvisado desfile, los huesos de los que dicen fueron los héroes de la patria, no es más que eso: demagogia. Cortinas de humo para no iniciar el inevitable proceso de reivindicación histórica de lo que realmente debería ser importante. Los ideales y el pensamiento de los hombres y mujeres, en su mayoría olvidadas por la historia oficial, pese al fundamentalísimo papel que jugaron tanto en la Independencia (hoy casi perdida por la política entreguista de los gobiernos del PRI y el PAN en los últimos 30 años) como en la Revolución de 1910, que son además parte del imaginario olvidado que en muchos momentos colocaran a México a la vanguardia del pensamiento más humanista y progresista de la historia contemporánea de la humanidad.
Ahí está el usurpador en turno, haciendo demagógicos tránsitos, sobre la avenida Reforma, ni más ni menos que Reforma, otra de las tantas y tantas cosas de nuestra brillante historia que el usurpador es incapaz de entender, aunque su enajenada formación conservadora lo haga sistemáticamente enfrentarse contra los ideales del Estado laico, uno de los últimos pilares que nos quedan de la aspiración republicana, para no terminar jugando fútbol con la cabeza de nuestros vecinos, como la historia más cercana nos enseña que termina toda “guerra santa”, como la que desde una parte del clero se promueve y desde el bolsillo de los conservadores empresarios se incita, especulando la jugosa ganancia que supone la violencia, mientras el clero reclama derechos, que no tiene, ni debe tener, en una sociedad organizada bajo el espíritu republicano.
Ahí entre gritos de “espurio”, “espurio”, “espurio”… el caballerito de Los Pinos y los cadetes del Colegio Militar trasladan los cráneos de los que, dicen, fueron los padres de la patria. Pero por ningún lado vemos las “ediciones oficiales”, económicas o gratuitas, con los escritos de Teresa de Mier o los bandos de Morelos, ni tampoco la reimpresión del libro sobre las heroicas mujeres de la independencia que el porfiriato promovió para los festejos del centenario de la Independencia o los ensayos sobre las mujeres de la Revolución, realizados por el Instituto de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, o mejor aún los cientos de textos literarios y políticos de Ricardo Flores Magón y los estudios sobre el magonismo y los antecedentes históricos del socialismo mexicano y el anarcosindicalismo, que sin duda impregnaron buena parte del espíritu de la Revolución de 1910 y los que siguen latentes junto a la mayoría de las demandas por las que los explotados mexicanos hicieron suyo el Plan de San Luis.
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