Por Fausto Fernández Ponte
13 julio 2010
“Detrás de cada revolución hay una ciega intransigencia de las clases dominantes”.
Enrique Semo.
I
El afán de Andrés Manuel López Obrador de procurar para sí la candidatura de por lo menos dos de los tres partidos del progresismo político apoyándose sobre una base transgeneracional de mexicanos en movimiento ha detonado alarmas.
Cierto. No obstante la magra difusión que se le ha dado al anuncio de su decisión de tratar de ser candidato si en 2012, éste personaje es el mejor posicionado en términos de potencial proselitista y preferencia electoral. Por ello, se le temé.
¿Quién le teme? ¿Por qué se le teme? ¿Se le teme acaso por su carisma que para no pocos mexicanos es indetectable? ¿Se le teme, tal vez, por su peculiar porfía y tenacidad obstinada que muchos de sus seguidores y allegados consideran mesiánica?
¿O se le teme por su convicción de que México sólo puede salvarse de la mafia en el poder que ha secuestrado y saquea al país --como así lo sostiene incluso en su libro más reciente— mediante la toma popular del poder y una transformación pacífica de éste?
¿Se le teme, quizá, por su vigencia política pues es la única figura pública mexicana capaz de movilizar masas, lo cual ni siquiera el Presidente de Facto de México, Felipe Calderón, ni ningún gobernador pueden hacer sin acarreo de claques?
II
¿O se le teme, pensaríase no sin suspicacia, por su adhesión a la vía institucional, la electoral, inimputable para conquistar el poder político del Estado y, desde allí, intentar cambios en el statu quo antisocial prevaleciente en México desde hace cinco sexenios?
Por supuesto, para los historiadores –como éste escribidor-- individuos como don AMLO, tan imperfectos, tan falibles, tan obsesivos en la persecución de sus anhelos, sólo son comprensibles y explicables mediante la disciplina del historicismo.
El historicismo, precísese, permite –como diría el galo Ernesto Renán (1823-1892)—discernir “todo lo que llega a ser”. Es decir, permite juzgar hechos y sucedidos no por su valor intrínseco, sino en función del medio histórico en el que ocurren.
Acudamos a un jurista y político notable para redondear la definición, el ecuatoriano Rodrigo Borja, quien afirma que la manera de ser y de pensar de las sociedades y de los humanos están condicionadas por la convivencia histórica.
Así, al aplicar el historicismo como ciencia fundamental para la interpretación de la realidad social, antójase posible situar al tabasqueño en su contexto social y político, el actual, secuencia de un “continuum”, en el cual pululan oponentes y detractores..
III
Pero esos oponentes y detractores tienen denominador común: se han beneficiado ideológica, política, social, cultural, monetaria e imcluso psicológicamente del statu quo; creen, añádase, que dicho statu quo es el menor de los males presentes y por venir.
Por supuesto que el espectro de motivaciones de las antipatías de muchos con respecto a don AMLO es amplísimo, respondiendo a imperativos y vectores que van desde los inducidos por los medios de control social hasta los temores comprensibles al cambio.
Entre los propios mexicanos en movimiento localízanse aquellos –muchos— que consideran que las conductas públicas de don AMLO son incongruentes y que por ser reformistas y no vistas como revolucionarias contribuyen a reforzar el statu quo opresor.
En ese contexto de polarización política de la sociedad persisten los temores de quienes –los miembros de la mafia del poder— quieren ver, y actualmente ven, en el proselitismo preelectorales de don AMLO “un peligro para México”.
Y así le imbuyen insidiosamente ese temor al conglomerado ciudadano, que bombardeado incesantemente asocia el peligro para la mafia del poder con un “peligro” propio. La mafia, pues, diseña ya su tácticas defensivas.
ffponte@gmail.com
Enrique Semo.
I
El afán de Andrés Manuel López Obrador de procurar para sí la candidatura de por lo menos dos de los tres partidos del progresismo político apoyándose sobre una base transgeneracional de mexicanos en movimiento ha detonado alarmas.
Cierto. No obstante la magra difusión que se le ha dado al anuncio de su decisión de tratar de ser candidato si en 2012, éste personaje es el mejor posicionado en términos de potencial proselitista y preferencia electoral. Por ello, se le temé.
¿Quién le teme? ¿Por qué se le teme? ¿Se le teme acaso por su carisma que para no pocos mexicanos es indetectable? ¿Se le teme, tal vez, por su peculiar porfía y tenacidad obstinada que muchos de sus seguidores y allegados consideran mesiánica?
¿O se le teme por su convicción de que México sólo puede salvarse de la mafia en el poder que ha secuestrado y saquea al país --como así lo sostiene incluso en su libro más reciente— mediante la toma popular del poder y una transformación pacífica de éste?
¿Se le teme, quizá, por su vigencia política pues es la única figura pública mexicana capaz de movilizar masas, lo cual ni siquiera el Presidente de Facto de México, Felipe Calderón, ni ningún gobernador pueden hacer sin acarreo de claques?
II
¿O se le teme, pensaríase no sin suspicacia, por su adhesión a la vía institucional, la electoral, inimputable para conquistar el poder político del Estado y, desde allí, intentar cambios en el statu quo antisocial prevaleciente en México desde hace cinco sexenios?
Por supuesto, para los historiadores –como éste escribidor-- individuos como don AMLO, tan imperfectos, tan falibles, tan obsesivos en la persecución de sus anhelos, sólo son comprensibles y explicables mediante la disciplina del historicismo.
El historicismo, precísese, permite –como diría el galo Ernesto Renán (1823-1892)—discernir “todo lo que llega a ser”. Es decir, permite juzgar hechos y sucedidos no por su valor intrínseco, sino en función del medio histórico en el que ocurren.
Acudamos a un jurista y político notable para redondear la definición, el ecuatoriano Rodrigo Borja, quien afirma que la manera de ser y de pensar de las sociedades y de los humanos están condicionadas por la convivencia histórica.
Así, al aplicar el historicismo como ciencia fundamental para la interpretación de la realidad social, antójase posible situar al tabasqueño en su contexto social y político, el actual, secuencia de un “continuum”, en el cual pululan oponentes y detractores..
III
Pero esos oponentes y detractores tienen denominador común: se han beneficiado ideológica, política, social, cultural, monetaria e imcluso psicológicamente del statu quo; creen, añádase, que dicho statu quo es el menor de los males presentes y por venir.
Por supuesto que el espectro de motivaciones de las antipatías de muchos con respecto a don AMLO es amplísimo, respondiendo a imperativos y vectores que van desde los inducidos por los medios de control social hasta los temores comprensibles al cambio.
Entre los propios mexicanos en movimiento localízanse aquellos –muchos— que consideran que las conductas públicas de don AMLO son incongruentes y que por ser reformistas y no vistas como revolucionarias contribuyen a reforzar el statu quo opresor.
En ese contexto de polarización política de la sociedad persisten los temores de quienes –los miembros de la mafia del poder— quieren ver, y actualmente ven, en el proselitismo preelectorales de don AMLO “un peligro para México”.
Y así le imbuyen insidiosamente ese temor al conglomerado ciudadano, que bombardeado incesantemente asocia el peligro para la mafia del poder con un “peligro” propio. La mafia, pues, diseña ya su tácticas defensivas.
ffponte@gmail.com
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