Para el historiador Lorenzo Meyer, las elecciones de 2010 constituyeron “un ritual sin contenido”, no existieron los ciudadanos ni las propuestas distintas, y “la atmósfera fue de una lucha entre los poquitos que se disputaban la bolsa de recursos electorales”.
Irónico, asesta: “Si esta es nuestra normalidad democrática, pobre normalidad, porque es una normalidad gris, sin entusiasmo”.
Este fenómeno es producto de nuestra historia, de la naturaleza de las élites políticas en México y de la confusión entre alternancia y transición a la democracia, resume el catedrático de El Colegio de México. Enseguida explica:
“Es la naturaleza de la sociedad colonial. México fue el resultado de una colonización de explotación y no de una colonización de poblamiento, como fue el caso de Estados Unidos. Para explotar una colonia como la Nueva España, los poquitos debían ser capaces de tener el mando y todos los demás debían obedecer.
“Ni la Independencia ni la Revolución cambiaron eso. Lo que vivimos ahora son los ecos de la fundación original del país. ¿Por qué fue más conflictiva la elección de 2006 y no la de 2000? Porque en la elección de 2000 la élite del poder decidió que la alternancia no era ninguna amenaza para el statu quo (...) pero en 2006 se abre la posibilidad de que la elección sea más de contenidos que de formas. Se ofreció la identificación entre el candidato presidencial y las clases más bajas.”
Meyer advierte que ni el proyecto de López Obrador ni el de la coalición que lo postuló para la Presidencia de la República eran radicales ni planteaban una revolución, pero “la élite del poder no quiso. Y ya se vio desde la Independencia, cuando Hidalgo quiso introducir a los pobres en los procesos políticos, esto es algo peligroso. Y la Revolución Mexicana introdujo a las clases peligrosas. No hay que hacer eso. Pero se supone que estábamos en el siglo XXI, que habíamos cruzado el Rubicón democrático”.
Con estos antecedentes, el investigador señala que los comicios de 2010 fueron “como retornar a 2000, pero ya se perdió la virginidad, ya se sabe a lo que conduce una alternancia vacía, ya no entusiasma a nadie”.
–La alternancia por la alternancia nos hizo creer desde 2000 que eso garantizaba la transición. ¿No sucedió lo mismo ahora? –se le cuestiona.
–Eso nos confundió a muchos. Me incluyo sin ninguna excusa, porque me pareció lógico que la primera etapa fuera para no darle miedo a las élites y pensábamos que Fox tenía cierto compromiso democrático. No lo veía ni lo creía tan vacío.
–Bueno, durante la campaña de 2006, ese panismo impulsó la frase del “peligro para México”…
–Eso del peligro es un discurso vergonzoso y revelador en extremo, porque alguien que es un peligro para un país tiene que ser eliminado. Es casi equiparable con el narco. Esa brutal definición de la campaña fue una demostración de que quedaba cero compromiso democrático, cero tolerancia en el PAN.
–¿Por qué los candidatos opositores de ahora están diciendo que es necesario el borrón y cuenta nueva?
–Se entiende que lo digan, pero qué estupidez querer quitar la historia. Es como querer borrar la memoria del pasado inmediato. Se entiende que lo digan, pero es un discurso vacío.
–¿Hay una asimilación del fracaso de lo sucedido en 2000? Los candidatos opositores no están ofreciendo nada.
–Es interesante este fenómeno. En un país con los problemas de fondo que tiene México, que su liderazgo político diga: “yo sólo quiero ver la superficie, no me obliguen a escarbar un poco, vamos a no complicarnos”, es tremendo. Alguien que niega la realidad, tarde que temprano se topa con ella o se vuelve loco.
“Abdicar de la responsabilidad es un camino hacia el fracaso. Un país que no enfrenta sus múltiples problemas (corrupción, fracaso educativo fantástico, injusticia rampante, pobreza) sólo administra el fracaso. Están administrando el fracaso.”
–¿Qué pasa con los partidos?
–Son partidos de cuadros, alejados de la sociedad, que encontraron su marco, que es el IFE y las reformas electorales, y ahora están blindados frente a la sociedad. Las encuestas pueden colocarlos en el último lugar de la opinión social, pero ellos ya lo saben, dicen: “desquítense, elijan lo peor de nosotros, pero los privilegios no los vamos a perder”.
Para Meyer, este es el “gran punto de acuerdo” entre las oligarquías de todos los partidos: “Son los pocos que lograron monopolizar la representación”, “es el grupo de los pocos que cerró el círculo de hierro que los separa de los millones de mexicanos”.
Ante estas circunstancias, la alianza entre el PAN y el PRD se estableció desde que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación le entregó a Jesús Ortega el control de su partido.
–¿No es paradójico que el liderazgo social más amplio que existe, como el de López Obrador, no cuente ahora con partido?
–Es certísimo. El único movimiento social ya masivo (dicen tener 2 millones y medio de afiliados) no tiene partido. Esas oligarquías partidistas tienen la legalidad, pero no la representatividad. Y a López Obrador sólo le queda el tenue punto de apoyo del PT y de Convergencia.
–¿Y qué representa el PRI?
–El PRI son los gobernadores. En algunos estados fracasaron, como en Oaxaca, Puebla y Sinaloa. El PRI desde su origen necesitó una figura fuerte que lo cohesionara, como fue Plutarco Elías Calles, quien no tenía ninguna representatividad institucional pero era el jefe; después (el partido) da el salto hacia la figura presidencial, desde Lázaro Cárdenas, y ahora vuelve a sus orígenes con Salinas, que es como una especie de Plutarco Elías Calles del siglo XXI.
“El PRI se acostumbró a tener un jefe y se fragmentó en varios señores feudales después de la derrota de 2000. Pero esos virreyes necesitan tener un emperador porque, si no, se pueden matar. Para su propia salvación necesitan un emperador, pero ese emperador de ahora no tiene ninguna institucionalidad.
“Lo paradójico es que el poder de Salinas es un reflejo de la debilidad del PRI. Si cambiaran las cosas, Salinas saldría sobrando. Hay que reconocer que Salinas, en esta transición que no cuajó, supo encontrar su lugar.”
–Pero el PRI sigue triunfando en los estados…
–Eso no refleja el triunfo del PRI, sino el fracaso del PAN como gobierno.
–¿Qué le queda al gobierno de Calderón de su origen como gobierno panista, de sus ideólogos?
–Calderón quemó lo último que quedaba de la herencia panista. Este PAN en el gobierno no tiene nada que ver con el que fundó Gómez Morín. Es un gobierno que se quedó sin energía, está a merced de lo que establezca Estados Unidos a través de la Iniciativa Mérida.
Ante este panorama, Meyer advierte que la demanda maderista de “sufragio efectivo” sigue siendo válida, a 100 años de distancia:
“Para recuperar la efectividad del sufragio, se hace una revolución social en México. ¡Cuánta resistencia habrá en las élites políticas, que a pesar de la Revolución el sufragio sigue siendo inefectivo! El voto es muy difícil de respetarlo. ¿Por qué?”
La resistencia al cambio
En su interpretación de los resultados de los comicios recientes, Calderón afirmó que fue un voto por la paz, en contra de la violencia. Por eso se le pregunta al doctor Meyer cuánto influyó el contexto de inseguridad en el proceso electoral.
–Hay que analizar de dónde viene esa violencia. Es un fenómeno muy complejo, como en Tamaulipas, donde asesinaron al primer candidato del PRI a la gubernatura.
“Hubo una economía política del narco de los años cuarenta hasta los ochenta, con el asesinato de Enrique Camarena. En toda esta etapa hubo un Estado fuerte, centralizado, que pudo controlar al narco como no pudo hacerlo Colombia porque no tenía este tipo de Estado. Pero con el desmoronamiento de las antiguas formas priistas, el aumento del mercado y la proliferación de los corredores hacia Estados Unidos hicieron que surgiera una violencia que amenaza al Estado.
“En Tamaulipas tenemos un episodio histórico que recuerda el asesinato del gobernador de Sinaloa, Loaiza, muerto en 1944, en Mazatlán, porque los que cultivaban la amapola, el opio, consideraban que los traicionó. Entonces, da la impresión de que retornamos al origen.
“Esa economía política del narco no se introducía en las elecciones, como ahora, donde está presente en todos los municipios, como sucedió en Tamaulipas.”
–¿Cuándo empiezan las elecciones competidas en el país?
–A finales de la Colonia, en 1813 o 1814, las Cortes de Cádiz deciden abrir la posibilidad de que en la Ciudad de México todos voten. Son elecciones competidas porque no hay la seguridad de quién vaya a ganar, hay un alto nivel de incertidumbre y entran todos a participar, hasta los indios, que acuden a las iglesias.
“En las boletas, las letras se parecen mucho. Hay historiadores que dicen, como Virginia Guedea, que alguien pudo inducir o decir por quién votar. En esa época hubo una fiesta cívica. Los resultados fueron tan adversos al gobierno, que no se volvió a convocar a elecciones. Fue nuestra entrada y salida de las elecciones competidas. Ahí se perdió la virginidad.
“Vienen todas las elecciones del siglo XIX, donde no hubo ciudadanos que participaran. Hay crónicas que dicen: yo nunca vi entrar a nadie a las mesas de votación. Estas mesas se arreglaban de antemano. Había votaciones, incluso, a mano alzada.”
–¿Por eso la fuerza de la demanda de sufragio efectivo, lanzada por Madero?
–Es una demanda tan sencilla y a la vez tan importante, la de Madero, porque existía sufragio, pero no era efectivo. El sufragio se gana desde finales de la época colonial, pero lo efectivo no. En este país se hace una revolución por eso.
“Es irónico. La revolución bolchevique se hace porque hay que acabar el capitalismo, formar una sociedad socialista. Aquí se hace por una cosa muy menor. Sin embargo, cuánta resistencia habrá en este país a las elecciones, que se hace la Revolución y el sufragio sigue sin ser efectivo. Se destruye el antiguo Estado y, cuando se vuelve a construir, otra vez se presenta esta resistencia.”
–¿Es un síndrome histórico? ¿Por qué se da esta constante?
–Nunca se reniega en México del voto como fuente original de legitimidad. No se niega eso, pero se niega la esencia del voto: que sea libre, en condiciones de equidad, de competencia.
“Es una hipótesis la mía: es la naturaleza de la sociedad colonial la que explica este fenómeno. México, como la capitanía general de Guatemala o el Virreinato del Perú, fueron colonizaciones de explotación, que contrastan mucho con la estadunidense, que fue una colonización de poblamiento.
“Vinieron muy pocos españoles. Aquí la gran riqueza que había era el exceso de mano de obra nativa. En la Colonia hay dos tipos de seres humanos: los poquitos, que tienen el derecho a mandar, los capaces de entender las complejidades de la vida política, y el resto, que son siervos. Y la Independencia no cambia mucho el modelo original.”
–¿La Revolución Mexicana incorpora a esas clases bajas?
–Abre una puerta, pero no incorpora hasta el fondo. Estamos en el siglo XXI y todavía vivimos esos ecos de nuestra fundación original. El sufragio sigue sin ser efectivo.
Peligro: pobres votando
Meyer se explaya en las consecuencias de la elección de 2000, que marca el fin del régimen priista, y las elecciones de 2006, que reviven el miedo de las élites a incorporar en las decisiones políticas a los sectores más amplios:
“La gran insurgencia electoral de 2000, que tiene ecos de la insurgencia electoral de 1988, es posible porque la alternativa llamativa, Vicente Fox, no era en aboluto una amenaza para el statu quo. Fue gatopardismo completo: vamos a movernos para quedarnos en el mismo sitio, pero con una ventaja, que ya no será el PRI que está tan desgastado, es alguien nuevo, con un partido (el PAN) que tiene una historia democrática. Vamos a hacer que el statu quo se revitalice, sin cambio, por puras percepciones.
“El 2000 salió a pedir de boca. Todo ese lastre que fue el robo electoral de 1988, se limpia. Parece que las manchas del pasado son lavadas. En 2006 se abre la posibilidad de que la elección sea algo más que forma. No había nada radical en las propuestas de López Obrador. Ofrecía un cambio moderado, sobre todo, una identificación del candidato presidencial con las clases bajas por su condición de tales.
“Esta élite del poder fue tan temerosa, tan mezquina, tan poquita cosa, que se espantó. Fue muy racista. El día que ganó Calderón, un periódico registró lo que dijo una señora en la sede nacional del PAN: ‘Se acabó el primero los huevones’. Ese es un resabio colonial. Es decir, los pobres son pobres por su propia culpa.
“Me parece que en 2006 se mostró el rostro, con su guerra sucia, de la voluntad de sacar los miedos seculares de esta sociedad. Por lo menos desde la Independencia, introducir a los pobres al proceso político, tal como lo hizo Hidalgo, es algo peligroso.” l
La lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado emprendida por Felipe Calderón desde el inicio de su gobierno no sólo ha sido un rotundo fracaso político, también ha debilitado a las Fuerzas Armadas. Consultados por Proceso, expertos en seguridad nacional insisten en que nada justifica el uso de las tropas en tareas que competen sólo a las fuerzas policiacas, y critican al mandatario por esa decisión con la que, arguyen, en el fondo sólo pretendió y aún pretende legitimarse.
Justo cuando han transcurrido tres años y siete meses del sexenio, el presidente Felipe Calderón cambió su posición frente al problema del tráfico de drogas en México, pero sin aceptar culpas. De la declaración de guerra y el discurso triunfalista que caracterizaron el arranque de su gestión, pasó al reconocimiento de que hoy enfrenta un problema mayúsculo que tiene antecedentes y consecuencias tan graves como difíciles de resolver.
Lo anterior se desprende de un extenso diagnóstico, publicado por la Presidencia de la República el 14 de junio pasado en medios impresos nacionales. En ese documento, considerado insólito, Felipe Calderón deja ver su impotencia frente al problema criminal al magnificar el crecimiento de las organizaciones delictivas y su poderío frente a las instituciones, lo que antes no reconocía, pues afirmaba que el Estado era más poderoso que los delincuentes.
No obstante sus fallas y la creciente violencia desatada en todo el territorio, Calderón insiste en que la suya sigue siendo la mejor estrategia para enfrentar al crimen organizado, y afirma que de no haberse actuado a tiempo el país enfrentaría una situación más crítica.
Investigadores consultados por Proceso opinan que Calderón enfrenta ya un momento de evidente debilidad y que ésta obedece al agotamiento del Ejército, institución en la que descargó la responsabilidad de combatir al crimen organizado y que ha fracasado, afirman, ante la fuerza de los cárteles de la droga.
Eso no es todo: también arguyen que el auge del narco se observa en el crecimiento del llamado fenómeno de la narcopolítica, presente en el actual proceso electoral que se desarrolla en el país y que ha involucrado tanto a candidatos a alcaldes y diputados, como a algunos gobernadores.
Erubiel Tirado, maestro en derecho por la London School of Economics y responsable de la cátedra sobre seguridad nacional en la Universidad Iberoamericana, afirma:
“En la medida en que se debilita el Ejército Mexicano, el presidente va en caída libre. Su fracaso es más que evidente y tan pobres son los resultados en materia de seguridad que, a mi juicio, no le alcanzan para tener una salida decorosa cuando deje el poder.”
Y añade: “Hay muchos errores en la estrategia del combate contra las drogas; el principal es la corrupción en su gabinete, la cual, por desgracia, no reconoce. La falta de autocrítica lo está hundiendo y no podemos esbozar mayores esperanzas de que en el corto plazo haya buenos resultados frente a la criminalidad”.
A su vez, Fernando Tenorio Tagle, profesor de tiempo completo de la Universidad Autónoma Metropolitana, autor de siete libros sobre temas de justicia y criminalidad, y maestro en justicia penal y criminología crítica, afirma:
“Después de Colombia, México es el segundo país que ha recurrido al Ejército para enfrentar al narcotráfico. En el caso mexicano el problema es mayor, pues existe la percepción social de que se le ha brindado protección al narcotráfico y, peor aún, de que es tan ineficaz su combate que ya resulta evidente que existe una legalización de facto en el consumo de drogas.”
–¿Ve usted una solución al problema antes de que termine el sexenio? –se le pregunta al autor del libro El control social de las drogas en México (Inacipe 1991).
–No la veo y nadie la ve. Este es un sexenio extraviado en el discurso y en sus propias fallas. La gente, y esto es muy grave para un gobierno que apostó todo su capital político al combate criminal, cree que al Chapo Guzmán se le protege, y que si se le brinda protección es porque algo se le debe. La imagen del presidente Calderón está muy deteriorada y cada vez se debilita más. No quiero imaginarme cómo terminará este sexenio.
Autocrítica cero
El lunes 14 de junio, bajo la firma del presidente Felipe Calderón, la Presidencia de la República publicó en diarios de circulación nacional un amplio diagnóstico sobre el fenómeno de la delincuencia organizada que comenzó a combatir, con operativos encabezados por el Ejército, desde noviembre de 2006.
El desplegado se difundió en medio de una fuerte oleada de violencia en el país. Más de 60 asesinatos en tres días sacudieron los estados de Nuevo León, Coahuila, Durango, Chihuahua, Guerrero y Sinaloa, donde chocaron los cárteles del Golfo, de Sinaloa y de Juárez, así como Los Zetas.
De cara al segundo tramo de su periodo gubernamental, Calderón recompone su discurso y ahora dice que no le declaró la guerra al narco, sino que su lucha siempre ha sido por la seguridad pública.
Dice en su diagnóstico: “Nuestro objetivo medular es lograr la seguridad pública de los ciudadanos, y no única ni principalmente combatir al narcotráfico. Combatimos con determinación al crimen organizado…”.
Además de una introducción –en la que reconoce la gravedad del problema de la inseguridad pública–, el documento aborda 19 puntos en los que, de manera sucinta, el presidente reconoce, sin aceptar fallas ni errores de su administración, que el crimen organizado sigue generando violencia e intranquilidad entre la población. E incluso desliza la aceptación de que no se ha podido vencer a los grupos criminales.
Al hacer un análisis del crimen organizado, el mandatario encuentra un culpable: Estados Unidos. Afirma que el origen del problema de violencia radica en primer término en el hecho de que México está situado al lado del país con mayor consumo de drogas a nivel mundial. “Es como si estuviésemos al lado a un vecino que es el mayor adicto del mundo”, dice.
Y sostiene que los cárteles –a los que se comprometió combatir y derrotar “para que la droga no llegue a tus hijos”, según reza uno de los eslóganes de la cruzada contra el crimen organizado– se fortalecieron debido al incremento del tráfico de estupefacientes hacia Estados Unidos.
Desde el principio de su gestión, el presidente se propuso erradicar a las bandas dedicadas al narcomenudeo. Ahora dice en su diagnóstico que este fenómeno es aún más grave, y explica las razones por las que se ha complicado.
“La búsqueda de mercados de consumo en México y la lucha por controlarlos implicó un cambio sustancial en la actividad de los criminales. Al pasar de ser un negocio meramente exportador a ser también un negocio de distribución en el país, la actividad criminal buscó, de manera muy violenta, controlar sus propios mercados, a las autoridades y a los ciudadanos.
“El crimen organizado necesita controlar y marcar el territorio”, asienta el presidente en su radiografía, y justifica así la expansión de los cárteles: “Por ello tenía que hacerse sentir y temer no sólo por otros grupos criminales, sino también por las autoridades y los ciudadanos”.
Calderón, quien en 2006 dijo que su propósito era combatir a todas las redes criminales y heredar un México libre, ahora muestra signos de impotencia al argumentar que el crimen organizado sufrió transformaciones importantes, ya que pasó de un manejo de bajo perfil a un perfil violento y desafiante.
Y explica cómo ha respondido el narcotráfico a las fuerzas federales, por citar sólo una modalidad del crimen organizado: “en lugar de esconderse de la autoridad, los criminales comenzaron a buscarla abiertamente para dominarla, a través de la cooptación o la intimidación”. Él mismo la denomina como la ley de plata o plomo.
Al referirse al consumo de drogas, Calderón atribuye su incremento al aumento del ingreso económico entre la población. No es todo: el llamado “Rey del empleo” acepta que la falta de oportunidades educativas, laborales y de esparcimiento para los jóvenes en algunas ciudades del país los hace presas fáciles del crimen organizado.
En lo que se refiere a la violencia, el jefe del Ejecutivo la atribuye a choques y ajustes de cuentas entre bandas criminales. “Las bandas se disputan el control de territorios y ciudades, lo que ha provocado un crecimiento extensivo de las ejecuciones”, apunta
Fracaso sexenal
A pesar de que unos 35 mil efectivos militares salieron a las calles a enfrentar al crimen organizado desde noviembre de 2006, la lucha contra el narcotráfico –una de las expresiones más violentas del crimen organizado –ha resultado un fiasco.
En medio de la llamada “guerra contra el narco”, los cárteles se han rearticulado. La Procuraduría General de la República (PGR) y la agencia estadunidense contra las drogas (DEA) han confirmado que el cártel de Juárez se alió con la célula de los Beltrán Leyva y Los Zetas; que el cártel de Sinaloa se reforzó al sumar al cártel del Milenio y a los hermanos Valencia; que el cártel del Golfo entabló negociaciones con el cártel de Sinaloa y que todos estos movimientos tienden a consolidar el narcotráfico en dos bloques: los grupos del Golfo y los del Pacífico.
Pese al reiterado discurso de que el gobierno “le va ganando la batalla al crimen organizado”, los investigadores consultados por este semanario coinciden, en entrevistas por separado, en que el diagnóstico publicado por el presidente es la justificación de su rotundo fracaso frente al narco y a la delincuencia organizada en general.
Erubiel Tirado destaca que con verdades a medias Calderón llega a conclusiones falsas. Tras analizar el diagnóstico del presidente, el investigador dice que ese estudio adolece de graves omisiones, pues no reconoce que la corrupción y la infiltración del narco en el poder atrofiaron al aparato responsable de combatir el problema.
“Lo que tampoco dice el presidente es que desde finales de los ochenta y durante todos los noventa, México dejó de ser un país sólo de paso y ahora es un potente consumidor de drogas. Este problema no se agravó porque haya más dinero, como afirma el presidente, sino porque el fracaso de su política criminal derivó en una sobreoferta de todo tipo de estupefacientes”, asegura el especialista.
La sobreoferta de droga –añade Tirado– tiene que ver con el auge de los cárteles mexicanos, a los que tampoco se ha desarticulado como prometió, pues los proveedores colombianos realizan pagos en especie. Esa droga que se queda en México se distribuye en nuestro país. Por eso estamos llenos de adictos, recalca.
Cuestiona que Calderón le eche la culpa a las administraciones pasadas por lo que dejaron de hacer en el combate al narcotráfico y no se refiera al gobierno de Vicente Fox como uno de los más ineficaces en este rubro, puesto que no sólo se le escapó el capo más poderoso, El Chapo Guzmán, sino que la mayoría de los cárteles creció en poder y fuerza durante ese sexenio.
Por lo que respecta al programa de la formación de policías de carrera, que el presidente destaca como un gran logro de su gobierno, Tirado dice que es el peor programa, pues ahora el curso ya no dura un año. Ahora vamos a tener superpolicías científicos en sólo tres meses.
A su juicio, el Ejército, eje de la estrategia de fuerza contra el crimen organizado, presenta signos de agotamiento. Prueba de ello, sostiene, es la reiterada petición al Congreso por parte del secretario de la Defensa, Guillermo Galván, a fin de que se establezca un marco regulatorio para la actuación de las fuerzas castrenses, y que se definan plazos para su regreso a los cuarteles.
Peor aún, al mismo tiempo que se debilita la fuerza militar también va en declive la imagen del presidente, a quien ya se le ve como un fracasado, pues cometió el error de centrar toda su política criminal en los resultados del Ejército.
–¿A quien o a quienes se les declaró la guerra? ¿Hubo o hay en realidad guerra contra el narcotráfico y la delincuencia en general?
–Creo que no, todo esto resulta una farsa. No hay resultados. El narco sigue tan poderoso como antes: es dueño de territorios, trafica con libertad, controla buena parte de las policías del país, ha infiltrado a instituciones como la PGR y ha logrado la cooptación de efectivos militares.
“También tiene fuerte presencia en la mitad de los más de 2 mil municipios del país; financia campañas electorales a presidentes municipales, diputados, senadores y presuntamente a gobernadores. Creo que, más que una política de combate, lo que ha imperado es una estrategia de protección; prueba de ello es que el narco está con vida.”
Criminalidad legalizada
Para Fernando Tenorio Tagle, la estrategia de utilizar al Ejército para el combate criminal entraña una falsedad.
–¿Por qué? –se le pregunta.
–Fue un instrumento de control social y la percepción social nos dice, según mediciones que hemos realizado, que hay más protección al narco que combate a éste.
“Yo no tengo ninguna duda, y creo que nadie la tiene, de que el Ejército es un instrumento político”. Durante los peores momentos que vivió Italia en el combate a la delincuencia, jamás se pensó en usar al Ejército para fines policiacos.
Dice que en todo el mundo, sólo dos países han recurrido al Ejército para enfrentar al narcotráfico: Colombia y México. En estas dos naciones, por cierto, gobierna la derecha.
Compara la situación que vivió Italia en la época de auge de las mafias con lo que sucede ahora en México. Detalla: “En Italia había, en 2004, unos 60 millones de habitantes. Se presentaban aproximadamente 1 millón de transacciones ilícitas al día y unos 365 millones de delitos al año. La conclusión de muchos investigadores fue que la criminalidad estaba legalizada de facto.
“En el caso de México la realidad no es diferente. Partamos de que hay 100 millones de habitantes. El 70% de la población enfrenta el problema de la pobreza. Esto quiere decir que 30 millones de personas (la mitad de la población italiana en 2004) estarían en posibilidad de consumir drogas. En México se realizan 182 mil 500 transacciones ilegales diarias. Aquí también es perceptible que hay una legalización de facto del delito.
En el caso del tráfico de drogas, uno de los problemas más graves que enfrenta el país, Tenorio sostiene que es factible que muy pronto pueda legalizarse su consumo, como en Holanda, algunas ciudades de Estados Unidos y Canadá.
–¿Esto podría acabar con el problema criminal?
–No es una solución. Las organizaciones delictivas sólo dejarían de vender drogas, pero como estos mafiosos son capitalistas y conocedores de sus negocios, pues resulta que eso explica por qué algunos cárteles están diversificando sus actividades delictivas.
Ahora tenemos graves problemas de secuestros, extorsiones y cobros de cuotas a comercios legales, entre otros delitos. ¿Qué quiere decir esto? Que los grupos criminales ya saben que en algún momento dejarán de vender drogas, pero la criminalidad adoptará otras modalidades. Sólo cambiaría de giro.
–¿Cuál es su balance de más de cuatro años de combate al crimen organizado?
–Observo un rotundo fracaso. Ésta, sin duda, es la peor administración federal de la historia. Se debilita el Ejército y el presidente va en caída libre. Es preocupante pero hay que decirlo claramente: no veo que la situación cambie. Se ha protegido al narcotráfico y el ejemplo más claro es Joaquín El Chapo Guzmán.
–¿Por qué cree usted que presuntamente se le protege?
–Si se le protege es que algo se le debe. No hay más. l
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