Joseph Carlos*
El conflicto político haitiano no tiene una visión o un objetivo para cambiar el Estado haitiano o construir una nación haitiana libre, independiente, soberana y democrática. Es sólo una batalla política para escapar de la miseria y el hambre.
Los hombres fuera del poder haitiano no critican el mal gobierno de aquellos en el poder, más que para sustituirlos en un nuevo juego electoral. La única forma de hacer política en Haití es denigrar a las autoridades en cuestión, llevando al pueblo al odio contra el jefe de Estado, haciéndolo pasar por un monstruo paternalista y social, así todos empeñamos todos los medios posibles para deshacernos de él.
La discapacidad de Gobierno está marcada en conflictos políticos sin causas reales, denuncias de actos arbitrarios en el espectro político, que son a menudo sin sentido y sin ninguna objetividad. Es una verdad la convicción popular dispuesta a intervalos regulares de destruir la autoridad del Gobierno Central.
El mensaje es hecho pasar cotidianamente por una verdad en la vida crítica haitiana y como una realidad que parece verdaderamente evidente a todo el mundo. Está claro que la lucha política que ciertos políticos llevan a cabo no ha sido jamás por la gloria ni por el honor ni por hacer respetar la dignidad haitiana o por preservar la independencia de la Declaración de la Libertad para todos los haitianos y haitianas en el resto del mundo. Ellos han cultivado el mensaje popular únicamente para obtener su parte de la torta nacional, que tiene más de dos siglos en manos de los antiguos propietarios latifundistas retrógrados que practican todavía el feudalismo y el neocolonialismo.
Para ellos la regla es la explotación y la frustración humana y las buenas condiciones de trabajo y un salario razonable son las excepciones. Por otra parte, ellos creen que la corrupción del poder central es la única manera de salvar a la masa liberadora de 1804 de la miseria sin fin. Lamentablemente mucha de la gente proveniente de las bases pobres y de la clase media no ha logrado comprender que el tramposo comportamiento de la burguesía haitiana los denuncia frente a sus aliados populares, quienes se encuentran desnudos y ahogados por la corrupción. Esto aumenta diariamente la desconfianza entre los hombres y las mujeres del pueblo. Parece difícil lograr que “la unión hace la fuerza” se convierta en una realidad haitiana frente a la realidad de la miseria y el derecho a destruir a los haitianos por el hambre. Es necesario que de una vez por todas las elites intelectuales concientes de la difícil situación socio-económica de Haití se resuelvan a reformar la concepción de la organización política y el modo de gobierno en el país. Esto será posible en la medida que los políticos concientes, con moralidad legal y personal mayor que los que manejan el Estado haitiano, estén dispuestos a hacerse cargo.
Lo lograrán creyendo en el honor, la gloria y la dignidad, que son los componentes básicos que podrían hacernos alcanzar la felicidad popular. Esta es la elección para gobernar, dirigir, juzgar y condenar, elegir siempre la honestidad y el honor. Son necesarias en la elite haitiana cosas muy importantes como “la solidaridad popular, la solidaridad de las clases sociales, de las razas y de los recuerdos compartidos de cualquier tipo de dificultad” que hacen la fuerza de cualquier nación y que ayudan a sus ciudadanos a trabajar unidos para mantener la soberanía y la integridad nacional. Esta es la razón por la cual nuestras elites intelectuales y políticas haitianas saben que la República de Haití nació “Estado Haitiano” antes de ser “Nación Haitiana”, y es por eso qué dicen que la Nación Haitiana está todavía en estado de formación y de construcción de su tejido social.
Hoy, el amargo recuerdo del 12 de enero de 2010 nos ha dado la ventaja de aprovechar la oportunidad de la conciencia social de 1804 (La unión hace la fuerza) para coser el tejido social desgarrado y todavía colonial. Es ahora o nunca, una tarea que incluye a las organizaciones de la sociedad civil, al sector privado y a todo el pueblo, para lograr la verdadera nación haitiana, para reformar y reorganizar el Estado, el Gobierno y sus componentes. A través entonces de un Estado que se convierta en el padre responsable de sus hijos en la patria haitiana. Así podremos construir una nación haitiana políticamente organizada como sociedad civil, conciente del sufrimiento de sus compatriotas de todos los grupos sociales, culturales, religiosos, profesionales, económicos, sindicales y con políticos que no sean protagonistas sin la intención de debilitar al gobierno y a la soberanía nacional. Sería un grave error si el pueblo haitiano creyera que los extranjeros podrán encargarse de recomponer el tejido social de nuestro país a partir de la construcción de una Nación Haitiana imaginaria dentro de la virtualidad económica reconstructora. Es la interrupción o la ilusión de un desarrollo económico nacional dejando la directiva a una “comunidad internacional” que se encargue de la reconstrucción nacional. Haciendo pasar a los extranjeros como Mesías internacionales salvadores de los pobres haitianos, ovejas desesperadas frente a la masacre.
La situación de pobreza crónica es debida a la injusticia social y a la manipulación de Haití frente a la competencia económica desleal internacional, impuesta al Estado haitiano, que lo obliga a mantenerse constantemente en una pelea perdida para alimentar a su pueblo. Sigue conservándose el espíritu de prostitución frente a los países amigos extranjeros, aceptando el “derecho” haitiano llamado “derecho al hambre” para calmar la sed y el hambre de las masas, con una empresa privada nacional que no cree en la redistribución de la riqueza ni en la creación de empleos para todos y por todos. Esta es una de las razones principales de por qué la burguesía haitiana está siempre en una violenta lucha por el control de aparato del Estado. Y aquellos que vienen del pueblo y de la clase media sólo conocen una manera para lograr su parte de la torta nacional, es llegar al poder central (Ejecutivo o Legislativo). Esta trampa burguesa los convierte en inhumanos y los vuelve acusadores sociales y mentirosos profesionales. Mientras tanto solamente están luchando por ganarse su vida familiar, vegetando en la precaria miseria.
La democracia que necesitamos para Haití incluye: Educación por todos y para todos, seguridad social, justicia social, seguridad pública nacional, delimitación del territorio nacional y aseguramiento de la protección de nuestras costas, creación de puestos de trabajo que reconozcan el derecho a la libertad de cada uno de vivir libremente sin depender de otros. Desarrollo de la producción agrícola para erradicar el ”derecho al hambre” de haitianos y haitianas, una política de vivienda para los más vulnerables, el desarrollo de una verdadera política de medio ambiente y de salud, y el resto vendrá después.
Uno reconoce un estado democrático cuando la vida socioeconómica atiende un nivel de satisfacción aceptable para las masas populares. La democracia es el trabajo, es el resumen del pensamiento de Voltaire, es la ausencia de vicios, de aburrimiento y de necesidades. La Democracia Nacional no es la distribución de ayudas alimentarias extranjeras, visibles pero ficticias. Cuando el pueblo no conozca el desempleo, no será acusado de robar la ayuda alimentaria para los pobres. La nación haitiana reclama educación y trabajo, no ayudas alimentarias, vestimentas, zapatos y asistencia médica temporal.
¿Cómo podemos hablar de desarrollo económico con una burguesía importadora que no cree en la creación de empleos, para la cual la ganancia personal egoísta es la regla? Ella cree que los Derechos Humanos son anomalías. El derecho a la alimentación, a portar ropas en buen estado, a la salud, son excepciones en Haití, los contrarios son la regla nacional.
Una nación humanista habita un Estado asesino en el seno de una potencia hegemónica.
Los jefes de Estado haitianos no han nacido delincuentes, en realidad son atendidos siempre por una corte de adulantes, auténticos mercenarios siempre detrás de la ganancia económica. Sin embargo el Estado haitiano no constituye en realidad la verdadera causa del bloqueo al desarrollo económico nacional, en realidad ha jugado el papel de chivo expiatorio responsable de la miseria y el subdesarrollo de Haití. Los hombres de poder haitianos no han tenido jamás las manos libres para extender su autoridad en el gobierno del país. Han sido siempre los vasallos de la clase rica que no ha considerado jamás la cuestión de la redistribución de la riqueza nacional por medio de una política de desarrollo económico facilitando la creación de empleos para mejorar las condiciones del pueblo. Esta clase rica no negocia con el Estado haitiano más que la oferta de la corrupción. En caso contrario la alternativa es el golpe de estado o el exilio. Los eventos del 29 de febrero de 2004 que ocasionaron el exilio del ex presidente Jean-Bertrand Aristide en África del Sur, son un testimonio elocuente para comprender la tragedia de los escenarios políticos haitianos. ¿Cuándo la burguesía, la elite intelectual haitiana, harán una alianza pareja con las masas populares haitianas para orientar el Estado Haitiano hacia el bien común del interés nacional?
Sin el apoyo a la sociedad civil acompañada del apoyo popular, el Estado haitiano no hará nada para representar las demandas de la gente y protegerla de las intransigencias aplicadas por la comunidad internacional a la política haitiana. Cuando la Nación demande realmente las cuentas, nadie podrá negarse a presentarlas. Quien financia es quien manda. Se dice “El dinero es el motor que hace funcionar todas las empresas humanas, puesto que la política nunca es un regalo” ¿Quién podrá mentir nuevamente a las masas populares haitianas? Son los hijos de una nación los que salvarán su Estado. Ayer el monstruo social fue Aristide, hoy es Preval, mañana ¿quién será el próximo monstruo presidente haitiano? La respuesta se encuentra en el axioma popular.
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