Manuel Bartlett
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Termina el año 2010, Bicentenario del estallido popular exigiendo independencia del colonialismo e igualdad contra las castas, y el Centenario del levantamiento por la democracia y la justicia social nacionalista, que fueron paradójicamente conmemorados en un México hundido en la desigualdad creciente, violencia generalizada, fragilidad del Estado sostenido precariamente por el Ejército, la policía, una burocracia ineficaz y mediocre, subordinado al dominio económico y político transnacional, e injerencia extranjera en funciones vitales. Por eso, la mojiganga conmemorativa disfrazó el abandono de la Independencia y el olvido de la Revolución.
México está en crisis, el punto de inflexión entre la vida y la muerte que obligaría a actuar urgentemente a favor de la vida. No es exageración, ni propósito de escándalo, es la realidad que, pese a la desinformación y a la manipulación mediática, irrumpe todos los días.
El Estado mínimo neoliberal, dependiente de fuerzas externas, impotente, no garantiza la integridad territorial, menos la unidad nacional; abandona sus responsabilidades sociales y económicas, confía la seguridad nacional y la “inteligencia” al extranjero. La guerra de Calderón contra el crimen organizado —perdida por acciones que no se hacen en Estados Unidos— nos desangra, arruina, aterroriza en una pesadilla sin fin.
Nuestra cultura, esencia de la unidad nacional se pierde por el apabullante contenido extranjerizante de la radio, el cine y las televisoras. La educación se deteriora en las complicidades.
El Estado es la única organización capaz de proteger al pueblo, de asegurarle los elementos de subsistencia y desarrollo, de mantener el equilibrio social, de defender nuestros recursos naturales contra las ambiciones hegemónicas. Su debilidad auspicia todas las invasiones y saqueos. La crisis pone en riesgo inminente nuestra existencia como nación soberana, como pueblo original, y frente a esta amenaza real, en curso, el 2011 no ofrece ninguna esperanza.
Felipe Calderón no confronta la crisis, la profundiza, delega soberanía; insensible ante el empobrecimiento galopante de la mayoría de la población dejada a su suerte, no toma medida alguna para proteger nuestros intereses, se limita a esperar que la impredecible recuperación estadounidense nos rescate, degradándonos a la calidad de apéndice de nuestros vecinos.
La “élite política” tampoco se interesa en la crisis, no ofrece alternativas absorta en sus habilidosos juegos de poder, en intereses personales. El 2011 es la antesala del 2012, la elección presidencial y nada más. Es incontestable que la crisis que amaga a la nación, demanda soluciones de fondo y no se quiere ni pensarlas porque afectan intereses, no los del pueblo, que continuará empobreciéndose, ni de la nación que se diluye, sino los de quienes mandan.
Una certera explicación de esta situación la da Ramón Eduardo Ruiz, mexicano nacido en San Diego, hijo de migrantes, devenido destacado académico: “El neoliberalismo agoniza en todas partes menos en México, cuya oligarquía dominante, con lazos comerciales y financieros, en especial con Estados Unidos, ha llevado por décadas las riendas del poder… acumulan su oro… bailan alegremente al son de los dogmas neoliberales… se aferran a la globalización, el nuevo término para designar al imperialismo occidental… los hombres que dictan los términos de la política, no están en sintonía con las necesidades de la mayoría del país.” Don Ramón, fallecido este año, escribió desde allá, en la Universidad de California, no militó en política mexicana, su amor por México su “patria cultural” como él lo definió lo llevo a analizar ¿por qué unos cuantos son ricos y la población pobre?
mbartlett_diaz@hotmail.com
Ex secretario de Estado
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