-José Piñera, mandatario chileno-
Deberíamos saber que las cosas que no tienen remedio deberíamos estar decididos a cambiarlas
-Scott Fitzgerald-
El éxodo hacia Estados Unidos iniciado por un puñado de familias respetables de San Pedro Garza García, de Monterrey, como las de los Garza, Zambrano, Canales, Treviño, Chapa o Guajardo –a las que sin duda se sumarán otras más, no muchas– fue prudente. En nombre de sus hijos, la tranquilidad, la seguridad, de un ambiente sano y una forma de vida plácida, fútil y lujosa, bien vale la pena la “migración de lujo”, como nos informa la periodista Sanjuana Martínez. Sobre todo cuando se dispone de los recursos necesarios. Para empezar, de 300 mil a 5 millones de dólares, de 4 millones de pesos a 63 millones, para la adquisición de un bien inmueble en las áreas exclusivas de Austin, Dallas o Houston, Texas; precios que, al cabo, según algunos de los selectos peregrinos, les resultan más baratos que si los hubieran comprado en su lugar de origen. Después, el dinero requerido para reiniciar su confortable vida que en México les fue súbita y brutalmente arrebatada. Luego, un excedente adicional para disponer de un jet privado u organizarse en un jetpool para los eventuales viajes que realizan al terruño dolorosamente perdido por cuestión de negocios u otra naturaleza. Su honorable prosapia y sus fortunas acumuladas las vuelven inmunes a la persecución migratoria que sufren millones de ilegales. Les garantiza una residencia legal plácida. Los que no pueden escapar del infierno nacional y que son creyentes seguramente agradecerán los rezos que algunas de esas católicas familias realizan cotidianamente, a las ocho de la noche, por el bien de la patria (La Jornada, 19 de diciembre de 2010).
Las razones que orillan a la “migración dorada” son irrecusables: el ambiente de terror y violencia que se ha adueñado de México; miles de muertos, de secuestros, de extorsiones, de asaltos. Una entrevistada de Sanjuana Martínez le dijo que los ricos pensaban irse del país si Andrés Manuel López Obrador llegaba a la Presidencia. Agregó: “No sé si hubiéramos estado mejor [con él, pero] tenía ideas muy raras”; y concluyó que, “como quiera, nos tuvimos que ir”. El “hubiera” es tarea de magos y de místicos, diestros escrutadores de los misterios. Es indudable que las “ideas muy raras” de López Obrador son pavorosas herejías para el resquebrajado y desacreditado neoliberalismo, pero vistas con juicio sereno no tienen nada de radicales, de socialistas. No propone delirantes nacionalizaciones masivas ni políticas progresivas, ni una drástica redistribución del ingreso y la riqueza nacional más equitativa, por ejemplo. Apuesta “limarle los dientes al neoliberalismo” por medio de un sesgo keynesiano: más gasto público de bienestar y productivo para superar el estancamiento económico que vive desde 1983 y revertir, o al menos atenuar, el grave deterioro social causado por el modelo económico actual. A una mayor justicia social, el fortalecimiento del Estado y la recuperación de la política económica y la soberanía nacional, secuestrados por la derecha fundamentalista, la oligarquía y el capital foráneo. A algo parecido al estado de derecho y la democratización del sistema. La virtud de su propuesta es que podría amortiguar la descomposición social, el descontento, la inestabilidad y el riesgo de la disrupción política. Una estrategia parecida ha arrojado resultados alentadores en Argentina, por ejemplo.
Pero la oligarquía y los grupos conservadores demonizaron el movimiento de Andrés Manuel y se dejaron llevar por su visceral odio clasista. Votaron por Felipe Calderón, que les prometió seguridad. Y éste, al intensificar la terapia monetarista, al mantener el proyecto neoliberal de nación, con su despotismo y cruenta lucha contra el narco y la sociedad, la corrupción y violación sistemática del estado de derecho, en beneficio de la elite política y la oligarquía, lo único que ha logrado es la acrecentada y suicida pudrición económica y sociopolítica.
“¿Cuándo se jodió el Perú?”, se preguntaba Zavalita, personaje de la novela Conversación en la catedral, de Mario Vargas Llosa. México acabó de joderse cuando los neoliberales asaltaron el Estado y, apoyados por las familias, escapan del futuro vuelto lacerante presente. Sobre la ciénaga neoliberal, atestada de pobres y miserables sin perspectivas, de delincuentes y cadáveres, que las aterrorizan, edificaron las fortunas que, por suerte, les facilita la atropellada expatriación.
Como ratas, huyen del barco al que contribuyeron y ayudan a su hundimiento.
Hacen bien, porque no se necesita tener una bola de cristal para vaticinar las consecuencias de la “austeridad republicana” impuesta a los salarios mínimos, apenas 2.30 pesos diarios más para 2011, en aras de la disciplina fiscal y de “preservar la planta productiva, el empleo y evitar las presiones inflacionarias”. Así se conseguirá “la paz laboral y la estabilidad macroeconómica”, dijo Javier Lozano, en nombre de Calderón, los empresarios y los corrompidos dirigentes sindicales corporativos de la Confederación de Trabajadores de México y la Confederación Revolucionaria de Obreros y Campesinos. Así se logrará el “crecimiento, [el] desarrollo humano y [la] seguridad pública”, añadió Ernesto Cordero, quien a finales de 2009 señaló que el mayor desafío del calderonismo eran los 51 millones de mexicanos que se ubicaban por bajo la línea de pobreza y los 6 millones más que se agregarían en 2010. Roberto Salas, de la Cámara Nacional de Comercio, remató al decir que ese ajuste sólo es un punto de referencia, ya que no hay nadie que trabaje por un salario mínimo. Con “ese un punto de referencia”, los contractuales aumentarán 4-6 pesos diarios. La misma desfachatez y las mismas mentiras desgastadas.
En el ciclo neoliberal (1982-2010), la inflación media acumulada es de 62.775 por ciento y la de la canasta básica, de 74.807 por ciento. El alza del salario mínimo nominal y el contractual es de 17.422 por ciento y 27.403 por ciento. En el panismo (2000-2010), las primeras aumentaron 57.6 por ciento y 64.1 por ciento, y los otros, 58.8 por ciento y 62.3 por ciento. Con Calderón, dichos precios, 19.6 por ciento y 22.4 por ciento; los salarios citados, 18.5 por ciento y 18.8 por ciento. En el neoliberalismo, el poder real de compra de los mínimos se desplomó 62 por ciento si se mide con la inflación, o 78 por ciento si se emplea la canasta básica. Los contractuales, 57 por ciento y 63 por ciento. Con el panismo, ambos mejoraron 1.8 por ciento y 2 por ciento con la inflación general, pero perdieron 3.5 por ciento y 1.2 por ciento, tomando la canasta básica. Con Calderón, los mínimos cayeron 2 por ciento y 3.5 por ciento con ambos indicadores, y los contractuales, 2 por ciento y 3 por ciento.
El presidente de la Comisión de Salarios Mínimos, Basilio González, dijo que en 2011 el alza de 4.1 por ciento en los salarios mínimos “compensa parte” del poder adquisitivo perdido, ya que se estima una inflación de 3 por ciento. Pero en cada año del calderonato, la inflación ha superado al aumento de los mínimos y los contractuales. ¿Por qué suponer que ahora sí cumplirá la meta de precios? Sólo el alza en el precio de las tortillas lo eliminará y el del gas doméstico, la electricidad o el agua redundará en mayores retrocesos. ¿Dónde están las presiones inflacionarias de los salarios?
La ley del hierro sobre los salarios tiene varios intereses perversos: transferir el dinero de los trabajadores hacia el Estado; aumentar las ganancias de las empresas; garantizar la “competitividad” de las empresas y atraer el capital extranjero a costa de la pobreza y la miseria de los trabajadores. Por ello, Alicia Bárcena, de la Comisión Económica para América Latina, dice que “México sigue siendo uno de los países más atractivos de la región para la inversión extranjera”.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que, en 2009, el salario promedio real perdió 5 por ciento de su poder adquisitivo, el peor retroceso de América Latina y una de las peores caídas entre 114 países y territorios. Sólo fue superado por Letonia, Islandia, Lituania y Ucrania, donde la pérdida fue de 6.8 por ciento a 10.6 por ciento. En 2007-2009, con Calderón, el deterioro fue de 6.3 por ciento y sólo fue superado por Guyana (9 por ciento), Islandia (6.8 por ciento) y Corea del Sur (6.6 por ciento). En los odiados “populistas”, como Argentina, Ecuador, Brasil o Venezuela, en cambio, se recuperó 36 por ciento, 29 por ciento, 10 por ciento y 8 por ciento. La OIT calculó el salario mínimo mensual en dólares estadunidenses. El más bajo para América Latina en 2009 fue el de Guyana, con 145 dólares; luego sigue México, con 170, el peor de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, donde fue del orden de los 1 mil 200 y menor que en el modesto Haití, que fue de 209. El latinoamericano más alto fue el de Argentina, con 896 dólares; en Ecuador, 490; en Venezuela, 481; en Brasil, 286, y en Bolivia, 215 (OIT, Informe mundial sobre salarios 2010-2011).
¿Nadie acepta trabajar por un salario mínimo? De 44.8 millones de ocupados, 5.8 millones, el 13 por ciento del total, percibe ese salario. De los 29.3 millones de trabajadores subordinados y remunerados, 2.6 millones, el 5.8 por ciento. De los 3 millones de niños que trabajan (de cinco a 12 años), 759 mil, el 25 por ciento. Otros 1.4 millones, el 47 por ciento, no reciben nada.
Sin embargo, la miserable “austeridad” salarial no es para todos, sólo para 32.7 millones de ocupados, el 73 por ciento del total, que en 2011 ganarán de uno a cinco veces el salario mínimo, de 58.06 pesos diarios a 290.30; 1 mil 741.80 mensuales a 8.7 mil; 2.2 mil anuales a 105.6 mil.
Para el gobierno, será el insultante pillaje del erario. Para empezar, la mayor parte del gabinete calderonista recibirá jugosos “bonos de riesgo”. El de Calderón –el mexicano más cuidado– fue de casi 700 mil pesos en 2010 y será de casi 900 mil en 2011. La señora Marisela Escobedo arriesgó su vida para exigir justicia por el asesinato de su hija Rubí Marisol: no recibió bono. Sólo el desprecio del Estado y de Calderón que le negó audiencia, justicia y protección.
Calderón se impuso y el Congreso aprobó un alza de 24 por ciento en sus percepciones. En 2010, su percepción ordinaria bruta fue por 92 mil pesos diarios, 277 mil mensuales, 3.3 millones al año. En 2011 será de 113 mil diarios, 345 mil mensuales y 4.1 millones al año. Un secretario de Estado recibirá un salario mensual por 196.8 mil mensuales, 2.4 millones anuales; un ministro de la retorcida justicia, 4 millones anuales; un magistrado del Tribunal Electoral Federal y un consejero del Instituto Federal Electoral, 5.9 millones; el presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, una percepción bruta por 3.8 millones; la remuneración de cada senador rondará los 2 millones, y la de un diputado, 1.4 millones. El ingreso total de la elite política se pierde entre los laberintos contables.
Vida de reyes en tierra de poco más de 70 millones de pobres y miserables.
Para las mayorías, una opulenta miseria. Para la minoría política y empresarial, una miserable opulencia.
La razón justifica a los exiliados de lujo, porque el presente inmediato es obvio y descarnado. Más estancamiento, pobreza, miseria y exclusión; mayor violencia por la delincuencia; más asesinatos, incluyendo los del Estado; más robos y extorsiones; más despotismo y terrorismo de Estado contra la oposición; más desesperación y rencor social, y más convulsión sociopolítica.
Es probable que tengan que huir definitivamente por una razón más. En 1831, el Journal des Débats, representante del gran capital francés y, por tanto, enemigo de los trabajadores –que trató con desprecio a los disconformes obreros de Lyon, Francia–, señaló: “Todo manufacturero vive en su manufactura como el propietario entre sus esclavos”. En diciembre de ese año, estalló la revuelta de los obreros de la seda de Lyon, que demandaba mejores salarios, entre otras exigencias, a la que le siguieron las de 1833 y 1848-1849. El descontento de los esclavos modernos mexicanos, sobre cuya miseria la elite política y la oligarquía han labrado sus fortunas, es un peligro latente. Las alzas salariales decretadas son verdaderas infamias que lo potencian. Y su estallido está más que fundamentado.
*Economista
Contralínea 216 / 16 de enero de 2011
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