MÉXICO, D.F. (apro).- Desde sus orígenes, el Hipódromo Agua Caliente de Tijuana, Baja California, fue operado por integrantes de la delincuencia organizada que, al amparo del poder político mexicano, pudieron satisfacer la demanda de alcohol y otros servicios de placer a los estadunidenses que intentaban sortear las políticas prohibitivas de su país en los años veinte.
En su libro más reciente, La Cosa Nostra en México (1938-1950), el periodista regiomontano Juan Alberto Cedillo narra las complicidades y negocios de la mafia ítaloamericana que, bajo las órdenes de Charles Lucky Luciano, corrompieron a las clases altas del país y, naturalmente, a los gobiernos emanados del Partido Nacional Revolucionario y Partido de la Revolución Mexicana, antecesores del actual PRI.
En el libro, de reciente aparición bajo el sello Grijalbo, Cedillo explica que un grupo de inversionistas estadunidenses, entre los que se encontraba el hotelero y político Wirt Bowman, el empresario boxístico Baron Long y el deportista James Nugent Crofton, así como el cineasta hollywoodense Joseph M. Shenk, aprovecharon la geografía fronteriza para hacer prosperar cantinas y casinos en Tijuana, sorteando la ley seca de su país. El grupo fue conocido como Los Barones de la Frontera.
El autor recoge un reportaje de The New York Times que, en 1929, documentó que, a principios de esa década, había 30 cantinas en Tijuana, pero para el cuarto año de ley seca en Estados Unidos sumaban más de 90. También que de los 20 mil habitantes de la ciudad fronteriza, unos 2 mil se dedicaban a la prostitución.
Los Barones de la Frontera abrieron negocios en la avenida Revolución, instalando centros de apuestas como el Bar Tívoli, el Foreing Club, Montecarlo y Molino Rojo, donde se ofrecían espectáculos con variedades, como luego harían en Las Vegas, Nevada.
“La joya de la corona de esos centros fue un hotel, casino e hipódromo que se construyó en el balneario de aguas termales conocido como Agua Caliente. En 1928, Schenk y sus socios formaron en Mexicali la empresa Agua Caliente Amusement Co., con el objetivo de erigir el complejo turístico. El lugar pertenecía a Abelardo L. Rodríguez, a la sazón gobernador del entonces territorio de Baja California (y futuro presidente de México), quien había pagado 35 mil dólares por los terrenos y había obtenido los permisos para centro de apuestas”, explica Cedillo en su libro.
Como presidente de la empresa, Nugent Crofton fue descrito por el NYT como “un promotor de carreras de caballos en el sórdido pueblo de Tijuana”.
A continuación, el autor revela:
“El contrato para la construcción del hipódromo se otorgó a Fernando L. Rodríguez, hermano del gobernador, y a Long Associates, uno de los negocios de Baron Long.
“El complejo tuvo un costo de aproximadamente 10 millones de dólares, una fortuna para la época. La primera etapa del proyecto incluyó el hipódromo, un hotel con 500 habitaciones, un casino, un spa y una cafetería, los cuales fueron inaugurados el 23 de junio de 1928. La segunda etapa, concluida en diciembre de 1929, incluyó una alberca olímpica, clínicas de salud, un campo de golf de 18 hoyos y pista de carreras de galgos, además de una decoración de jardines tropicales, área de bungalow y un aviario. El complejo también tenía su propia estación de radio privada y un aeropuerto para el traslado de las estrellas de Hollywood que acudían a las carreras de caballos en aviones modelo Ford, que hacían el recorrido de Los Ángeles a Tijuana en hora y media”.
De acuerdo con la investigación del también autor de Los nazis en México (Debate, 2007), el lugar era faraónico y opulento.
“Otro visitante fue Al Capone, sumamente apreciado por las meseras del lugar por las fabulosas propinas de 50 dólares que repartía, en una época en la que el salario mínimo para un trabajador mexicano era menor a un peso con 50 centavos por día (42 centavos de dólar) y un automóvil costaba 900 dólares”.
Las operaciones de Los Barones de la Frontera no pasaron desapercibidas a la opinión pública de la época. Tampoco a los empresarios que se quejaban del favoritismo del gobernador y futuro presidente del periodo del maximato ni a los inversionistas extranjeros.
“El emporio se derrumbó el 1 de enero de 1935, al concluir su presidencia Rodríguez, cuando el presidente Lázaro Cárdenas prohibió los casinos. Los Barones aceptaron la decisión y se regresaron a Los Ángeles; para entonces ya se había levantado la ley seca en su país. Además, los políticos de California cayeron en la cuenta de que estaba perdiendo una fuente de ingresos, por lo que desde 1933 autorizaron las carreras de caballos”, destaca Cedillo en su libro, y agrega que en 1934 se inauguraría el Hipódromo de Santa Anita, en Los Ángeles, con ingresos al doble de los que daba el de Agua Caliente.
El gobierno mexicano aceptó que Shenk volviera a operar Agua Caliente en 1937. Por entonces, el mafioso Benjamín Bugsy Siegel se había concentrado en crear una agencia de apuestas telefónicas llamada Trans-American Race Wire Service y planeaba apoderarse del hipódromo, pero la propiedad fue expropiada y asignada a la Secretaría de Educación Pública (SEP), hasta que el presidente Miguel Alemán autorizó su reapertura.
Por cierto Shenk, quien llegó a ser presidente de la Twentieth Century Fox, fue sometido a juicio –como otros mafiosos de la época– y estuvo preso hasta que el presidente estadunidense Harry Truman lo indultó, al igual que a otros mafiosos.
Luego de describir una serie de operaciones, inclusive de tráfico de drogas a gran escala, protagonizadas por la mafia, en el segundo capítulo del libro Cedillo se vuelve a ocupar del Hipódromo Agua Caliente. Inclusive, recupera de las memorias del general Lázaro Cárdenas, la siguiente nota:
“La Revolución en su primer impulso generoso suprimió los centros de vicio y explotación, pero este impulso moralizador fue perdiéndose hasta culminar en la apertura de grandes centros de juego como los de Agua Caliente, el Tecolote, Foreing Club y otros en Baja California”, lamentó Cárdenas.
Cedillo explica que la administración de Miguel Alemán modificó la prohibición al crear una nueva Ley de Juegos y Sorteos, que concedió discrecionalidad al Presidente para autorizar casinos.
Los nuevos inversionistas de la era alemanista fueron los inmortalizados por las películas de gángster’s: Charles Lucky Luciano, Meyer Lansky y Frank Costello. Para lograrlo, infiltraron en el gobierno alemanista a un bella estadunidense, que fue amante de Bugsy Siegel, llamada Virginia Hill, personaje en torno al cual gira la investigación del periodista.
El gobierno de Miguel Alemán compartía un interés con los integrantes de Murder Inc: detonar el desarrollo de Acapulco, mediante la instalación de grandes hoteles con casinos. En 1947, primer año del gobierno alemanista, se autorizó la reapertura de Agua Caliente.
Joe Shenk, quien había encabezado al grupo de inversionistas en la época del maximato, asociado con el grupo de Al Capone, regresaba a México con el grupo de Luciano, asociado ahora con Eddie Neils, productor de Columbia Studios, quien tenía amistad con Miguel Alemán. El presidente, a su vez, a través de su prestanombres Bruno Pagliai, era accionista en el Hipódromo de Las Américas, inaugurado en 1943 por Manuel Ávila Camacho.
Según el autor, tanto el Hipódromo Agua Caliente como las inversiones proyectadas en Acapulco naufragaron poco tiempo después, cuando las pesquisas en Estados Unidos convirtieron en su objetivo a los mafiosos, creadores de la delincuencia organizada internacional, encabezados por el primer gran don, Charlie Lucky Luciano, de la hoy internacionalmente conocida familia Genovesse.
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