Comienza una campaña en los grandes consorcios mediáticos para justificar un ataque devastador contra Irán. Estados Unidos y sus aliados europeos ya hicieron lo mismo con Irak en 2002. Es el mismo caso: acusar a un país –sin pruebas– de contar con armas nucleares y luego desatar una guerra para “desarmarlo”. Ocupar Irán sería ocupar los demás países de la región, bautizada por Estados Unidos como el “arco de la inestabilidad”
Hay que prepararse para una tanda de “inteligencia” satelital poco clara de almacenes genéricos de todo Irán descritos como segmentos de una línea de montaje de una bomba nuclear (¿recuerdan una famosa “instalación nuclear secreta” en Siria no hace mucho?; era una fábrica textil).
También para una serie de diagramas burdos que muestran artefactos sospechosos, o los contenedores que los ocultan, todos capaces de llegar a Europa en 45 minutos.
Hay que estar listos para un grupo de “expertos” en Fox, la Cadena de Noticias por Cable y la Corporación Británica de Radiodifusión que diseccionan interminablemente toda esa operación clandestina presentada como una “evidencia”. Por ejemplo, el exinspector de armas de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), David Albright, ahora en el Instituto de Ciencia y Seguridad Internacional, que ya ha logrado la hazaña de volver de entre los muertos al exhibir sus credenciales para “bombardear Irán” completas con diagramas e inteligencia satelital.
Olvidar Irak: es de 2003. Hay que ponernos en la nueva onda: acelerar en superdirecta hacia la guerra contra Irán.
Ahora es japonés
Ahora es japonés
Ante todo, dejar de lado todo sentido común. Si Irán estuviera desarrollando un arma nuclear, estaría desviando uranio para hacerlo. El informe publicado a principios de noviembre de 2011 por el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) –por politizado que sea– lo niega rotundamente.
Si ese Estado estuviera desarrollando un arma nuclear, los inspectores de la ONU que trabajan para el OIEA hubieran sido expulsados del país.
Irak no tenía un programa de armas nucleares en 2002, y a pesar de eso fue sometido a “conmoción y pavor”. La misma base lógica se aplica a Irán.
Lo que Teherán puede haber realizado –si se ha de creer en la información comprometida utilizada en el informe del OIEA– es una serie de experimentos y simulaciones computarizadas. Todos lo hacen, por ejemplo países que han renunciado a la bomba, como Brasil y Suráfrica.
Lo que indudablemente quiere el Cuerpo Islámico de Guardias Revolucionarios (IRGC, por su sigla en persa) –a cargo del programa nuclear– es un disuasivo. Es decir, la posibilidad de construir una bomba nuclear en caso de que enfrenten una amenaza inequívocamente establecida de cambio de régimen provocada, con gran probabilidad, por un ataque e invasión estadunidense.
Abundan las dudas sobre la competencia –o imparcialidad– del nuevo jefe del OIEA, el manso japonés Yukiya Amano. La mejor respuesta se encuentra en cables de Wikileaks.
En cuanto al origen de la mayor parte de la autodescrita información “creíble” del OIEA, hasta el diario The New York Times se vio obligado a informar de que “parte de esa información provino de Estados Unidos, Israel y Europa”. Gareth Porter (historiador y experto en políticas de seguridad nacional de Estados Unidos) presenta el desenmascaramiento definitivo del informe.
Además, hay que esperar una considerable presión sobre la Agencia Central de Inteligencia para que reniegue de la crucial Estimación Nacional de Inteligencia, que estableció –irrefutablemente– que Teherán ya había eliminado un programa de armas nucleares en 2003.
Todo esto se complementa con los ladridos de los perros de guerra que ya se oyen.
Los subalternos europeos podrán ser suficientemente incompetentes para ganar una guerra en Libia (lo consiguieron sólo cuando el Pentágono se hizo cargo de la inteligencia satelital). Y también para controlar el desastre financiero en Europa. Pero Francia, Alemania y Reino Unido ya han estado ladrando, pidiendo sanciones más duras contra Irán.
En Estados Unidos, demócratas y republicanos piden no sólo sanciones; en el caso de republicanos insanos, lo que claro está, es un oxímoron, sino una nueva versión de “conmoción y pavor”.
Nunca se repite suficientemente cómo funcionan las cosas en Washington. El gobierno de Benjamín Netanyahu en Israel dicta lo que tiene que hacer el poderoso Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos-Israel (AIPAC, por su sigla en inglés) y éste ordena qué tiene que hacer el Congreso estadunidense.
Por eso el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara considera una ley bipartidista que es en esencia una declaración de guerra. De acuerdo con esta ley ni el presidente Barack Obama ni la secretaria de Estado Hillary Clinton ni algún diplomático estadunidense puede emprender ningún tipo de diplomacia con Irán, a menos que Obama convenza a los “comités apropiados del Congreso” de que no emprenderla significaría “una amenaza extraordinaria para los intereses vitales de seguridad nacional de Estados Unidos”.
“Comités apropiados del Congreso” define por casualidad exactamente al Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara, que recibe sus órdenes de marcha marcial de Bibi (Netanyahu) en Israel a través de la AIPAC en Washington.
Tratar de informar a alguno de los que ponen primero a Israel en el Congreso de Estados Unidos de cuáles serían las consecuencias inmediatas de un ataque a Irán: el Estrecho de Ormuz cerrado por unos minutos, por lo menos de 6 millones de barriles de petróleo que desaparecen en la economía mundial (que ya está en recesión en el Norte industrializado), que un barril de petróleo llegue a 300 o 400 dólares. No importa; son incapaces de sacar la cuenta.
La agenda prevista
Se arremolinan los rumores sobre una reciente afirmación del IRGC, de acuerdo con la agencia de noticias Fars, de que bastan cuatro misiles iraníes para disuadir a Israel. Éstos podrían, o no, ser los misiles crucero nucleares soviéticos Kh-55 de Ucrania y Belarús, con un alcance máximo de 2 mil 500 kilómetros, que Irán puede haber comprado hace años en el mercado negro.
El IRGC, por supuesto, no dice nada. Sólo alimenta la niebla de (pre)guerra, ya que nadie sabe exactamente hasta qué punto Irán está bien defendido.
Es un secreto a voces en Washington que el cambio de régimen forma parte de los juegos de guerra del Pentágono por lo menos desde 2004.
La hoja de ruta favorita de 2002 de los neoconservadores todavía vale: los objetivos son Irak, Siria, Líbano, Libia, Irán, Somalia y Sudán, todos nodos cruciales en el “arco de inestabilidad” acuñado por el Pentágono.
Hay que imaginar a doctorados en belicismo que examinan el tablero de ajedrez. Irak recibió debidamente su “conmoción y pavor” (a pesar de que a Estados Unidos lo está poniendo de patitas en la calle). Siria es un hueso demasiado duro de roer para la incompetente Organización del Tratado Atlántico Norte. Líbano (Hezbolá) sólo se puede capturar si antes cae Siria. Libia fue una victoria (olvidar una prolongada guerra civil), Somalia es contenible por Uganda y los drones. Y Sudán del Sur está en sus manos.
Eso deja –para los practicantes de la línea dura de la doctrina de Dominación de Espectro Completo– la tentadora posibilidad de un ataque exitoso a Irán como la máxima acción de destrucción creativa, volviendo a barajar todos los naipes de Oriente Medio a Asia central. El “arco de inestabilidad” definitivamente desestabilizado.
¿Cómo lograrlo? Es tan simple, piensan los belicistas. Convencer a Obama de que en lugar de pulverizarlo, los conservadores besarán sus zapatos y será canonizado como el “reacelerador” de la economía de Estados Unidos si sólo va y libra otra guerra.
¿Quién está a favor de ocupar Irán, literalmente?
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