Adolfo Sánchez Rebolledo en La Jornada
A comienzos de 2005 cayó en mis manos un artículo de Antonio Tabucchi sobre las entonces recientes elecciones en Estados Unidos, traducido y publicado en México por el diario El Universal. Allí, el autor de Sostiene Pereyra pasa revista a ciertas coincidencias entre izquierda y derecha, sorprendentes por la vaguedad incolora de algunas definiciones expuestas sin rubor. Por ejemplo, Massimo D'Alema, ex jefe del Partido Democrático de Izquierda, piensa que ("los partidarios de la izquierda") "debemos esforzarnos por comprender a la nueva derecha", lo cual vendría a ser el corolario lógico del viaje "hacia el centro" emprendido tiempo atrás para ganar votos y votantes entre el electorado italiano.
Leída en blanco y negro, la frase ilustra uno de los extremos del llamado "fin de las ideologías", donde las semejanzas pesan más que todas las diferencias, como si la frontera entre ambas alas del pensamiento político se borraran apelando al tono amable de los amigos cercanos, transfigurado en una suerte de reformismo de las buenas maneras. En lugar de las fatigosas disputas de siempre, poco productivas en general, se solicita "sentido común", buenas dosis de sensatez (siempre necesaria, claro) como claves para construir relaciones duraderas donde antes sólo había incomprensión y malos entendidos. El diálogo entre los contrarios, virtud suprema de la democracia, hace olvidar las razones que, al final, lanzan a cada uno al ruedo en defensa de ideas, intereses o proyectos distintos.
Ante esa evidencia práctica del "fin de la historia", Tabucchi no sale de su asombro y se pregunta cuál es el significado de todo eso: "Confío en que alguien me explique algún día qué interés puede tener en que gane la izquierda gracias que a sus consejos una persona que en un país democrático normal se sentaría en todo caso en el hemiciclo parlamentario de la derecha. Extraordinario en tal sentido ha sido el celo de un conservador de viejo cuño como Galli Della Loggia en prodigar consejos a la izquierda sobre cómo ser en una verdadera derecha siguiendo sus pasos. La verdad, no comprendo por qué desperdicia sus recomendaciones a siniestra cuando podría emplearlas a diestra".
En México, en apariencia, las "recomendaciones" para que la izquierda "sea una verdadera derecha" no son tan comunes, pero no faltan en el guiso elaborado por los liberales o los demócratas de "centro derecha", a quienes gustaría otra izquierda, menos silvestre, radical o "autoritaria", pero mejor dispuesta a entender "las razones de la derecha". Son los mismos que ayer pidieron el voto útil para llevar a Fox a Los Pinos y ahora esgrimen la máxima gramsciana de "ponte en el lugar de tu contrario y actuarás correctamente", como si, en verdad, Felipe Calderón pudiera "superar por la izquierda" a López Obrador en la batalla por la reforma social que está pendiente.
Lo curioso del caso, si así se le puede llamar a dicha actitud, es que ya no aparezca acompañada de la prédica del bipartidismo, tal cual se ha planteado en círculos del Departamento de Estado como el mejor camino para el sistema de partidos mexicano, lo cual sería hasta cierto punto consecuente con la historia panista, un partido que suele representarse a sí mismo como la única opción democrática nacional, sino mediante un ejercicio en defensa de la democracia-en-peligro, que requiere para tener éxito de una "izquierda auténtica", es decir, de una corriente que, o bien no existe en el país o es tan débil que todavía no puede influir en los acontecimientos, pero que ciertos autores mitifican para condenar a las demás.
No es un mal sueño convivir con una "izquierda moderna, civilizada y responsable", pero es una tontería poner como modelos universales dignos de imitación o calca las experiencias concretas de Chile o España, sin atender a las circunstancias históricas particulares que en ambos casos permitieron la evolución de la dictadura a la democracia en las condiciones de libre mercado impuestas por los militares o el franquismo.
Sin embargo, además de rendirse a la imitación, algunos confunden liberalismo y socialdemocracia, como hace Mario Vargas y Llosa en un artículo plagado de simplismos y vulgaridades, publicado en El País ("El corrido mexicano"), indigno de su talla de escritor, donde se atreve a decir sin empacho que la salida de Latinoamérica está en una receta "que no tiene nada de mágica y se puede formular de manera muy simple: democracia y mercado". Hayek estaría feliz.
Desde tal perspectiva, la preocupación por la izquierda en la democracia parece más bien superflua y oportunista, como se advierte en el comentario del profesor del ITAM, I. Katz (artículo citado en línea en Por cuestiones capitales, 2/10/06)) al decir que López Obrador "con sus actos, con su abierto desprecio a la legalidad, con su "váyanse al diablo con sus instituciones", con su llamado a la insurrección (sic) (subrayado por ASR) inclusive ha puesto en peligro de sobrevivir a la izquierda auténtica, ésa que en sus postulados aboga por una sociedad más equitativa, menos injusta, esa izquierda que actúa como el "faro moral" que debe guiar a la sociedad" (sic).
Por favor. La rabiosa derecha intelectual de nuestro país jamás ha visto en la izquierda (de ninguna denominación) un faro "moral", aunque a la hora de captar y cooptar le preocupa que Calderón intente apropiarse del discurso del hasta ayer "peligro para México", cuando en sus manos tiene el " pleno ejercicio de la libertad individual (que) hace innecesaria la existencia de partidos de izquierda; salen sobrando y su existencia solo estorba". Volveremos al tema.
A Denise Dresser y a muchos de mis amigos que votaron por Fox "para sacar al PRI de Los Pinos" les repito, que no hay nada de raro que ahora critiquen a AMLO y a la Resistencia, Ustedes, siempre han sido de derecha, sólo tienen culpa moral de admitirlo.
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